La muerte de 26 personas durante el ataque a balazos en una iglesia bautista de Sutherland Springs, Texas, reactivó el reclamo para que haya un mayor control sobre la tenencia y uso de armas en los Estados Unidos. Desde Tokio, donde está de visita en su gira por Asia, el presidente Donald Trump, calificó el hecho de “espantoso tiroteo” como resultado de “un acto de maldad” individual. El mandatario admitió que su país tiene “un montón de problemas de salud mental, pero no es una situación imputable a las armas”. El atacante, que tenía un chaleco antibalas, utilizó un rifle de asalto para atacar a los feligreses y dejó, además una veintena de heridos. 

El atacante, Devin Patrick Kelley, antes de la masacre, había amenazado a su suegra por mensaje de texto, lo que hace pensar a los investigadores que lo ocurrido estuvo motivado por problemas familiares. De este modo, se descartó la posibilidad de que el hecho haya tenido motivaciones raciales, religiosas o políticas. El responsable del atentado no tenía permiso para la portación de armas, dado que tenía antecedentes de violencia familiar por los que había sido sancionado. 

La suegra del hombre concurría habitualmente a la iglesia donde ocurrió la agresión, pero ni ella ni sus familiares estaban presentes el domingo. Kelley también usó su celular para contarle a su padre que había sido baleado y que no pensaba que fuera a sobrevivir. En poder del agresor se encontraron tres armas, entre ellas un rifle semiautomático Ruger AR-556 que fue hallado dentro de la iglesia. 

La policía informó que Kelley, “aparentemente se suicidó” en medio de una persecución, el mismo domingo. El sheriff Joe Tackitt le dijo a la cadena CBS que Kelley escapaba en su auto y era perseguido por dos hombres que iban en una camioneta. El vehículo conducido por el agresor se estrelló luego de salir de la carretera y se comprobó, según Tackitt, que “en ese momento creemos que tenía una herida autoinfligida por arma de fuego”. De acuerdo con la versión, al ver que lo perseguían ciudadanos armados, eligió quitarse la vida, aunque fue otra cosa lo que le dijo a su padre.

Tackitt dijo que un ciudadano armado que vio salir a Kelley de la iglesia luego del ataque, hizo detener al conductor de una camioneta y le dijo: “Necesito ayuda, este hombre tiroteó la iglesia: síguelo!”, señalando el auto en el que iba el atacante, quien fue encontrado muerto dentro del rodado, conde encontraron “una gran cantidad de armas” de guerra. En Estados Unidos, la supuesta justicia por mano propia está a la orden del día.

Kelley, un hombre blanco de 26 años, vestido de negro y que llevaba un chaleco antibalas, abrió fuego contra las personas que asistían al servicio religioso de la Primera Iglesia Bautista de Sutherland Springs, una localidad rural de unos 400 habitantes. Entre las víctimas hay niños de 5 años y adultos de hasta 72. 

La Fuerza Aérea informó que Kelley prestó servicio en una base de Nuevo México desde 2010, pero dos años después fue juzgado por una corte marcial por agredir a su esposa y a su hijo. Por ese hecho fue sentenciado a 12 meses de confinamiento y fue dado de baja por “mala conducta”, según dijo a la prensa Ann Stefanek, portavoz de la Fuerza Aérea. 

“La tragedia se profundiza por el hecho de haber ocurrido en una iglesia, un lugar de adoración, donde estas personas fueron baleadas”, dijo hoy el gobernador de Texas, Greg Abbott, quien reconoció que el número de personas fallecidas puede aumentar por el estado en el que se encuentran algunos de los heridos, con lesiones que van “desde menores a muy severas”.

Entre los muertos está la hija de 14 años del pastor Frank Pomeroy, informaron fuentes de la iglesia. Annabelle Renee Pomeroy “era una muy hermosa y especial niña”, aseguró su padre, que estaba ausente al momento de la masacre y volvía a Texas por carretera. Uno de los heridos identificados fue Rylan, un niño de 6 años que recibió cuatro disparos. También resultó con heridas de bala un niño de 3 años, sobre cuyo estado no se dio información.

Desde Tokio, el presidente Donald Trump insistió en que “es un poco pronto para abordar el tema”, al ser consultado por los pedidos de que aumente el control de armas en el país y sólo se comprometió a dar el “apoyo total” de su gobierno a la investigación.

Como ocurre en cada suceso de estas características, los demócratas salieron a renovar los llamados al gobierno para que ejerza un control y regulación de las armas de fuego en manos de civiles, un tema candente en un país que considera casi sagrado el derecho a portarlas sin restricciones, pero que tiene una gran cantidad de muertes provocadas por la locura armada.

El ex presidente Barack Obama denunció lo ocurrido como un “acto de odio”. Deseó que “Dios nos conceda a todos la sabiduría de preguntarnos qué medidas concretas podemos tomar para reducir la violencia y las armas entre nosotros”. Esta nueva masacre ocurrió a un mes del tiroteo en que un atacante abrió fuego desde una habitación de un hotel de Las Vegas matando a 58 personas, a la vez que hirió a cerca de 550, durante un concierto. Fue el ataque más mortífero en la historia reciente de Estados Unidos.