“Escribo y al escribir la angustia se encauza y se modera”, escribe en su diario personal, recién comenzado a los veintiséis años, el novelista platense Leopoldo Brizuela. Se lo dice a sí mismo y a un amante al que le escribe a la distancia, el primer varón con el que descubre y asume su homosexualidad.
“Diario del abandono”, recientemente publicado por la editorial Bosque Energético, trae los textos íntimos, personales, de este escritor tan platense, que vivió entre los años 1963 y 2019.
El diario se inscribe en una tradición que integran otros textos ya consagrados, como los tres tomos de “Los diarios de Emilio Renzi”, que dan cuenta de la ebullición interior de Ricardo Piglia. Especialmente “Años de formación”, porque allí se puede observar el paso a paso de la transformación, de cómo un escritor se pare a sí mismo, o como un muchacho se hace escritor, deviene escritor, generalmente para hacer frente a angustias, carencias y necesidades profundas, personales y no siempre evidentes.
En este sentido, “Diario del abandono” es un poco heredero de “La invención de la soledad”, de Paul Auster, tal vez su libro más íntimo y descarnado. Allí, el recientemente fallecido escritor cuenta cómo atravesó dos experiencias vitales de las más indelebles que pueden tocarle a un ser humano, con pocas semanas de diferencia. Esto es, la muerte de su padre y el nacimiento de su primer hijo. Ambas, combinadas, implican un relocalización de Auster en la geografía social, familiar y emocional, de hijo a padre. Y ese clic será central en su posterior y prolífica literatura.
En “Diario del abandono”, Brizuela también descubre quién es, quién será y qué escribirá en los años siguientes. Es un abandónico, que teme permanentemente ser abandonado, temor que tiñe de zozobra y desconfianza todas sus relaciones y amenaza con hundirlo en una profunda y real soledad.
El abandono y el temor a que ocurra serán clave en su vida: herencia materna, de una mujer sencilla de Punta Lara que se enamoró de un marinero, el padre de Brizuela, que no está nunca, y al que siempre espera, cual Penélope.
Su madre, central en su vida y en su infancia, es una figura recurrente y dominante a lo largo de las casi doscientas páginas del libro. “No hay dolor más grande que dar a luz, repite siempre mi madre y yo siento que nunca podré pagarle su sacrificio y que todo abandono mío, todo querer desprenderme de ella, nacer, será otra ingratitud”.
Queda entonces conformado el juego de sustituciones, ante la ausencia del padre, embarcado, por el cual el niño Brizuela quedará atrapado en un universo femenino, con algo de Manuel Puig.
"Me han educado como mujer, entre mujeres, y no habría imagen que me permitiese actuar como actúa un varón", escribe con claridad meridiana el jóven Brizuela, que reniega de las pelotas de fútbol y revólveres de juguete que trae de regalo su padre en cada regreso.
Obviamente se trata de un texto autobiográfico, pero esa expresión no le hace suficiente justicia. El libro es una ventana abierta de par en par para observar el interior de Brizuela durante el tiempo exacto en que transcurre el proceso que lo convierte en escritor, cuando decide quién será.
Y es una decisión que requiere coraje, tanto para abandonar la casa paterna como para renunciar a un empleo estable y sobrevivir a base de colaboraciones en el periodismo cultural, traducciones y clases que nunca están garantizadas, como para asumirse homosexual cuando termina la década del ochenta.
Por supuesto, se requiere coraje para revolver en la propia infancia, para confrontar a los fantasmas que custodian los recuerdos más dolorosos que son, sin duda, los que moldean nuestra personalidad y nuestro destino si se lo permitimos sumisamente.
Afortunadamente para los lectores, no hubo nada de sumiso en Brizuela. Esa decisión fue la que nos permitió disfrutar de novelas como “Inglaterra, una fábula”, que en 1999 obtuvo el Premio Novela de Clarín, que entonces iba recién por su segunda edición y era tomado con mucha seriedad por el mundillo literario.
Como “Ensenada, una memoria”, novela histórica que narra cómo se vivió en esa localidad el alzamiento antiperonista de 1955, que amenazaba con volar la destilería de YPF y con ella todo el pueblo, como represalia por su participación protagónica en el 17 de octubre de 1945.
O como “En una misma noche”, donde narra un episodio traumático y a la vez vergonzante, que pudo resignificar con los años. Una noche en dictadura, un grupo de tareas toca a la puerta de su casa, porque quiere sorprender por el fondo a los vecinos. Su padre colabora, casi con orgullo. Leopoldo, incómodo, se sienta al piano, como si así pudiera conjurar el oprobio.