Parecen una obviedad y por eso no se las cuantifica. Parecen una sucesión de hechos mínimos y por eso no se las lista. Hablamos de las múltiples y continuas tareas de cuidado que organizan una “infraestructura invisible” para todo lo que hacemos y para todo lo que somos. Es el “detrás de escena” que, sin embargo, da posibilidad a la escena misma. Todo aquello que posibilita que nazcan y que crezcan niñxs, que se cuide la casa y se tenga alimentos, que se sostengan comunidades y que se atienda a lxs ancianxs y enfermxs y, también, lo que organiza relaciones sociales en un sentido aún más amplio. 

Su condición de invisibilidad es producida histórica y políticamente. Son tareas que tienen que ver con la reproducción social en general y que han sido desvalorizadas una y otra vez, justamente para que no cuenten, para que no se remuneren, para que no se las reconozca como inmediatamente productivas. El trabajo doméstico, afectivo, de cuidados, estipulado como gratuito y obligatorio, es la clave de la productividad del salario, su parte oculta, su pliegue secreto. ¿Por qué oculto y secreto? Porque es lo propio del capitalismo explotar ese trabajo a través de su división sexual, lo que le permite jerarquizar la relación entre sexos (y más en general: hacia cuerpos feminizados) y subordinar trabajo gratis, mientras lo devalúa políticamente.

Estamos en la charla de lanzamiento de la campaña “Cuidar y ser cuidado. ¿Quién se hace cargo? #Co.Responde” del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad de Buenos Aires. La campaña, en sus videos de lanzamiento, hace preguntas que, en principio, parecen sencillas: 

¿Quién ordena la casa diariamente? ¿Quién ayuda a lxs niñxs con las tareas escolares? ¿Quién se ocupa del disfraz para el acto? ¿Quién coordina las tareas del hogar? ¿Quién pide los turnos en los médicos? En números duros el resultado es que las mujeres dedicamos 5 horas diarias a tareas domésticas y de cuidado mientras los hombres destinan 3 (lo cual cambia también en relación a la pertenencia de clase, pero la brecha es estable). 

Josefina Fernández, a cargo de la Oficina de Género del Ministerio, anudó un punto central: que la feminización de las tareas de cuidado debe discutirse junto a la orientación “familiarista” del cuidado en nuestro país. Por eso, insistió con que el lema “que el Estado, el mercado y los varones se hagan cargo, co-responde” se propone incidir en diversos ámbitos y visibilizar las brechas de género y diversidad en la organización social cuidado.

La panelista Corina Rodríguez Enríquez (CONICET/CIEPP) planteó que la organización social del cuidado injusta se convierte en un vector de reproducción de desigualdad y, por tanto, en vulneración de derechos. Según la académica, hay que incluso pensar en modos de coerción para revertir esta situación y hacer cargo a las empresas y exigir políticas públicas que hagan que el cuidado no sólo recaiga en los hogares y la comunidad. Norma Sanchís (Asociación Civil Lola Mora), centró su participación en el rol de las mujeres migrantes y las cadenas transnacionales de cuidado como componente fundamental de la feminización de la economía y de la invisibilización de su trabajo en términos de “desarrollo” de los países, algo que excede sólo el flujo de remesas.

Vanesa Siley, Secretaria General de Sitraju-CABA, puntualizó la situación del cuidado y el derecho en los convenios colectivos, y puso un punto de debate cuando criticó la ampliación de licencia por paternidad que el gobierno promociona en su borrador de reforma laboral (¡tapa del diario Clarín para anuncia la reforma!). La estrategia parece ser lo que se llama “pink washing”: usar la fuerza de los reclamos feministas y lgbtiq del momento para “lavar” el avance de ajuste y precarización que implica la reforma.

La socióloga María Jesús Izquierdo, a la hora de la conversación final, trajo algunas de las imágenes que generaron más preguntas: ¿podemos las mujeres asumirnos como “malas” cuidadoras?, ¿podemos dejar de naturalizar una “disposición” ética al cuidado cuando ésta sólo hace que nos reconozcamos en esas tareas? Lo que Izquierdo pone en discusión es qué pasa cuando se cae la imagen de independencia masculina que funcionó asociada a un modelo de familia fusional: el individuo independiente se sostenía gracias a la infraestructura doméstica invisibilizada del hogar. Ahora, la ficción del individuo -y su complemento en la figura del “ciudadano”-, se ve obligado a tercerizar y comprar cuidados porque ya no tiene necesariamente una familia que lo haga. El modelo del empresario de sí, para sostener su autonomía en términos liberales, tiene que pagar como servicio el cuidado. A esto, muchas autoras en diversas partes del mundo vienen llamándole “crisis de los cuidados”. A nosotras nos queda abierta la discusión por cómo la interdependencia que es parte de nuestra fragilidad y nuestra potencia no es ni invisibilizada ni respondida por el mercado.