Las Jornadas Monetarias y Cambiarias del Banco Central de la República Argentina (BCRA) reunieron a los mayores exponentes de la ortodoxia económica. La frutilla del postre fue la presencia de Domingo Felipe Cavallo en la cena de agasajo. La foto en la que departía amigablemente con Federico Sturzenegger fue la comidilla de las redes (anti) sociales. Como se sabe, Cavallo fue jefe del actual presidente de la autoridad monetaria cuando Sturzenegger ocupó el cargo de secretario de Política Económica en 2001.

La reaparición de Cavallo en la escena pública se potenció con un reportaje publicado por el diario El País de España. El súper ministro de Economía de Menem y De la Rúa sostuvo que “hay una gran coincidencia entre la economía de Macri y la de los noventa. Todos los que están en el gobierno trabajaron en algún momento conmigo, salvo los que son muy jóvenes. Macri también tuvo mucha relación conmigo, él como empresario y yo como ministro”. 

La tentación de equiparar al macrismo con esa etapa es muy grande. Las continuidades entre ambas experiencias (política liberalizadora, perfil productivo y distributivo, megaendeudamiento) son evidentes. Sin perjuicio de eso, la ausencia de una crisis económica disciplinadora, el antecedente de un proyecto político–económico inclusivo (que conserva importantes niveles de apoyo ciudadano), las modificaciones del contexto internacional, son algunos aspectos que marcan diferencias con la experiencia noventista. 

Lo más certero sería decir que el neoliberalismo recargado de Cambiemos combina nuevos y viejos ropajes. 

Los instrumentos que se utilizan en una determinada etapa (administración del comercio, tasa de interés, tipo de cambio) pueden no ser válidos en otra. Por ejemplo, el kirchnerismo mantuvo inalterable sus objetivos de política económica (distribución del ingreso, reindustrialización, inclusión social) con diferentes niveles de tipo de cambio.  

La confusión entre instrumentos y objetivos oscurece el análisis. En los noventa, Alfredo Calcagno explicaba que “a los instrumentos tales como el régimen de convertibilidad, el tipo de cambio, la tasa de interés, el equilibrio fiscal y el grado de apertura externa se les ha dado el carácter de objetivos. Con ello se obtienen dos resultados: primero, que no se discutan los instrumentos, porque ahora son los objetivos que deben cumplirse y no cuestionarse; segundo, que los verdaderos objetivos (desde nuestro punto de vista, homogeneidad social, distribución más justa del ingreso, mejoramiento de la educación y la salud, industrialización, defensa del interés nacional) desaparecen del debate. De tal modo, no hay nada que discutir”. 

En ese marco, los objetivos de política económica actuales coinciden con los de los noventa. El secretario de Comercio Miguel Braun lo dijo con todas las letras cuando declaró “en los noventa se intentó hacer todo en dos años. En el corto plazo fue fantástico, pero esos cambios no fueron sostenibles porque se tomaron demasiados atajos. Nosotros aprendimos de esa experiencia”. El ritmo es distinto, los objetivos son muy similares.

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@diegorubinzal