El próximo martes a partir de las 19 en el Complejo Cultural Atlas (Mitre 645), en un día que se anticipa como soleado, se presenta un libro que sitúa a su autor, el poeta casildense Yamil Dora, en un lugar de visibilidad y relevancia entre la literatura contemporánea argentina. Ilustrado con fotos familiares que son una parte vital del texto y publicado este año por Ediciones Lamás Médula en Buenos Aires, donde reside actualmente Dora, Los lindos es una memoir en prosa poética que encanta por igual a lectores tan diversos como un niño de 6 años, una adolescente de 12 o la reconocida escritora Selva Almada.

Decir que encanta es hablar literalmente, es describir un efecto estético de encantamiento. La prosa minimalista del libro acuna, arrulla, hipnotiza, contagia. Su fórmula es el uso bien ritmado de palabras coloquiales y frases repetidas, con o sin variaciones, a lo largo de todo el texto. Es un estilo musicalmente drone: neptuniano, soluble, afín a la ebriedad, a la memoria intrauterina del latido materno. Como algunas baladas de Lou Reed o los poemas de Miguel Hernández, parece tan sencillo que da ganas a cualquiera de escribir.

Su insistencia evoca la del método moderno de enseñanza de un idioma extranjero: "Mi abuela Linda se ríe. Mi abuelo Wasfi se ríe. (...) Mi tío Juan Carlos se ríe. Mi tío Toto no se ríe". Bajo la aparente inocencia de esa voz niña, resplandece la conciencia de un adulto que reflexiona lúcidamente sobre la vida, la muerte y el tiempo mientras recapitula en tonos luminosos un drama familiar de parientes negados, prejuicios pueblerinos, bonanza y ruina, con la incómoda singularidad de ser "los lindos", "el turquito", los del bar. La poesía aparece, en esta Bildungsroman fragmentaria, como la salvación.

Un poeta que tiene mucho de trovador, que organiza lecturas de sus colegas en cada pueblo de su provincia y que disfruta viajando por la pampa como si llevara colgada al hombro una guitarra invisible, Yamil Dora nació el 2 de marzo de 1971 en medio de una inundación y con el sol en Piscis (esto último no lo dice, pero cabía sospecharlo).

Escribe su propio mito a partir de relatos familiares que resignifica: "el bar se llamaba 'Mi tío' y en la barra había un moisés donde yo dormía. Está bueno saber que yo dormía en la barra de un bar".

Esa voz que insiste lucha contra el silencio. El pez encuentra su agua en el canto, que según le dijeron, llena de alma las ciudades. Versos inspirados se entraman con las anécdotas como un estribillo que prefiere decir poesía, así sea haciéndola pasar de contrabando como meras frases, antes que sólo hablar de ella: "Siempre pierde el que muere. Los muertos no tienen el tiempo. La incertidumbre tenemos".

Tanto en su libro anterior, Un hombre encima del mar (Del Dock, 2015), como en sus poemarios publicados por Ciudad Gótica, Yamil Dora ya explora la elocuencia y el ritmo de un vocabulario reducido. En esa extranjería de la palabra converge el abuelo Wasfi, oriundo de Siria, con la poesía moderna de Pizarnik y Juan Gelman, degustada en la iniciática librería que no podía faltarle a esta historia.

Dora estudió Lengua, Literatura y Comunicación Social en el profesorado Manuel Leiva. Creó y coordina, con el apoyo de Ente Cultural Santafesino y la diputada provincial del FJPV Claudia Giaccone, el ciclo "Historias de poetas santafesinos".