1 “Hasta que no estás en el lugar del otro, el otro es una abstracción”, dice Marcos Zimmermann, “no sabés”.  Una anécdota podría explicar su atracción por lo criollo como identidad y sus derivas. A fines de los 90, siguiendo el rastro de la legendaria Grete Stern, Marcos llegó con su exploración fotográfica a la comunidad Fracran en Misiones. Contra lo que piensan muchos acerca de la resistencia indígena a la fotografía por temor al robo del alma, se adentró en la comunidad cámara en mano. Y no fue rechazado. No imaginaba que ese encuentro con un hombre descalzo, más bien esmirriado, con la cara arrugada, que lo observaba como desde abajo, tendría consecuencia. El hombre lo tomó la mano y le murmuró en guaraní. “Me dijo que yo iba a volver ahí, que el alma me iba a traer de vuelta. Tardé en saber quién era: el shamán más importante de Sudamérica”. Aquellas fotos del pai Antonio Martínez, una en especial, agachado, como luchando con sus demonios, cerraron entonces Norte, el libro que databa aquel tránsito. Marcos habría de volver nomás a la comunidad, donde lo estarían esperando, dos décadas después, los nietos del pai fallecido. “Había vuelto. Entonces lo decidí, o más bien lo supe” dice a los sesenta y siete años. “Cuando muera quiero que mis cenizas las esparzan aquí”. 

2 En el 2014, Marcos inauguraba su gran retrospectiva, que comprendía tanto sus inicios como lo último. “Tengo la impresión de que, como fotógrafo, ya dije todo lo que tenía que decir”, me dijo. Todo parecía indicar un paréntesis en su actividad fotográfica. En el 2015 publicó su primer libro Historias de fotógrafos, un rescate de sus antecedentes, desde Antonio Pozzo hasta Ernesto Guevara. En Marcos, la expresión literaria no era nueva. En la adolescencia, antes que fotógrafo se proponía ser poeta. Tenía diecisiete cuando entró una tarde en la librería Norte y le preguntó al librero por alguna edición de los poemas de Hölderlin. El librero era también poeta, Héctor Yánover. “Estás bien orientado”, le dijo Yánover.  “Picás alto”. Y le buscó un ejemplar del poeta predilecto de Heidegger. 

3 Las palabras pueden sugerir desconfianza en las imágenes. En su caso, lo que aspiran unas y otras es cómo contar un país. Si en la actualidad, considerando la crisis de representación que afecta no sólo las estéticas sino también los intersticios del lenguaje cotidiano, es lícito desconfiar de ambas. Conviene entonces descreer también de una definición chovinista y apurada de la patria. Quizás la definición más aproximada, cambiante, sea la de un tránsito tan subjetivo como temporal que se conecta con el mosaico colectivo. Si se entiende la fotografía como documento, como testimonio, la acción memorialista puede constituirse un probable aporte. En Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, Heidegger merodea la definición a través de un diálogo entre el pensamiento y la poesía. “La memoria reafirma a los que piensan en el fundamento de su ser”, anota el filósofo. Ante el material generoso con que Marcos ha vuelto tras dos años de perderse en el interior, arriesgo, creo que nadie se mandó ni se lanza hoy a un proyecto semejante de búsqueda del ser. Y cuando digo ser no aludo solamente al “ser” argentino sino al “ser uno”. Porque lo potente en  su labor es una indagación de la propia identidad a través de los otros, porque son los otros los que, en tiempos de incertidumbre, tanto colectiva como personal, quienes que nos ayudan a encontrarnos.

4 Contra el desánimo después de la retrospectiva, se lanzó otra vez a la ruta. “Es que soy un fotoperiodista frustrado. Porque lo que más me importa es el mundo”,  me dice ahora Marcos, mientras prepara Argentinos. En su recorrido, desde 2016 a la actualidad, realizó más de 100.000 tomas que se concretarán en un libro de 350 que publicará Ediciones Lariviere. Jean Luis Lariviere y Dudu Von Thielman le brindaron el apoyo necesario en esta auténtica “patriada”. En estos días expondrá, nada más y nada menos, 156 imágenes, una antología significativa, gracias a la invitación que le formulara Oscar Smöje, director del Palais de Glace. “En Argentinos no quise la foto bella sino mostrarnos a nosotros mismos”, dice. “Sabés cuándo se entiende la patria”, pregunta. “La patria se entiende en el interior, cuando en una tapera inundada, hundiéndote con el barro en los tobillos, te encontrás una piba que rescata a su bebé de un ropero”. Marcos se endereza los anteojos, mira la imagen y cuenta: “Lo que te pasa en el momento por la cabeza, lo agarrás al bebé, le hacés un mimo, y ella, la chica, te lo entrega, te dice que se llama Pedro. La indignación se te cruza con la amargura al tener al bebé en brazos. Desesperás. Pensás qué hacer. Y lo que hacés es devolverle el bebé y sacar la foto, eso es lo que hacés”. Pero Marcos, no conforme con la foto, la imagen desoladora registrada después de una inundación en el barrio Timbó de Resistencia, le añade un texto breve como correlato. Y lo mismo, hurgando en la tensión entre imagen y palabra, hace con varias fotos y las acompaña con escritura ad hoc. 

5 “Por los avatares de la historia”, dice Marcos, “me tocó fotografiar un tiempo marcado por dos modelos políticos sucesivos y opuestos. No es fácil discernir cuánto de cada modelo hay en estas fotografías. Desde hace casi dos años un futuro envasado en otras latitudes nubla el presente de los argentinos. La patria se ahoga en hipocresía. Y cada vez que creo que este ensayo fotográfico está llegando a su fin, un nuevo atropello transforma la realidad y me hace caer en la cuenta de que estoy apenas en el principio; que un proyecto semejante necesitará de muchos fotógrafos y de más tiempo. Esta es mi muestra más política”, reflexiona. “Pero no partidaria”, aclara. “Esta muestra es política no por lo explícito sino por lo que quise captar en lo cotidiano, los seres invisibilizados”. Por lo tanto en la trama de esta vastísima narración visual que es Argentinos confluyen tanto la poesía de Novalis como la de Hernández, la atracción populista y la puesta en duda de la noción de buen salvaje, la crítica al pensamiento rubio y el ninguneo de los oprimidos. Otra clave privada en Marcos, además de la anécdota del pai, es su afinidad con las creencias populares, otra prueba está en la estampita de San Cayetano que puso junto a la computadora en cuya pantalla va pasando las fotos. “El trabajo”, dice obsesivo. “Lo mío es el trabajo”. 

6 Bajo un puente de Río Chico en Tucumán, un día tórrido, en el agua baja de la orilla, familias, hombres, mujeres y chicos, se refrescan. Como en todas sus fotos colectivas, hay que detenerse a observar cada una de las figuras, fijarse en el detalle. “Fijate en ese hombre, lo que está haciendo, está espantándole las moscas a su criatura”, señala. Ningún detalle queda afuera del enfoque abarcativo. Lo cual hace pensar en Nabokov exigiendo como requisito de la observación en sus clases de literatura: “Los detalles, los divinos detalles”. “Si doy mucha información en las fotos, es porque estoy cansado del conceptualismo de dos líneas y una raya”, insiste. “Basta, la fotografía se inventó para registrar el mundo”. Si uno se detiene, otro ejemplo está en las imágenes jujeñas de Casabindo, en la procesión, los seres junto a la Virgen, ahí están, como símbolos, la espada, la cruz, y su fe. Como se ha dicho, allí donde Marcos va, allí logra la captación de cada realidad. Uno se pregunta cómo se las ingenia el fotógrafo para entrar en ciertas zonas inaccesibles a cualquiera. “Es por la fraternidad con que te reciben”, dice. Marcos es de mirar a los ojos. Y no sólo por una actitud profesional. La suya es una curiosidad solidaria. Así se gana la confianza del prójimo y fotografía tanto una capilla de Betel en Gaiman como una iglesia de Catamarca, la hora de las confesiones: miren ese adolescente contándole sus pecados a un cura gordo. Miren también el apogeo y la exaltación poseída en un templo evangelista. También verán trabajadores del tabaco en la orilla de un río y pescadores del mar patagónico. Están Siderca, Yaciretá, el Invap, Vaca Muerta. Por supuesto, Alto Comedero, la obra arrasada por el feudalismo. Y como no podía ser de otro modo, un parlamento indígena en El Impenetrable, una toba travesti,  la presencia mapuche en Piedra del Águila. No faltan las marchas populares, la de Ni una Menos, la del 2 x 1 y la que reclama por la muerte de Santiago Maldonado. Como contraste, están el Parque de la Memoria y la City. Maestros alfabetizando en una comunidad pilagá en Formosa y José Ignacio en Punta del Este. Un chico misionero simula un arma en sus manitos mientras apunta a la cámara y la Sociedad Rural. El hacinamiento de los pobres y  la avenida Santa Fe. Es decir, los países que son el país. 

7 “Para comprender qué significa patria hay que caminar, hay que adentrarse”, dice Marcos. Adentrarse quizá sea el verbo más preciso para describir su modo de introducirse en ámbitos tan heterogéneos. Sin duda, sus fotos asombran, conmueven y también interpelan. Obvio, esa es la función de su arte. Las imágenes perturban, pero no se quedan en el impacto: proponen la reflexión. En este sentido es poderosa la captación de escenas en las que se alternan lo íntimo con lo colectivo generando un contrapunto permanente. En Itatí, en una iglesia, un padre aupa a su nena  para que abrace las piernas sangrantes de un Cristo. A veces lo registrado, en su amplitud, abarca el disfrute: por ejemplo, las piletas en las Termas de Federación un domingo de sol. A Marcos no se le escapan, en su relevamiento, la fiesta y el sacrificio, lo pagano y lo sagrado, la salud y la enfermedad, el ocio y el esfuerzo, la explotación y el reclamo, el dolor y la esperanza, aquello explorado en una geografía que le exigió dos años largos de peripecias en geografías inaccesibles, riesgos, dificultades,  implicó literalmente poner el cuerpo al fotografiar más que de cerca, desde adentro, la miseria y la opulencia, los sufrientes y los que se creen a salvo de la desgracia.

8 Por las noches, cada vez que precisa un respiro en estos días de la concentración y el encierro que requiere el armado de tamaña muestra,  Marcos se sienta ante el piano que le regaló su madre y empieza una y otra vez a ensayar el preludio Nro. 4 de Chopin: “Estoy aprendiendo”, dice. Una y otra vez. La música no imprime tanto melancolía como gravedad. Se detiene siempre en el mismo acorde difícil. “Acá”, dice. “Es acá”. Empieza a tocar y se detiene. Empecinado: “Acá”, dice. La nota parece repetirse. Pero el sonido no es nunca igual. A veces emana una densidad mayor. Vale preguntarse a qué alude ese “acá”. Teniendo en cuenta el título de la muestra y las fotos uno puede interpretarlo más que como un circunstancial de lugar, un territorio humano que lo compromete. “Esta partitura es como nuestra historia”, dice Marcos. “Parece que se va a terminar y, sin embargo, sigue”, dice. “Acá”.

Argentinos se inaugura el martes 14 de noviembre y podrá visitarse de martes a viernes de 12 a 20 y los sábados, domingos y feriados de 10 a 20. Visitas guiadas: sábados a las 17 y a las 18. Entrada libre y gratuita. Cierra el 31 de diciembre.