El 5 de mayo se cumplieron cien años del nacimiento del gran cineasta Leopoldo Torre Nilsson, hijo del director de cine pionero argentino Leopoldo Torres Ríos, y padre de Javier y Pablo Torre, quienes también siguieron la tradición familiar detrás de cámaras. El quinto film de Pablo Torre, Mi padre y yo, busca hacer repara lo que entiende como una injusticia: su padre está siendo olvidado. Nada menos que el creador de largometrajes que consagraron a artistas como Graciela Borges, Bárbara Mujica, Isabel Sarli, Lautaro Murúa, Elisa Christian Galvé, Alfredo Alcón, Elsa Daniel y Leonardo Favio. El documental Mi padre y yo se estrenará este sábado 25 en el Malba y podrá verse todos los sábados a las 18.

El documental, con guión del mismo director, es un emotivo homenaje a su padre. Destaca la entrañable y desconocida relación que el laureado cineasta tuvo con sus hijos. Repasa también los distintos momentos de su carrera, mostrando sus logros, premiado en los más importantes festivales internacionales, y considerado como uno de los diez mejores directores del mundo. En paralelo con fragmentos de sus más importantes ficciones, su hijo menor y colaborador recuerda distintos momentos compartidos, hasta el final prematuro de Torre Nilsson, a los 54 años, enfermo y amargado por la censura de su último film, Piedra libre (1976).

"La idea de la película nació porque se cumplían cien años del nacimiento de mi padre y la cosa pasaba un poco por alto. Me pedían la película desde España, también hacer un homenaje en Uruguay, y en la Argentina no había una respuesta. Y me parece que la imagen de mi padre lo merecía", cuenta Torre en diálogo con Página/12. También confiesa que Leopoldo Torre Nilsson le dijo una vez, poco antes de su muerte, que lo que más temía era el olvido. "Y lamentablemente tuve la sensación de que la imagen de él estaba cayendo en el olvido. Así que hice esta película que, en realidad, no es solamente sobre mi padre: es mi relación con él, cómo fue ser hijo de un cineasta famoso", agrega.

-¿Descubriste algo que desconocías de tu padre haciendo la película?

-Quince días antes de la muerte de mi madre, ella le dijo a mi mujer que tenía un paquete de cartas que mi padre nos había mandado a lo largo de su vida. Y descubrí muchas cosas en esas cartas: que entre mi padre y mi madre siempre hubo un amor enorme, de relación de exmarido y mujer, pero que fue una relación que duró para siempre; descubrí que mi padre hubiera querido ser escritor y no cineasta; que lo que más amaba era su país, su mundo y que, lamentablemente, el cine, a veces, lo había alejado del país. Así que lo encontré como una persona distinta: nostálgica, sentimental. Yo veía a mi padre como otro tipo de persona, como alguien mundano.

-¿Buscaste reflejar su vida pública pero también su aspecto humano?

-Sí, la película intenta eso: contar al padre que es diferente al cineasta. Refleja al padre íntimo que tengo yo, que me llevaba a ver los partidos de fútbol los domingos, que me sentaba en la falda para cantarme cuentos de Guillem, que me pagaba para que fuera escritor. Todos los domingos cuando venía a visitarme me pagaba para que yo escribiera. Traté de reflejar un poco ese padre.

-¿Por qué “odisea” es la palabra que define a tu padre?

-El famoso Odiseo de La odisea da vueltas por el mundo para volver a su Itaca. Y a mi padre le pasaba eso: daba vueltas y vueltas en el mundo para poder volver a Buenos Aires, que era su Itaca.

-¿Cómo influyó en tu infancia la vida itinerante de tu padre?

-Se transformó en una relación epistolar. A mi padre yo lo veía a veces. Desaparecía, volvía a aparecer en mi casa a los seis meses, pero recibía puntualmente una carta por semana desde Cannes, desde Venecia, desde Suecia. Allí estaban las cartas de mi padre. Pero era casi un fantasma. Yo lo veía y era más imaginarlo que verlo. Era un dolor porque en ese entonces mis padres no estaban separados. Y también era algo raro porque yo era la única persona en el barrio que era hijo de un director de cine.

-¿Qué dificultades tenía ser el hijo de alguien famoso?

-Yo iba a un colegio católico. Y en el colegio no podía decir que era hijo de Torre Nilsson porque era una mala palabra. Mi padre hacía películas que cuestionaban la moral burguesa. Me cambié el apellido: pasé a llamarme solo Torre. Nos daba vergüenza a mi hermano y a mí llamarnos Torre Nilsson. A los 10 años, le confesé a un compañerito de colegio que mi padre hacía películas. Se ve que el chico le contó a su padre. Y cuando fui a la casa, el hombre me dijo: "¿Vos sos hijo de Torre Nilsson, el director de cine?". Le dije que sí. "Tu padre es un pésimo director de cine, el peor director de la Tierra", me dijo. Ese hombre era militar. Ahora, cuando me preguntan si soy el hijo de Torre Nilsson, un segundito antes de contestar, vacilo (risas). 

-¿Qué creía tu padre que se podía captar a través del cine?

-Él soñaba que el mundo cambiara, como sueñan todos los artistas. En aquella época, el mundo era tan duro como ahora: las diferencias sociales, las diferencias culturales, la represión... Había como una sombra de lo que iba a pasar en el país, los militares entraban de a poco. Creo que mi padre tenía una gran intuición de lo que iba a pasar en el país y que iba a ser malo.

-¿Por qué te preguntas si hacer películas era para él entrar en una vida clandestina?

-Porque yo sentía que por algo no estaba en mi casa. Pensaba que lo que lo había alejado de mi casa no era el amor de otra mujer o lo que fuera sino que era por el cine, que mi padre se había ido de mi casa por culpa del cine. Y eso para mí era una vida clandestina porque no sabía nada de mi padre. En realidad, nosotros no sabíamos que se había casado con otra mujer, no sabíamos dónde vivía. Entonces, para mí su vida era una vida clandestina. El cine era un mundo clandestino.

-¿Y por qué necesitaba perder todo para filmar?

-Porque el cine lo aburría. Creo que a mi padre no le gustaba hacer cine. Le gustaba escribir. Pero necesitaba trabajar. Entonces, cuando hizo El santo de la espada, que ganó como dos o tres millones de pesos, se los gastó para poder seguir filmando. Porque si no, no hubiera filmado más.

-Tu padre fue considerado uno de los diez directores más importante del mundo. ¿Cómo sentís ese reconocimiento?

-No lo sentí para nada. En su momento, no lo sentí. Hay una carta que nos dice "La revista Times me ha puesto entre los diez mejores directores de cine. Estoy con Fellini, que parece más joven, con Antonioni". Nosotros no sabíamos quiénes eran. Yo tenía entonces 10 años y no sabía absolutamente nada de cine, así que no me sorprendía ni me llamaba la atención. Hay una cosa que me da vergüenza: para poder hacer este documental tuve que conseguir las películas, que fue algo bastante difícil. Tras la muerte de mi padre, las películas fueron robadas, saqueadas, muchos sin ser dueños dijeron que eran dueños, muchas desaparecieron. Tuve que recuperar todas esas películas y verlas, y a muchas no las había visto. Tuve que verlas todas en dos semanas y ahí fue la gran sorpresa porque vi películas maravillosas, otras que no me gustaron, algunas que de alguna forma me aludían. Pero entonces el cine era un misterio para mí. No las había visto. Mi madre escondía las revistas Radiolandia en un cajoncito. Y yo, a veces, abría el cajoncito y miraba, y lo veía a mi padre con figuras de entonces del cine y la televisión, y espiaba. Pero yo sabía muy poco: era simplemente un hombre que llegaba los domingos cuando estaba en Buenos Aires, me llevaba al cine Real, me ponía en la falda y veía películas conmigo, o nos llevaba a la cancha de fútbol a ver a Estudiantes. El hombre era un misterio.

-¿Cuál es el legado que te dejó tu padre?

-El legado que me dejó es "Cuidate del cine porque el cine trae desgracias. El cine trae pobreza, trae abandono de la esposa que tenés, trae injusticia, trae disgustos". Y eso yo no pienso sufrirlo. El cine acorta la vida. Mi padre murió a los 54 años. Los cineastas argentinos sufren infartos, son pobres. Esa sensación que hay en el aire de que los cineastas se enriquecen, se aprovechan... No, los cineastas somos pobres. Alguno se habrá enriquecido, pero en general, los cineastas somos desdichados.

-Pero terminaste siendo realizador...

-Sí, uno es suicida, pero era algo que le debía a mi padre. Cuando él murió, tuve una sensación horrible: que la memoria de él se la habían adueñado otros, que todos sabían más de mi padre que yo, que la gente había visto más las películas y que los críticos sabían más que yo. Entonces, me fabriqué una especie de padre ideal con el que he vivido durante años. De repente, un día dije: "Ese padre ideal, secreto, que yo tengo, tiene que salir a la luz". Y la forma de hacerlo salir a la luz es haber hecho Mi padre y yo, que cuenta la vida de un padre secreto, oculto, que solamente conocí. Ese papá que tuve yo que hacía películas.