“Hacía bastante tiempo que no hacía un álbum de rock”, dice David Garrett al comenzar la charla con PáginaI12. “En los últimos años di más espacio a mis presentaciones en el ámbito de la música clásica, grabé los Conciertos para violín y orquesta de Johannes de Brahms y Max Bruch, además de hacer un álbum con canciones originales. Después de eso fue que sentí que había llegado el momento indicado para hacer un disco de rock”, describe el violinista alemán, capaz de elaborar su virtuosismo yendo y viniendo por los géneros y sus posibilidades. Rock Revolution se llama el disco en cuestión, que Garrett presentará hoy a las 21 en el Luna Park, en el marco de su gira Explosive Live. 

Considerado uno de los violinistas más extrovertidos musicalmente de las últimas décadas, Garrett, hablando de revoluciones y explosiones, ha logrado romper ciertos esquemas de circulación y fruición de la música. Si es cierto que siempre hubo quien se ocupase de romper esquemas, también es cierto que Garrett es de los que lo supo hacerlo desde el lado más espectacular, a partir de un virtuosismo instrumental absoluto, en nombre de un gusto musical sostenido en los diálogos del “crossover”. Así es como en su discografía conviven Mozart, Beethoven, Tchaikovsky y Paganini, con Metallica, Queen, Led Zeppelin, The Verve, interpretados desde el vértigo de quien no se deja alcanzar por el tiempo.

En un rincón amable de un hotel de Recoleta, Garrett conversa. El tono distendido de su charla no hace pensar en una estrella del rock o cosas por el estilo. A su alrededor solo tiene una copa con agua y su violín, con el que antes de la charla toca algunos arpegios y escalas con perfecta afinación y precisión rítmica. “Para mí hacer música se trata tanto de sentirme a gusto, como de estar inspirado, y para este disco yo estaba inspirado para el rock”, dice mientras se frota las manos.

–¿Cómo será su concierto en el Luna Park?

–Voy a tocar con mi banda, con quienes tocamos juntos desde hace diez años e hicimos arreglos para muchos temas populares de rock, pop, r&b y también de piezas clásicas. Es muy divertido para mí estar involucrado en esos arreglos. Si tengo que definirlo, digo que será un show divertido. Para el que disfruta de escuchar música, seguro será un viaje. Un viaje por la historia de la música.

–¿De qué manera influye el espacio en su manera de hacer música? Porque un teatro no es lo mismo que un estadio, ¿o sí?

–Para mí, sí. El lugar no me influye en absoluto. Porque todo lo que me resulta importante está alrededor mío, cerca. Por eso es que todo funciona igual si estamos tocando en una sala clásica o en un estadio grande, al aire libre, o como fuera. Basta con que estemos tocando juntos, escuchando lo que cada uno hace en el escenario, conectados entre nosotros y con el público. En tanto dispongamos de un buen sonido, podemos dar el máximo de nuestras posibilidades y el espacio no influye para nada. 

–¿Cuándo descubrió que el violín podía ser un instrumento para hacer rock?

–No lo sé exactamente. Yo comencé a tocar música por fuera de lo estrictamente clásico cuando estaba en la secundaria, más o menos. En esa etapa, es lógico que las cosas que escuchás pasen a formar parte de lo que tratás de tocar con tu instrumento, creo que es un proceso bastante natural. Y ahí vas viendo lo que es posible, lo que no es posible. Después vas evolucionando, a medida que ves otros mundos, te ponés a buscar más piezas, que también vas llevando al instrumento. Es un proceso natural, pero que lleva más años. 

–¿Cuáles son sus ídolos del rock y cuáles son sus ídolos de la música clásica?

–En la música clásica, obviamente, está la gente con la que trabajé. Mis más grandes héroes del instrumento son gente con la que trabajé mucho y con la que también he estudiado, como Isaac Stern, Yehudi Menuhin o Itzhak Perlman, con quien me gradué en la Julliard School. Si se trata de rock, el violín no es un instrumento tan frecuente, entonces tengo que ir a los grandes guitarristas del rock, como Jimmy Page o Jimmi Hendrix, gente que adoro escuchar, con gran sentido del ritmo en su instrumento.

–¿Qué piensa que hubiese hecho Paganini si hubiese tenido un violín eléctrico?

—¡Me gusta creer que hubiera hecho algo cercano a lo que yo estoy haciendo! (risas). Pero nunca se sabe… Obviamente, él llevó a otro lugar el instrumento, lo elevó para su época. Creo que todo músico apunta a ser tan creativo en el violín como lo fue Paganini, como también lo hago yo. Admiro en él no tanto la técnica y el virtuosismo que puso en las piezas, sino la creatividad para llegar a ellas, las ideas que volcó. Eso para mí es lo más admirable. Yo trato de poner creatividad para que el violín suene diferente, para llegar a nuevas técnicas. Si puedo llegar a alcanzar eso en mi vida, cambiar la perspectiva de quien escucha este instrumento, entonces podré sentirme muy orgulloso. 

Hace poco, Garrett tocó el concierto de Tchaikovsky en la Scala de Milán y para el próximo año ya tiene programados entre otras cosas tocar el de Jean Sibelius con distintas orquesta por el mundo. “Mi actividad con la música clásica continua, siempre intercalada con los shows de Crossover”, asegura “el más rápido del mundo”, según el título que oficializó el mismísimo Libro Guiness de los Records.

–¿Ayuda a ser un buen músico ser el más rápido del mundo?

–Creo que primero tenés que ser un buen músico, y después viene todo lo otro. Hay que tener un poco de suerte, la mezcla entre estar en el lugar correcto y en el momento apropiado. Pero en la base de cualquier éxito está el conocimiento, la disciplina y también el talento. Todo lo demás, puede ayudarte a tocar, pero una carrera de largo aliento es mucho más que la apariencia.