Una historia de amor entre dos mundos por naturaleza inconciliables, separados por esa forma de odio que con poca épica y nada de inocencia se suele destilar en las estrías de los relatos tradicionales. De eso se trata Rusalka, la fábula lírica en tres actos de Antonin Dvorak que se pondrá en escena hoy a las 20 en el Teatro Colón, con un elenco principal encabezado por la soprano portorriqueña Ana María Martínez y el tenor ruso Dmitry Golovnin. Rusalka es una ninfa del agua, que cegada por el esplendor terrenal pide un alma para acceder al mundo de los humanos, aunque ese traspaso le cueste perder la voz. La criatura está enamorada de un príncipe algo calentón, que tarde entenderá que no hay amor sin sacrificio y al final se redimirá aceptando el beso mortal. En el medio hay un padre, el Duende del Agua, edípico y malhumorado, interpretado por el bajo croata Ante Jerkunica; una hechicera, Jezibaba, interpretada por la mezzosoprano Elisabeth Canis, y una princesa extranjera, en la voz de la soprano Marina Silva, que resuelve su función dramática de “la otra” con práctica dignidad: cuando se da cuenta de que el príncipe es medio pavote, lo deja y se va.

Están también las duendecillas del bosque, interpretadas por Oriana Favaro, Rocío Giordano y Rocío Arbizu; un guardabosque, el barítino Sebastián Sorarrain, y el niño de la cocina, la mezzosprano Cecilia Pastawski. La puesta en escena es la de una producción de 2011 del Teatro de Bellas Artes de México. Al frente de la Orquesta Estable y el Coro Estable del Teatro Colón está Julián Kuerti y la dirección de escena es de Enrique Singer. El diseño de escenografía es de Jorge Ballina, el de vestuario de Eloise Kazan y el de iluminación de Víctor Zapatero. La coreografía es de Franco Cadelago. Las funciones programadas se completarán el viernes y el martes 14 a las 20 y el domingo 12 a las 17. El sábado 11 será la función extraordinaria con otro elenco, encabezado por Daniela Tabernig como Rusalka, Fernando Chalabe como el Príncipe, Mariano Gladic como el padre, María Luján Mirabelli como Jezibaba y Sabrina Cirera como la Princesa extranjera.  

En 1900 Antonin Dvorak terminó de componer Rusalka, que se estrenó al año siguiente, para convertirse pronto en emblema de una ópera checa con espíritu nacional. El tema de la naturaleza encantada resultaba particularmente cercano a la sensibilidad de Dvorak, que dos años antes había terminado la serie de cinco poemas sinfónicos sobre cuentos fantásticos del checo Karel Jaromír Erben, donde también encontraría inspiración Jaroslav Kvapil para el libreto de Rusalka. La criatura acuática que por amor asume rasgos humanos pagando las consecuencias es un motivo antiguo de la cultura eslava, que el Romanticismo retomaría también con Ondina, del alemán Friedrich de la Motte-Fouqué, o La sirenita de Hans Christian Andersen, oportunamente manipulada por Walt Disney para un dibujo animado, más acá en el tiempo. “Elegimos contar Rusalka como lo que es: una historia trágica y fantástica. Siento que de este modo llega más, aun en su lado más humano”, dice a PáginaI12 el mexicano Enrique Singer, responsable de la puesta en escena. “El de esta ópera es un mundo fantástico, que no existe, por eso es muy importante que lo visual sea bello, porque además el cuento y la música son muy bellos: trágicamente bellos, digamos”, define. “La puesta en escena busca la armonía, apuesta  a conjugarse con una música bella, articulada y compleja, que de repente recuerda a Wagner, de repente a Tchaikovski y en todo caso es el mejor Dvorak. La escenografía, los vestuarios y la iluminación representan el lugar donde está situada la historia de manera muy clara, el universo de una fábula, pero con la ductilidad necesaria para reflejar la complejidad de lo que sucede y plantear la división entre dos mundos distintos, que es también la metáfora política de esta obra”. 

–¿Política en qué sentido?

–Rusalka es una metáfora de la intolerancia, del miedo a lo distinto. Ahí están los prejuicios que nos terminan confinando en grupos cerrados y nos aíslan de otros grupos humanos. En este caso es la división entre el mundo de los espíritus y el de los humanos, que se odian mutuamente, y este prejuicio es el que provoca la tragedia de Rusalka y el príncipe. Ella termina condenada a la soledad eterna y él, muerto. La de Rusalka es una tragedia que en muchos aspectos recuerda a Romeo y Julieta de Shakespeare. El miedo que provoca la intolerancia es el fondo político y social de esta ópera, que nos da una buena oportunidad para hablar de estas cosas, que son actuales. Se podría trasladar a orillas del Mississippi, entre negros y blancos, o a México o aquí a la Argentina, donde abundan los ejemplos de este tipo de divisiones, producto de la intolerancia.  

–Pero usted deja la historia en un mundo fantástico...

–Creo que haber dejado la narración de esta historia en el mundo fantástico la vuelve más universal. Y esto responde a la esencia del cuento, a su naturaleza como herramienta del conocimiento. El cuento es el instrumento de transmisión del conocimiento desde tiempos atávicos. La sabiduría de los pueblos se transmite a través de los cuentos. El cuento infantil adquiere otro sentido cuando tiene un bagaje como este atrás. Dvorak lo eligió por eso. 

Singer, que actualmente es el director de la Compañía Nacional de Teatro de México, tiene una trayectoria de cuatro décadas en el teatro, entre Shakespeare, Lope de Vega, Ibsen, Lessing y John Ford. Esta puesta de Rusalka fue su primera experiencia con la ópera, a la que siguieron títulos como Rigoletto, Tosca y Lucía de Lamermoor. “Desde siempre hago teatro pensando en los principios básicos de la música. En una puesta teatral se trata de armonizar ideas, imágenes. El teatro está basado en la palabra dicha, que no es sólo concepto: también es ritmo, color, armonía, timbre, tonalidad”, explica Singer, y concluye: “El teatro puede ser un instrumento musical, del mismo modo que la música no debe sólo una experiencia sensorial. La ópera permite juntar el teatro y la música en una experiencia única. Es una conjunción muy gozosa”.