En octubre un medio amarillista de Bahía Blanca tituló “Escándalo: una profesora entregó material de estudio con contenido grosero en el Ciclo Básico”, de una secundaria dependiente de la Universidad Nacional del Sur (UNS). La nota adjuntaba foto de mi rostro y captura de celular de un fragmento de “Fixture”, una antología subsidiada por el Fondo Municipal de las Artes. El texto se coló por error en una jornada de lectura recreativa en la que se repartieron unos sesenta libros. Al tomar conocimiento envié una nota a las familias disculpándome. Si desde la escuela se hubiera dado el cauce institucional correspondiente -permitiendo un abordaje pedagógico y de Educación Sexual Integral (ESI)- eso habría sido todo.

No obstante, todo se volvió más complejo: el Departamento de Humanidades de la UNS emitió un comunicado a favor de mi tarea y habló de “persecución” a militantes feministas y de Derechos Humanos. Así, un error fue la excusa para desatar el odio conservador que clamo por un sumario y mi separación del cargo. Todavía existe gran resistencia dentro y fuera de las escuelas a hablar de educación sexual integral y derechos humanos. Pisé el palito y fue como pisar una mina.

El texto “grosero” es un chateo entre futbolistas sobre vedettes: igual contexto virtual en que se cultivó el descontento de algunas familias con docentes que hablan de ESI o de Santiago Maldonado. Una escuela donde no se nombra el deseo sino donde se refuerza, sin pudor, un código de vestimenta sexista. Y cierto tufillo lesbofóbico ronda la figura de una profesora que se dice lesbiana, consciente de la importancia de ese gesto sabiendo del tránsito de muchxs adolescentes con sus propias disidencias, además del mero derecho que me asiste a existir como deseo. 

 ¿Un texto con términos sexuales es necesariamente una mala lectura? ¿No lo fue más bien el modo de abordar este tema? La lectura  “grosera” fue creer que una trabajadora de la educación está tan aislada como los significantes de una página suelta. Porque si algo se activó con la persecución fueron las redes feministas, académicas y sindicales que pueden rodear a una profesional docente.

Un colegio de élite replica la desaparición de Maldonado desapareciendo también las palabras para nombrar los deseos y placeres, los cuerpos ausentes, las disidencias sexuales, religiosas, políticas. Y en una horrorosa coincidencia, cuando las palabras aparecen lo hacen sin mediación reparatoria, arrojadas sin vida al río informativo para ser montadas como espectáculo de una autopsia moralista. Habrá que tomar las palabras como se toma un cuerpo para cuidarlo, darle rostro, restituirle sentidos. Velarlo si hace falta. Pero nunca silenciarlo, silenciarlas. Volvamos a la escuela y hablemos de todo esto.

(*) Profesora y Licenciada en Letras, docente, militante feminista y poeta.