El Club Atlético Colegiales, que nació en ese barrio porteño pero reside desde mediados del siglo pasado en la localidad de Munro, partido de Vicente López, conurbano norte, se consagró el domingo pasado campeón del torneo de fútbol de la B Metropolitana. Deberá definir el ascenso a la Primera Nacional, en dos finales con el otro campeón del año, Los Andes.
No se trata de un hecho meramente deportivo, porque lo que ocurre en el campo de juego, aunque tiene una cuota de azar que hace a este deporte único, es a la vez el reflejo de unas relaciones de poder y micropoder, políticas y económicas, en extremo complejas.
Esta final también demostrará que las asociaciones civiles pueden ascender. Los dos ascendidos del año pasado, San Miguel y Talleres de Remedios de Escalda, son dos sociedades anónimas deportivas encubiertas, SADE, término que acuñó el colega Ezequiel Fernández Moores.
En esta división, donde la visibilidad es menor, donde los actos y decisiones tienen menos publicidad, gerenciar parece más sencillo. Podríamos modificar el acrónimo a SADAE: sociedades anónimas deportivas apenas encubiertas.
En primer lugar, Colegiales es una asociación civil. Los socios eligieron a la conducción actual en elecciones. Los dirigentes de hoy tienen entre cuarenta y cuarenta y cinco años: a la pasión que heredaron de sus mayores le agregaron algunas herramientas digitales que hacen a la gestión más ágil y transparente. Pago electrónicos, carnets con QR, menos dinero en efectivo y mayor trazabilidad.
Como el club es de los socios, nadie se lleva nada y todo se reinvierte. En los últimos dos años Colegiales construyó una pensión para los pibes de inferiores que vienen de lejos y le instaló al estadio un importante sistema de iluminación, que permite ahora jugar partidos nocturnos. Activos que quedan en el patrimonio del club, poco frecuentes en la categoría donde milita.
Durante la década pasada, “Cole” debió resistir los intentos de colonización por parte de la entonces recién llegada administración de Jorge Macri. Esos intentos incluyeron, como intento de disciplinamiento, el desalojo del predio municipal donde entrenaban las inferiores, para cederlo al Olivos Rugby Club. El tricolor fue mudado a un reservorio, literalmente un pozo donde se acumula el agua de lluvia.
Esas tensiones derivaron en una ruptura entre barras, que posteriormente culminó a los tiros, con la muerte del líder histórico, el “Loco Pocho”, que encabezaba la resistencia a la cooptación. El crimen de Pocho Moralez, lejos de abrir las puertas al desembarco del Pro, operó a la inversa. Colegiales resistió y hoy tiene, más de una década después, con la administración que encabeza Soledad Martínez una relación distante pero respetuosa.
También está la cuestión micropolítica o la política de AFA. No es lo mismo disputar un torneo cabeza a cabeza con cualquier otro club que hacerlo con Deportivo Armenio. El presidente de Armenio es Luciano Nakis, hombre de máxima confianza del Chiqui Tapia. Los argentinos acoostumbramos pensar mal, más si tenemos motivos.
Peor el fútbol es también un estado de ánimo, de gracia o de desgracia. En las últimas fechas, el epuipo de Colegiales batalló, más que contra los rivales, contra sus propios fantasmas.
En 2021 estuvo a minutos de ascender. Un gol de Flandria en la final forzó un desempate por penales. Ganó Flandria. Cole, todavía golpeado, juegó la final del reducido con Sacachispas. También la perdió por penales. Aunque los hinchas evitaban mencionarlo, el recuerdo flotaba en el aire.
Este año fue muy superior al resto en la cancha, pero resignó puntos clave en las últimas fechas. Así se estiró una definición que debió llegar antes y puso a prueba los corazones y los nervios de jugadores, cuerpo técnico e hinchas. Los rostros, después del ìtazo final, mostraban tanto desahogo como alegría.
Pero llegó el título y con él el lugar en la final. Una alegría para un barrio que fue obrero y hoy ve cambiar su fisonomía, donde las casas se venden y dejan lugar a edificios de tres pisos, donde las fábricas que cierran ya no reabren.
Hoy son más de mil los pibes de ambos sexos que entrenan en las inferiores del tricolor, en el pozo los que juegan en cancha grande, en la sede los de fútbol 5. Los que se dedican al scouting, el anglicismo con el que ahora se denomina a la detección de talentos, hace una observación interesante.
“El fútbol se vuelve cada vez más físico. La alimentación en los primeros años de infancia es un filtro inevitable. Al que le faltó olla, al que le faltó proteína, no le va a dar la nafta, pobrecito. Como están las cosas, las proteínas animales son cada vez más inaccesibles. En la zona norte, ese proceso viene más lento o se nota menos porque había un poco más de colchón. Por eso venimos acá a mirar jugadores”.