En Pérez sucede algo maravilloso. La principal diferencia con Rosario es que el tiempo parece arrastrarse como una anciana en pantuflas. Es muy raro ver a alguien apurado.

Si bien demográficamente Pérez ya es ciudad aún conserva varias costumbres, sobre todo en su parte más rural, que lo hace mantener su alma pueblerina intacta. Al menos por ahora.

Es cotidiano, por ejemplo, ver a los vecinos con sus reposeras en la vereda hasta bien entrada la noche o a los niños dejar sus bicicletas sin candados cuando son llamados a merendar.

Da la sensación de que absolutamente todos se conocen. Pueblo chico infierno grande dicen los que tienen algo que ocultar.

La gran mayoría saluda al ingresar a un negocio y ese saludo viene acompañado de una frase, que por más "casual” que parezca, te interpela de tal manera que resulta imposible escaparle a la charla.

El tren te hace llegar tarde al trabajo y añorar viejas épocas.

Los perros se mueven de a cuatro o cinco y le ladran a todo aquel que no reconocen.

En las noches, la temperatura desciende de siete a cinco grados sin importar la estación del momento, y las chicharras, los grillos y las ranas se disputan la luz de la luna.

Cada quince días llevo la ropa sucia a la lavandería San Bernardo. Siempre estaciono el auto en el mismo lugar, la esquina de Alberdi y Avenida Manuel Belgrano. Enfrente hay una plaza con una canchita de fútbol.

Casi siempre, al bajar del auto, me recibe con un cordial saludo, un vecino en su reposera. Con la radio encendida y ocasionalmente algunos papeles.

Desde el primer día tuve la certeza que en algún momento íbamos a terminar conversando.

Hasta que ayer, al fin, sucedió. Al bajar del auto y a modo de saludo, dijo:

-Quédate tranquilo que no te cobro nada por cuidartelo.

- Es mayor de edad, se cuida solo. Respondí (frase que no me animo a decirle a los cuidacoches).

Luego de las risas cómplices y del apretón de manos, nos presentamos.

La charla empezó mal. Mi flamante amigo, Jorge, me preguntó algo sobre la mecánica de mi Volkswagen Gol modelo 1999.

-Me lleva y me trae y cuando me lo exige yo le cargo nafta. Esa es la relación que tenemos. Así que no sabría responderle. Le prometo preguntárselo a mi viejo que es mecánico.

- A mí me vuelven loco los autos. Tuve uno como el tuyo cuando era joven. Tu viejo es mecánico y le tocó un hijo que ni le interesa. Ironías de la vida.

-Así es. Digamos que no es lo mío.

-Vos tenés pinta de artista…

Jugó su segunda carta y no me iba a permitir dejarlo a gamba nuevamente.

-Me gusta escribir, ahora hace mucho que no lo hago, pero me le animo a los versos y a los cuentos.

-¡Yo sabia! Me encantaría leer algo tuyo. Acá paso mucho tiempo solo y si uno no ejercita la cabeza se va haciendo más viejo y yo quiero seguir siendo joven. Estoy dispuesto a pagarte, pero no me falles y cuando vengas para la lavandería traeme algo para leer. ¿Puede ser?

-Tranquilo Jorge, con el cuidado del auto y compartir unas cervezas mientras vemos como juegan los pibes, me doy por millonario.

-Juegan siempre a esta hora, se arman lindos partidos.

-¡Uy que golazo que metió ese pibe! ¿Lo vio? Se gambeteó a todos.

Si. Es el hijo de Pamela, la mujer que trabaja en la panadería El Sol. Facundo se llama, por ahora pertenece al club Mitre de Pérez pero en cualquier momento se lo lleva Rosario Central. Tiene una zurda exquisita y es un rebelde. Va a llegar lejos. Te lo aseguro.

-¿Cómo puede estar tan seguro?

-Tiene condiciones de sobra pero lo más importante es su cabeza. Cuando se equivoca inmediatamente la vuelve a pedir. No se frustra, sigue para adelante. Soy psiquiatra Maxi, reconozco a simple vista cuando una cabeza está en eje o descarrilada, y el Facu tiene todos los patitos en fila.

-Ojalá tengas razón y algún día nos haga felices, primero a los canallas y después a los argentinos.

-Yo pienso que va a suceder. Además se lo merece, él y su familia, son todos de muy buena madera.

-¿Así que psiquiatra? Debe haber vivido historias más que interesantes....

-Si tenés tiempo, andá adentro y tráete una silla que te cuento…

-¿Por qué brindamos? -pregunté mientras me sentaba y destapaba la birra con los dientes.

- No recuerdo haberte pedido una cerveza pero ya que te tomaste el atrevimiento... Propongo que el brindis sea por la amistad -exclamó levantando su vaso rebosante de espuma.

- Adhiero. Y déjeme agregar porque en el futuro no sean necesarios los psiquiatras ni los poetas.

-No seas tan romántico pibe. O por lo menos espera a que me jubile.

Me contó varias anécdotas sobre sus pacientes y sus aventuras y concluyó: "El último que ingresó asegura ser Freddie Mercury. No te das una idea lo que nos hace reir, se re posesiona, hace como que toca el piano y tira un beso como Freddie en Wembley cuando canta Bhoemian Rhapsody".

Caía la tarde y Facundo volvía a marcar otro gol, esta vez, picándosela al arquero a lo Angel Di Maria.

-¿Sabés en qué pienso Maxi?

-Dígame...

- En que no es casualidad que esta bella tarde nos haya reunido a Facu, a Freddie, a vos y a mí.

-¿Usted cree en eso de que el viento nos amontona?

-Te diría que casi no creo en otra cosa. Y sino es el viento que sea un gran escritor como el negro Fontanarrosa o el gordo Soriano. Estoy convencido de que ellos escribirían un lindo cuento con nosotros.

-No tengo ninguna duda de eso pero no espere tanto de mi, Jorge. No tengo ni la imaginación ni el talento de esos genios.

-¡Qué pena! La cabeza pibe. Ejercitá la cabeza.

Estaba por excusarme cuando un furibundo remate de Facundo se estrelló contra el vidrio de mi auto haciéndolo estallar en 1000 pedazos. Salté como un resorte y mientras cruzaba la calle empuñando la botella como un bate de béisbol escuché a Jorge gritar: "La cabeza Maxi. Rómpela la cabeza".