A principios de 2003, en medio de una conversación con amigos, el fotógrafo italiano Valerio Bispuri preguntó qué era el paco. En la mesa nadie supo responder. En esos tiempos de crisis política, económica y, en especial, social, la “droga de los pobres” recién comenzaba a circular. Pero Bispuri no se quedó en la simple curiosidad y desde ese día –y durante más de una década– recorrió todas las villas porteñas, del Conurbano bonaerense y algunas de Latinoamérica para responderse esa pregunta. El resultado fue Paco, una historia de droga, un libro que describe la cotidianidad de la pasta base: las cocinas de producción, el narcotráfico, la ausencia estatal, los adictos y sus víctimas, todo eso sin los estereotipos propios de otras coberturas mediáticas. “La idea no era sacar fotos a la gente que fuma paco, sino que lo mío es más un trabajo antropológico que periodístico. Siempre me interesó más la familia del adicto que el paco en sí”, dijo en diálogo con PáginaI12. Hoy a las 18.30 se hará una presentación en el Caras y Caretas (Venezuela 330) y habrá ejemplares a la venta.

La primera vez que Bispuri visitó una villa porteña para conocer la cara oculta de Buenos Aires, la historia no terminó bien. “En plena crisis del país entré en Fiorito, sin permiso y sin conocer a nadie. Quise sacar un par de fotos y al instante, un tipo se me acercó con un arma”, comentó en perfecto español.

Pero después de esa mala experiencia, ¿cómo un italiano, graduado en Literatura, consiguió ganarse la confianza de los villeros, convivir con ellos, acompañarlos a hacer recorridas nocturnas en búsqueda de droga y retratarlos sin caer en planos discriminatorios? El fotógrafo menciona, sin dudar, a la ayuda de los invisibles. “Ellos fueron mi puerta de ingreso a esos lugares. El pastor Balbi, en Villa Zavaleta, el Centro Comunitario Padre Conforti, una señora en Lomas de Zamora. Toda esa gente que trabaja mucho en las villas, que asiste a los chicos del lugar. Son respetados por todos”, explicó Bispuri. Luego, el respeto, la confianza y la seriedad con que manejó su lente hicieron que el autor se manejara con libertad en ese mundo oculto. Tal fue la confianza que, años después, el fotógrafo fue invitado por los invisibles para documentar el velorio de uno de los chicos muertos por el paco.

Dos pesos. Eso era todo lo que costaba, en 2003, una dosis de paco. Hoy, en cambio, la misma cantidad puede llegar a costar hasta 50 pesos. El efecto, cuenta Bispuri, sigue siendo el mismo: “Los ojos se agigantan. Se paraliza todo el cuerpo. Y los chicos quedan como zombis”. Esa sensación sólo dura unos segundos. “Son incalculable las dosis que se necesitan para pasar la noche”, agregó.

–A partir de su trabajo, ¿dónde cree que se encuentran las causas para explicar este fenómeno social?

–La ausencia del Estado, obvio. Pero otra de las cosas que más me llamó la atención, no sólo en Argentina, sino en todas las villas de Latinoamérica es la desaparición de la figura paterna. No hay padre, tío o quien cumpliese ese rol. O están presos, drogados o muertos. Y esa falta se siente. Por otro lado, también hay que analizar que es una lógica distinta al consumo de otras clases y sustancias. El paco no es una solución para hacer frente a los problemas que se quieren tapar, porque se arranca muy de joven, con ocho, nueve años. Por eso, además de las causas, el problema es que tampoco hay una salida, un centro de rehabilitación gratuito dentro de la villa. Y por último están los narcos, quienes juegan su papel. En mi caso, por ejemplo, me tuve que alejar dos años de este trabajo por una amenaza que recibí en plena día en una calle de La Boca.

Las fotografías de Bispuri reflejan, con crudeza, el ciclo del paco tanto en Argentina como en otros asentamientos de Latinoamérica: la producción de pasta base, su distribución, las recorridas nocturnas de los jóvenes y las recaídas de los adictos en recuperación. Todo ese circuito en imágenes. Salvo una. La única vez que no hizo click con su cámara. “Una escena quedó grabada en mi memoria. En Lomas de Zamora, un chico de nueve años se comió unas dosis de paco pensando que era un caramelo. Quedó paralizado, sin hablar, con sus ojos dando vueltas. Y no quise sacar la foto”. Esa decisión tiene correlación con lo que es la fotografía para Bispuri. “En estos tiempos modernos, donde todo es instantáneo, la fotografía necesita ser profunda, tener el tiempo necesario para aportarle un contenido a la imagen. De qué me servía una foto al niño moribundo. Yo lucho contra las fotos impresionantes. Me quedo con las que tienen algún sentido”.

Bispuri, quien trabajó con varios periódicos italianos, llegó a Argentina el 16 de diciembre de 2001. A los pocos días, era golpeado por la Federal en Plaza de Mayo. Su plan inicial era quedarse dos semanas y estuvo más de diez años, con el foco puesto en villas, cárceles y redes de trata. La última pregunta de la entrevista fue, precisamente, por qué el enfoque puesto en situaciones de vulnerabilidad social. El fotógrafo se tomó unos segundos y respondió, sonriendo. “Porque eso es el verdadero mundo. Donde nos rodeamos nosotros es tan solo un juego”.

Informe: Jeremías Batagelj.