Desde Abu Dhabi

El bar El Diego es un auténtico museo. En sus paredes hay fotos, remeras y murales de Maradona, dos plasmas proyectan highlights de su carrera y un rincón homenajea a La Boca. La carta ofrece pizzas, carnes y hasta helados con gusto a mate, y los mozos visten de celeste y blanco aunque ninguno tenga ni puta idea de los ramales de la línea 60, las señas del truco o el locro norteño. Y el bar está en el shopping interno de uno de los hoteles más lujosos del planeta. Todo este delirio es posible en un solo lugar: Abu Dhabi, la capital de ese país de artificio llamado Emiratos Arabes Unidos.

Cuenta el relato oficial que los EUA surgieron en 1971, cuando los jeques de siete emiratos al norte del Golfo Pérsico se enlazaron para defender de la rapiña extranjera el petróleo y el gas que yace debajo de sus parajes desérticos. Los emires inventaron un país y reglas a medida, pero como ese simulacro de institucionalidad no bastaba para ganar el respeto internacional, echaron mano al arma con el que se dirimirá la Tercera Guerra Mundial: el marketing. Sólo así se entiende que Abu Dhabi tenga un parque temático de Ferrari, organice exhibiciones de tenis con finales privadas entre Nadal y Federer y hasta haya sido sede del Mundial de Clubes en el que Estudiantes de La Plata cerca estuvo de ganarle al Barcelona de Guardiola antes del célebre gol de pecho de Messi.

El emporio deportivo se extiende también a los polos mundiales del poder gracias a la compra del Manchester City y la refundación del legendario Cosmos, en sociedad con los New York Yankees. Todo cheque lleva la firma de Jalifa, presidente de los EUA, o en su defecto de su hermano Mansour, dueño de un holding que incluye al mascarón legal de este movimiento descomunal de capitales dudosos: la aerolínea de bandera Etihad, que patrocina casacas de todo el mundo.

Es claro que la inclinación del minúsculo, rico y desigual emirato hacia el deporte no obedece a un interés por la vida sana y los valores de la noble competencia, sino a ganar titulares favorables en la prensa mundial. Lo que, entre otras cosas, le permiten distraer denuncias como las que Amnistía Internacional hizo la semana pasada sobre “desapariciones forzadas, torturas por criticar al gobierno y presos políticos”. Pero los medios no tenían más espacio para Abu Dhabi: todo lo ocupó la última fecha de la Fórmula 1, amablemente recibida por el anfitrión Jalifa en su feudo familiar.