No tiene nada que hacer y el escenario callado de su casa se convierte en el negativo de una pequeña aventura, en un set de filmación donde todo puede ser igual y el desafío es cómo aprender a permanecer en esa lentitud desconcertante.

La protagonista de esta novela escrita por Agustina Espasandín eligió dejar de trabajar y darse atracones de tiempo como si de esas noches mirando documentales o de esas caminatas hasta el cementerio con su perro Río, pudiera surgir una escena imposible de ser capturada en otro estado, un descubrimiento sobre esa penumbra del mundo que de pronto se le aparece nítida, reveladora, asombrosa como ese halcón que se devora una rata ante sus ojos.


Que pase algo pronto es el título de esta novela publicada por Editorial Sigilo donde se prefigura cierta impaciencia y contradicción. Lo cierto es que la narradora/protagonista no se propone establecer un discurso crítico sobre la exigencia de trabajar hasta la extenuación, sobre las ambiciones de una chica de treinta años que se desempeña exitosamente en el mundo audiovisual, ni sobre un uso del tiempo, a veces alienante, donde no hay diferencia entre el ocio y las horas productivas. Tampoco tiene grandes expectativas ni filosóficas ni existenciales, ninguna ilusión de conectarse con cierta profundidad gracias a su voluntaria detención. Por el contrario, la protagonista se muestra dispuesta a abismarse ante la posibilidad de no volver a la actividad laboral nunca más, de quedarse en ese letargo como si estuviera dispuesta a entregarse por completo a él, de desertar sin alardes, sin querer convertirse en un ejemplo, solo por la curiosidad de averiguar qué hay del otro lado, cuando la realidad se sustrae del apuro.

La autora pone toda su dedicación en construir una narración en primera persona minuciosa, detallista que elude las confesiones (aunque deja notar ciertas ansiedades y dudas) para encontrar en lo mínimo, en esas acciones básicas ligadas al cuidado de las plantas, a las excursiones a la terraza, al diálogo con la vecina, la capacidad de ofrecer una historia. También parece enamorarse o avanzar sin definiciones claras en una relación amorosa y sexual con una chica que le gusta, aunque su deseo siempre está aletargado por esa voluntad de contemplación y por una estructura que se sustenta en situaciones aleatorias. El vínculo con el sepulturero está ligado a una implicancia que jamás hubiera tenido lugar en su vida anterior, cuando los requerimientos de su tarea como asistente de producción de un rodaje alteraban las categorías de lo importante y lo insignificante. La pareja de ancianos que vive en la casa vecina, los movimientos de las aves en su terraza hubieran formado parte de un escenario ignorado para ella al que ahora se integra como si estuviera dispuesta a rendirse y, a la vez, encontrara allí una fuerza incomprensible.

La novela de Agustina Espasandín se desarrolla en planos. Las aves que intenta documentar con su cámara en la terraza, el golpe que se da en una filmación cuando decide aceptar uno de los tantos trabajos que le proponen pero una caída le fractura una pierna y la devuelve a la cama y a la quietud la definen como un ser capturado por ese mundo inerte, como si un impulso invisible le dijera que ya no pertenece a la vida activa, productiva y competitiva sino que le ha tocado descubrir ese “tornado interior” que ella apacigua como si se sometiera a un experimento.

En esa manera nueva de estar en el presente, la protagonista se conecta con su perro casi como el único interlocutor posible. Es interesante como ese mundo de los animales, las aves y las plantas pasa a tener un fulgor, una determinación en la novela por encima de cualquier otro personaje. Ella está en ese estado precario, en esa rutina insidiosa que no conduce a nada más que a la supervivencia y se propone persistir hasta las zonas más insoportables. La protagonista nunca quiere volver a su vida anterior y en esa decisión, solo alterada por las necesidades económicas (la AFIP le debita una suma considerable de su cuenta bancaria) ella se muestra como un ser que responde a los mecanismos de una realidad de la que fue capaz de desertar.

La narradora insiste con la necesidad de que el tiempo sea todo suyo y en esta frase se sintetiza el núcleo de la novela. Entregar el tiempo es una condición para que la vida simule tener su sentido pero ¿qué pasa cuando el tiempo queda despojado de ocupaciones? Lo que se vislumbra es una atracción por los márgenes. Lo que hace la protagonista es mirar desde otro ángulo, filmar la película de su vida desde el punto de vista de un personaje secundario, de un extra. Correrse del protagonismo y ser la chica que pasea al perro o que deja la carne abandonada en la parrilla una noche cualquiera como si nada le perteneciera, le permite construir un secreto entre la narradora y sus lectores.