Las voces de las mujeres que decidieron no ser madres no abundan en la literatura contemporánea, Aquellas que buscaron la maternidad pero no pudieron quedar embarazadas están confinadas en los márgenes de una sociedad que las condena al ostracismo. La escritora peruana Rosario Yori es una buceadora arriesgada que no teme sumergirse en el fondo del mar con todo su cuerpo para explorar las sensaciones y los pensamientos que la asedian cuando se entera de que ella, que desciende de una legión de mujeres fértiles, puede ser la primera en romper con ese legado para enfrentar lo que define como “mi fracaso biológico”. 

En Infértil, su primera novela, esquiva cualquier eufemismo y opta por un título inapelable en su sonoridad y sentido. La protagonista, que también se llama Rosario, ha llegado al punto de no retorno, la cercanía de los 40 años, y decide junto a su pareja enfrentar un tratamiento agresivo hasta en las expresiones que escucha como “útero acabado” y “óvulos viejos”, entre otras metáforas para referirse a sus ovarios.

Yori -que nació en Lima (Perú) en 1982, estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y una maestría en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York, donde recibió la MacCracken Fellowship- publicó su primera novela a los 41 años. La postergación de la maternidad en Infértil podría vincularse también con el aplazamiento de la escritura literaria. De niña fantaseaba con ser escritora. Hay una escena que recuerda cuando a los seis años en una Feria del Libro vio un libro grande, ilustrado y de tapa dura: Déjame que te cuente, el libro de oro del cuento infantil peruano. La niña estaba tan fascinada que lo primero que hizo cuando llegó a su casa fue escribir la carta a Papá Noel para pedirle ese libro, que aún conserva en su escritorio como si fuera un amuleto. Un relato la impresionó especialmente: “Cómo y por qué odio los libros para niños”, del inefable Alfredo Bryce Echenique. Inspirada por ese texto escribió su primer cuento: “Cómo y por qué odio las tortas de chocolate”.

La escritora peruana, que pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Lago Puelo para un taller de escritura con Samanta Schweblin, cuenta que eligió estudiar literatura en la universidad porque quería escribir cuentos. “Pero en la facultad estaba muy orientada a una carrera académica que te enseñaba a leer de manera crítica, a estudiar el canon”. Cuando terminó la carrera, empezó a trabajar en una oficina de publicaciones que tenía un periódico. Un día necesitaban a alguien que pudiera hacer una nota. “¿Tú sabes escribir?”, le preguntaron. Entonces escribió la nota y se reconectó con la escritura desde el trabajo periodístico.

Habitar la duda

-¿Te preguntaban para cuándo una novela como le preguntan a las mujeres para cuándo un hijo?

-No, pero ahora que he publicado la primera me preguntan para cuándo la segunda (risas).

-¿Escribiendo Infértil pudiste descubrir si tu deseo de ser madre era genuino o respondía principalmente a la presión social que sienten las mujeres?

-No sé si llegué a descubrirlo porque finalmente el deseo está formado también por los mandatos sociales. Si bien no encontré una respuesta muy clara, precisamente creo ese es el tema central de la novela. Lo que sí pude hacer a la hora de escribirlo fue permitirme habitar la duda. La protagonista está tratando de resolver ese dilema. ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Cuál es su verdadero deseo? ¿Por qué se está embarcando en este tratamiento? Está transitando esos espacios grises. Cuando me preguntan cuál es el tema o el territorio de la novela, siempre digo que el territorio es la duda porque eso es lo que la protagonista está explorando. Esa duda de la maternidad la lleva a explorar sus vínculos familiares, sus vínculos afectivos, las presiones sociales, su identidad como mujer. Todo a partir de este detonante que es el diagnóstico de infertilidad y el inicio del tratamiento, que además es un tratamiento hormonal; entonces exacerba las emociones de la protagonista.

-¿Escribiste Infértil para sobrevivir a la imposibilidad de ser madre?

-Ahorita en retrospectiva no tengo tan claro si la empecé a escribir después del primer diagnóstico o después del primer tratamiento. El primer pasaje que escribí fue un fragmento en el cual la protagonista mira por la ventana y ve a una paloma que está muriendo en el techo. Yo empecé a escribir e hice el tratamiento durante la etapa de confinamiento, el primer año de pandemia. Y lo que sentí es que estaba rodeada de muerte. La pandemia tuvo unas cifras espeluznantes en Perú, el sistema de salud estaba colapsado, el confinamiento fue muy estricto, muy largo; prendía la televisión y había muerte por todos lados y uno tenía mucho miedo. Esa escena de la paloma fue algo que realmente sucedió; el único acceso que tenía al aire libre era mirar a través de mi ventana. Y ahí se posó la paloma a morir. Si bien era una escena un poco tétrica, porque era una paloma agonizando, había algo también de belleza en la imagen. Y yo creo que ahí estuvo la chispa de Infértil. En el momento en el cual te dicen que tu cuerpo es incapaz de producir vida, uno se pregunta también qué cosa es capaz de producir si no es muerte. La escritura fue una manera de resistir la imposibilidad de ser madre. No sé si necesariamente escribí para sobrevivir a la tristeza, al duelo, a las dudas de ese momento. O escribí para tratar de poner las cosas en orden y poder explorar esas emociones que estaban poniéndose en marcha.

Una masculinidad poco patriarcal

-En la novela, Luis dice que quería ser papá por los motivos equivocados, por egoísta. ¿Por qué quería ser madre la autora?

-Ella misma no lo entiende y siente alivio cuando el tratamiento no funciona. Yo no pude ser madre, igual que la protagonista. Pero a veces me pregunto si alguna mujer puede enfrentarse esa decisión sin miedo; es una decisión que va a transformar tu vida, va a transformar tu cuerpo. Existen muchas posibilidades de que las cosas salgan muy bien. Pero existen también muchas posibilidades de que algo salga mal. Ahora pienso qué pena que no se dio, pero por otro lado me puedo dedicar a otra cosa. En el caso de él, lo que me gustó es que tuviera esa comprensión que le permitía ver también que los motivos para querer ser padres están atravesados por experiencias de todo tipo. Puede ser una orfandad, puede ser un deseo de venganza, de reivindicación, de amor. En cambio la protagonista no tenía muy en claro por qué quería ser madre. En ese sentido, ese personaje en su duda está muy cercano a lo que sentí. Desde los juegos de infancia hasta las preguntas que te hacen propios y extraños aparece el tema de la maternidad, además está el famoso reloj biológico que te lleva a tener que enfrentarte esa decisión en un momento determinado, sin poder aplazarlo más, que es algo que quizás los hombres no sienten con tanta fuerza porque pueden ser padres hasta más avanzada edad. Creo que es ese momento, esa encrucijada, lo que quería explorar; las motivaciones pueden ser muchas. Puede ser un deseo genuino de querer ser madre, una romantización de la maternidad también que has recibido como insumo desde que eres muy chica. Esa misma fortaleza de esos mandatos sociales es lo que también te lleva a preguntarte ¿pero por qué quiero? O sea “en algún momento me voy a arrepentir, si no lo intento” es un discurso que está tan interiorizado que de pronto me hace dudar, porque finalmente también yo, como la protagonista, somos mujeres que hemos aplazado esa decisión porque había otras prioridades. La infertilidad es un diagnóstico que viene acompañado de mucha culpa, a veces de mucha vergüenza, porque uno se pone a cuestionar sus decisiones anteriores: esperé demasiado tiempo, privilegié demasiado mi carrera, los estudios, quizás salí de fiesta mucho y esta es una reacción de mi cuerpo. Y me parecía bastante injusto también que un diagnóstico de infertilidad se lleve con culpa, con vergüenza.

-En la novela, dicho irónicamente, las culpas están compartidas: la pareja de la protagonista también es infértil.

-Sí, las culpas están repartidas, sin embargo siento que socialmente recae más en la mujer siempre porque se demoró, porque esperó tanto. Una de las obras que trata la infertilidad en la literatura es Yerma, de García Lorca. A ella es a quien se la señala, pero el infértil es él. En mi novela los dos tienen dificultades, sin embargo me concentro en ella porque el tratamiento se da sobre su cuerpo, entonces es su cuerpo el que se interviene, el que se deshumaniza, el que se convierte en una máquina productiva y lo que hay detrás es un momento de mucha vulnerabilidad. Yo entiendo que los médicos tienen que ver las probabilidades y medir los resultados; son como relojeros de esos resultados que se tienen que dar. Por eso cuando recibe los resultados de un laboratorio ella dice que se convierte en cifras, indicadores y la mitad de las palabras que están usando para describirla no las comprende y tiene que meterse en ese lenguaje.

(Imagen: Verònica Bellomo)

-A pesar de que la protagonista comparte lo que le pasa con su madre y hermana, su pareja en cambio no habla. ¿Qué es lo que avergüenza de una pareja haciendo un tratamiento para poder ser padres?

-No lo sé… en el caso de la pareja de la novela lo que muestra son vínculos distintos. Ella tiene una muy buena relación con su mamá, con su hermana, una amiga, un espacio con quien poder ventilar estas emociones. Luis es un personaje muy marcado por la orfandad. Hay una orfandad que vuelve a él, no solamente en la motivación de ser padre, sino en la soledad con la cual lleva el tratamiento y, por ejemplo, en la pérdida de su madre, a la cual tiene que ir a llorar solo porque es cierto que murió en pandemia. Es como una doble orfandad, ¿no? Pero lo bonito de ese personaje es que es una masculinidad muy poco patriarcal, es poco controlador, poco machista. Ese tipo de masculinidad es la que le permite a la protagonista explorar la duda sobre la maternidad.

Culpa y vergüenza

-Luis parece más feminista que ella cuando no funciona el primer tratamiento y no se hace mucho problema. Pero la protagonista quiere seguir intentando y se podría decir que en ella pesa mucho más el mandato de ser madre que en él el mandato de ser padre, ¿no?

-Exacto. Incluso tienen una conversación en la cual ella le dice “ya quisiera que fracase y me lo saco encima, no es mi culpa, yo no tuve que decidir”. Y él le dice oye pero ¿quién te está obligando? En esa conversación se ve que para las mujeres el mandato de ser madres es mucho más fuerte. Hay una presión mucho más fuerte sobre los cuerpos de las mujeres.

-A partir de la lectura de Maternidad, de Sheila Heti, la protagonista se pregunta si crear un libro es como crear un hijo, si se puede pensar un vínculo entre trascender a través de la obra o trascender a través de una vida, ¿no?

-Empieza a leer el libro de Heti después de haber leído un libro de autoayuda espantoso que decía que si el tratamiento no funciona es porque no lo deseas lo suficiente. Me estoy inyectando la barriga todos los días, estoy haciendo lo que tengo que hacer y aún así no funciona; es que hay algo esotérico y mágico porque a la vez que estás sometiéndote al control de un tratamiento científico, las explicaciones que te proporciona ese libro es que no deseas suficientemente. No es racional esa explicación; estás en manos de la ciencia y en manos del realismo mágico. Giovanna Pollarolo, una escritora peruana que presentó mi libro, me decía que ella en algún momento tuvo cáncer y le regalaron un libro de autoayuda. Y se quería morir porque el libro la culpaba a ella del cáncer que tenía.

-Mariafé le dice a la protagonista que creía que su infertilidad era como un castigo divino. En tu caso, ¿qué pensaste?

-Para mí no fue un castigo divino, aunque debo decir que Mariafé también está inspirada en una amiga mía y las dos fuimos a un colegio católico. Yo creo que el sentimiento que primó fue la culpa por mis decisiones de vida por haber buscado ser madre cuando ya iba a llegar a los 40 (en realidad tampoco era tan mayor, tenía 37 años). De haberlo postergado, de haber viajado antes, de haber ido a hacer una maestría, de haber privilegiado mi carrera. El sentimiento que prevaleció fue la culpa más que la vergüenza o el castigo divino. También hubo mucho miedo porque sentía que le estaba negando a mi esposo la posibilidad de ser padre, porque pensaba que a lo mejor él se moría de ganas de ser padre y esto era el final de nuestra relación.

Literatura postergada

-Ella puede imaginar a su pareja cambiando pañales, tiene la construcción de lo que sería ser un padre, en cambio no se puede imaginar como madre. ¿Esto te pasaba a vos?

-Sí. La protagonista empieza a cuestionarse si está preparada para ser madre, para asumirlo. Ese camino quizás está muy estereotipado o es una idealización de lo que debería ser una madre y ella no se siente tan cómoda con poder cumplir ese rol. Existen distintos tipos de madres; hay madres que no son necesariamente esa idealización de la madre de comercial, que todo lo puede y que tiene un instinto maternal inquebrantable. Justamente esas grietas son las que me interesaba mostrar: si realmente existe ese instinto maternal tan arraigado.

-Hay un momento en que la pareja visita un cementerio y la protagonista dice que en su epitafio le gustaría que dijera: “aquí yace Rosario río de rosas hasta el infinito”, que es un verso de “Altazor”, de Vicente Huidobro. ¿Es cierto que querés que diga eso tu epitafio?

-Alguna vez lo he pensado, pero todavía no lo he mandado a hacer (risas). Siempre bromeamos con mi esposo porque yo le digo eso y él me dice que quiere que su epitafio diga: “aquí yace Luis Alejandro, no se arrepiente de las cumbias que no bailó por andar de rockerito”. Entonces es un chiste recurrente que tenemos, y es cierto que nos gusta visitar los cementerios. No sé por qué razón, pero hay algo que se puede conocer de las ciudades también por cómo organizan la muerte.

-Es tu primera novela y se podría decir que así como sentías culpa por haber postergado la maternidad, también se podría decir que postergaste la decisión de ser escritora. ¿Qué paralelismos encontrás entre estas dos postergaciones?

-En el campo de la literatura he sido siempre muy exigente, muy temerosa. La escritura es algo que no necesariamente desapareció, pero tomó otro rumbo más académico. Trabajé mucho tiempo en comunicación y escribía mis cuentos, pero como algo íntimo; no los compartía. De hecho cuando empecé a escribir esta novela, no lo hice pensando “voy a escribir una novela sobre esto; el desarrollo de los personajes va a ser de tal manera”. Lo hice más bien para documentar el proceso del tratamiento porque era muy vertiginoso, pero también para poder después acordarme de estas sensaciones que estaba viviendo en ese momento y que sentía que se me iban a escapar como arena entre los dedos: sientes algo de manera muy intensa y de pronto ya no está. Nunca es tarde para empezar a escribir y a publicar. En ese sentido, la literatura y la maternidad tienen puntos en común, solo que la literatura no tiene un límite biológico.