Como cada miércoles a esta hora de la mañana, Daniel Zambaglione dispone los conos simétricamente sobre las baldosas del patio, para que las chicas puedas hacer los ejercicios de entrada en calor. Enseguida se las ingenia para colgar las bolsas de una viga: calcula a ojo la altura y ata la soga para que quede firme.
El cielo tierra siempre lo hace renegar un poco más. Lo hizo, con viento, con lluvia, con sol suave y lo hace ahora, que más que calentar, quema. Antes, en un pequeño ritual, compartido y repetido, el personal de la Unidad 8 de Mujeres del Servicio Penitenciario Bonaerense le revisó cada uno de los bolsos y vuelve a encontrar lo mismo: vendas, guantes, cabezales, sogas y fotocopias. Y lo hizo esperar. Acá siempre hay que esperar, porque lo único que sobra es el tiempo.
A Daniel lo acompaña siempre su hija Julieta, que selecciona los textos a trabajar, y a veces también otros docentes de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) o gente del boxeo. Cuando todo está listo, una agente lo lleva escaleras arriba, donde las chicas, que siguieron por las ventanas del pabellón los preparativos, lo esperan ansiosas junto a la reja, para salir al patio. Las chicas sonríen, ríen, gritan, juegan, aprenden, se emocionan. Daniel también, sólo que como las dobla en edad, aprendió a contenerse.
Las chicas, más de veinte en total, esperan con ansiedad esta hora del miércoles, que corta un poco el tedio y las horas muertas del pabellón. Hoy especialmente, porque no es un entrenamiento más sino el cierre del año, con la promesa de retomar la actividad después de las fiestas.
Con tanta excitación (Daniel prometió algunas sorpresas), las chicas al bajar al patio se dispersan y él debe hacer un esfuerzo adicional para recuperar su atención. Las más jóvenes usan la ropa deportiva de sus clubes de fútbol: hay de Chaca, de Almirante Brown, de Tigre, de Racing, hasta una de Newells. Siempre holgada, para disimular las formas del cuerpo. Ese es el código que todas asimilan al entrar.
Daniel presenta a “la Cordobesa”, que cumplió sesenta años pero entrena a la par de las de veinte. Tiene aprobada más de media carrera de periodismo y unas cuántas materias de derecho. Señala a una compañera, muy joven, y le pide que se acerque. "Ella acaba de aprobar el examen de ingreso a Periodismo", cuenta orgullosa y se nota que algo tuvo que ver.
Yenny, que ya guantea con cierta elegancia, es de General Rodríguez, Nadia es de Quilmes, hay dos chicas de San Martín, una de Fuerte Apache, en Tres de Febrero. Todas del conurbano. Primera conclusión, no hay internas de clase media. La pregunta que flota es si las otras clases sociales no delinquen o todo se reduce a qué abogado penalista se puede pagar cada uno.
Segunda conclusión: no hay acá estereotipos de delincuentes. Lo que se ven son existencias precarias, mujeres que pueden terminar presas si toman mal una curva, tienen un día de furia o desesperación, problemas que en otros casos se pueden resolver con una tarjeta de crédito o sabiendo a quién llamar. Capital simbólico, capital relacional o capital a secas. La mayoría tiene causas por drogas y espera aún su condena.
Pero todo eso desaparece por un rato. Mientras Daniel da indicaciones, sólo importa sacar el uno-dos, cerrar bien la guardia, incorporar el gesto técnico. Las chicas vencieron primero la desidia, luego la timidez y ahora transpiran para reconstruir su autoestima. Para eso es el taller de boxeo y literatura.
La clase termina con guanteos cortos, de dos minutos, en un ring cuyas cuerdas improvisadas son los brazos de los ayudantes, que se paran en los cuatro rincones. Van rotando pero algunas se eligen como rivales. Todo podría desmadrarse en un segundo, pero no. “Trabajen sólo a marcar el golpe, velocidad sin potencia”, indica el profe y nadie lo contradice. Cada round culmina en un abrazo.
Termina la hora y se sientan en el piso en ronda. El profe construyó su autoridad a base de presencia constante, dijo que iba a venir cada miércoles y cumplió, no barrileteó. Ahora, reparte unas fotocopias. Las que se animan leen en voz alta, el resto sigue con la mirada atenta. Hoy es un poema anónimo, trata sobre la capacidad de reinventarse, de procesar el dolor. Antes fueron microrrelatos, cosas de Charles Bukowski. Después viene la discusión, lo que nos quiso decir el autor.
Generalmente, eso es todo. Pero hoy hay más. En el SUM, las sillas se dispusieron como en un auditorio. Las chicas se ven y se reconocen en un video, que las muestra practicando a lo largo del año. Hay aplausos. Después, cada una recibe un certificado de asistencia, que será computado a la hora de evaluar su conducta, y puede redundar en beneficios en las condiciones de detención, si el juez así lo considera. Por eso lo cuidarán como si fuera oro.
La actividad termina con un brindis: gaseosas, jugos, galletitas. Las autoridades del penal, en un discreto segundo plano, miran complacidas. Las chicas se demoran en la despedida, antes de volver a subir al pabellón. "Cuando empezó, yo tenía cierta prevención. Después entendí que el boxeo es una disciplina y una doctrina, que las personas que practican tienen mejor conducta y mejores valores", dice una de las autoridades. "Entendiste todo. Boxear te salva", le responde el Negro.
Enfoque
Zambaglione es docente universitario, enseña Historia Social del Deporte en la Facultad de Periodismo de la UNLP, y doctorando de la misma disciplina en la misma casa de estudios, donde trabaja su tesis bajo la tutoría de José Garriga Zucal.
Pero, antes que eso, es también vecino de Los Hornos. Vive muy cerca del penal y buena parte de su vida ha girado en torno al boxeo, ya sea en la práctica como aficionado o como espectador ferviente. Para él, la actividad en el penal es la oportunidad de combinar, además de la pasión boxística, el voluntariado con las internas, y la experiencia de campo necesaria para completar su tesis.
Su encuadre es lo que se denomina la “pedagogía de la ternura”, que parte del aprendizaje, lúdico y la camaradería y entre en tensión con la “pedagogía de la crueldad” que es la que impera en las instituciones carcelarias, en Argentina y en el mundo. “De ese cruce, de esa tensión entre pedagogías, surge una configuración corporal determinada y una cierta predisposición”, explica.
El “Negro”, así le dicen, lee e investiga con pasión todo la literatura especializada. Desde los clásicos, como “Vigilar y castigar” de Michel Foucault, a los trabajos de Loïc Wacquant, como “Las cárceles de la miseria” y “Entre las cuerdas”, donde cuenta su experiencia en un club de boxeo de un ghetto negro en la ciudad de Detroit.
Para llegar hasta acá, Zambaglione contó con el permiso de las autoridades, tanto del ministerio de Justicia como del Servicio Penitenciario Bonaerense. También con el apoyo de la prosecretaria de Extensión de la facultad, Liliana Rocha. Hasta aquí, todo fue a pulmón y en escala artesanal.
Daniel y Julieta hicieron lo que pudieron, con material deportivo propio y donado, pidiendo permiso en sus trabajos remunerados, haciendo frente a todo tipo de limitaciones. Ahora que el resultado es a todas luces positivo, hay chances de que la práctica escale.
El Ministerio de Justicia cuenta con una Dirección de Programas Deportivos en Contexto de Encierro. La mayor parte de la práctica es fútbol. Hay boxeo en Dolores y en Junín, porque las autoridades de esos penales son conocedoras del arte de los puños. Tras presenciar la actividad del último miércoles, el director a cargo del área, Federico Carrique, se mostró entusiasta respecto a elaborar un programa más ambicioso de cara al año entrante.
La novedad sería un tiro a dos bandas, porque incluiría al área de Extensión de la facultad. Tanto Zambaglione como Rocha ven con buenos ojos la posibilidad de que los estudiantes puedan realizar prácticas en contextos de encierro, que complementen su formación profesional. La iniciativa, difundida a través de las redes sociales, ya provocó el interés de otros educadores con actividad en penales de la zona.