En julio del año pasado durante la tradicional fiesta española de San Fermín, un grupo de cinco varones conocidos como “La Manada”, violaron a una joven. El juicio, que se está llevando adelante, constituye un despliegue de machismo y misoginia por parte del poder judicial español. Los argumentos expedidos por la defensa, incorporados y aceptados por la justicia, hacen surgir una nueva pregunta sobre el machismo aleccionador que atraviesa nuestros cuerpos ante situaciones de violencia sexual. Luego de ser acosadas, abusadas, violadas, ¿tenemos derecho a seguir  adelante y vivir una vida feliz? ¿Tenemos derecho a recuperar nuestro derecho al placer?

La abogados de los violadores argumentan que no se trató de una violación sino que fue sexo consentido. La estrategia se basó en una examinación de la vida personal y privada de la víctima. Contrataron un investigador privado para demostrar que, después de la violación la mujer siguió adelante y llevó una vida normal. Se empezó a hablar de su actividad en redes sociales, de sus vacaciones y de sus selfies posteriores a la violación. El razonamiento sobre el que se basa es: “¿Cómo una chica puede seguir adelante con su vida, como si nada hubiera pasado, luego de haber sido violada por cinco varones? ¿Qué clase de víctima es?”.

Este argumento tiene una intención doblemente aleccionadora en el acto de violencia sexual y en cómo debe ser una buena víctima. Para que el dispositivo aleccionador funcione tiene que cumplirse el estereotipo hegemónico de la víctima: la culpa, el trauma, quedar arruinada para siempre. Se sigue figurando a la violación como un hecho perpetrado por hombres extraños que emergen de oscuros callejones y nos atacan sexualmente. Esto existe, sí, pero en una proporción menor. Hay múltiples escenarios en los que se desarrolla la violencia sexual. ¿Por qué es tan difícil pensar en diferentes formas de transitar el proceso para las víctimas? ¿Por qué tiene que haber un solo tipo de víctima caracterizada por la patologización?

Si tenemos en cuenta que, según la ONU, un 70 por ciento de las mujeres ha sufrido, en algún momento de su vida, algún tipo de agresión sexual, la construcción tan sólida de un modelo de víctima, con su objetivo aleccionador, tiene sentido. Para el patriarcado, la única víctima buena, que vale, que merece la pena, es la que no sobrevive, ni física ni psicológicamente. La que elige volver a pisar el espacio público y renunciar a la vergüenza, al miedo y a la culpa por la violencia es culpable, por acción u omisión. Por rebeldía. Hoy más que nunca es claro que sobrevivir, sonreír, bailar y no renunciar al placer es una convicción política, un acto de resistencia. 

No estamos solas, nosotras sí nos creemos, y acá somos, también, una manada.

(*) Vicepresidenta de Red de Mujeres.