“Hay un precio que pagar por hacer este trabajo. ¿Estás segura de que querés pagarlo? No me refiero a las dificultades que presenta el oficio, estoy hablando de lo que le cuesta a un ser humano abandonar su identidad. Pasar cuantos días, semanas o años te queden de vida en otra piel. Tendrás que preguntarte a vos misma, ¿vale la pena? En definitiva, el precio que debemos pagar en esta vida que elegimos es sobrevivir absolutamente solos”. Con esas palabras la agente especial Naomi (Katherine Watterson) instruye a una recién llegada para una misión secreta bajo una identidad manufacturada. ¿Qué es lo que implica ser otro para siempre? En realidad, ser muchos otros en cada tarea asignada, en cada nuevo destino, hasta que un llamado repentino haga volar por los aires esa vida construida con paciencia y dedicación. Ese es el verdadero interrogante que subyace a The Agency, la nueva serie de espías que estrena Paramount+, remake bastante fiel de la francesa Le bureau des légendes, éxito de Canal+. En la traza moral de los universos creados por la literatura de Graham Greene, la serie creada por los hermanos Jezz y John-Henry Buttenworth cuenta con un elenco estelar que incluye a Michael Fassbender, Richard Gere, Jeffrey Wright, Watterson y Jodie Turner-Smith y marca el regreso del británico Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, deseo y pecado), director de los primeros episodios, al mundo oscuro de la geopolítica contemporánea.

Así como el germen de la literatura de Greene fueron sus propias experiencias en las filas del servicio secreto británico, la base de la serie francesa creada por Éric Rochant y protagonizada por Mathieu Kassovitz fueron los registros de las conversaciones entre agentes franceses encubiertos en África, sobre todo en Argelia. Horas de material que permitió delinear la vida laboral de quienes juegan a ser otros y bajo esas fachadas intentan sobrevivir. Para el dramaturgo británico Jezz Butterworth, la clave de esta nueva versión consistía en preservar esa mirada cercana a los personajes, el efecto de su arriesgada labor en el día a día de sus vidas, antes que trazar un mapa de la alta política desde las esferas del poder real. Por ello The Agency asume su costado burocrático y mundano, explora la idea del espionaje como un oficio exigente y desangelado, propicio para sacrificios y renunciamientos, y con ello se distingue de otras series de espías de estos tiempos, como la reciente El Chacal sobre la novela emblema de Frederick Forsyth, o incluso la más juguetona Slow Horses basada en la saga de Jackson Lamb escrita por Mick Herron, que se afirman en la tradición del thriller, sus misterios y acción, y la concepción de los personajes como arquetipos con cierta carga de ironía.

Todo comienza con el intempestivo regreso de un oficial de la CIA apodado “Marciano” (Michael Fassbender) a las oficinas centrales de Londres tras seis largos años de residencia en Addis Abeba, ciudad de Etiopía. Además de cumplir con su misión en el territorio, Marciano construyó una vida bajo la fachada de Paul Lewis, un profesor universitario divorciado y con una hija que de un día para el otro decide aceptar una oferta laboral en Jordania. O por lo menos eso es lo que le dice a Samia Zahir (Jodie Turner-Smith), una académica etíope con la que ha comenzado un romance mientras el marido de ella, un prestigioso cirujano, permanece en el extranjero. “¿Cuál estrategia que utilizaste para abandonarla?”, le pregunta Naomi, en calidad de “agente de extracción”, mientras combina el estricto profesionalismo con una curiosidad insidiosa. “La opción más cobarde, patética y egoísta”, concluye Marciano dejando a las imágenes la información que no puede pronunciar: que hay algo de esa identidad delegada que se ha quedado con él, el documento falso, un destello de amor, quizás la absurda idea de que una vida propia es posible.

Marciano (Michael Fassbender) durante una vida falsa en Etiopía. Foto: Archivo.

LA VIDA DE LOS OTROS

El escenario dominante en The Agency son las oficinas de un destacamento de la CIA en Londres, liderado por James Bradley (Richard Gere), quien a menudo esgrime razones políticas para la resistencia de su labor en Europa sobre todo ahora que el viejo continente comienza a ser “la fea del baile” para la agenda política de los Estados Unidos. Sus consultas periódicas con el Mando Conjunto de Operaciones Especiales –nombrado bajo las sigas en inglés JSOC– suponen dolores de cabeza y malhumores constantes. Las pujas no son sólo por dificultades operativas sino por cuestiones de presupuesto: cada dólar invertido debe tener su justificación y Bradley parece aburrido de tener que llevar las cuentas como un almacenero. Su segundo en jerarquía es Henry Ogletree (Jeffrey Wright), el único portador de una identidad con ciertos visos de verdad, y atento al regreso de Marciano y a las probables consecuencias de su abrupta extracción. Ogletree tiene además a un cuñado destinado en una misión encubierta en Ucrania bajo la pantalla de una campaña humanitaria, y una agenda personal a la que equilibrar con sus exigencias laborales.

Sin demasiadas demoras en el primer episodio se planta el conflicto: un agente encubierto llamado “Coyote” es detenido en Bielorrusia por embriaguez y su paradero se diluye de los registros oficiales. ¿Fue su fachada descubierta por los aliados de los rusos? Nadie sabe. Se prenden las alarmas y se torna imperativo poner en pausa a los agentes que pueden ser expuestos por las confesiones del espía en apuros. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde estuvo la falla? Las acusaciones cruzadas agitan a los distintos eslabones de la cadena de control y el escrutinio de los culpables parece incluirlos a todos. Ese anzuelo es apenas el disparador para que la serie nos revele su corazón: cómo una pequeña alteración en esos engranajes bien aceitados es capaz de revelar la fragilidad de todo lo construido en términos humanos, de quienes se ven obligados a abandonar su presente, reconfigurarlo, extraviar esa fachada para disponer otra.

Esa atención permanente a la vida de los otros para captar la más mínima anomalía antes de que desencadene un inminente conflicto, también convierte a Marciano en el blanco de la observación. A su regreso a Londres no solo su departamento minimalista en el Barbican ha sido cableado con micrófonos y cámaras, sino que recibe un seguimiento de cada uno de sus movimientos. ¿Sospechan de alguna crisis? ¿Puede ser un mero control? Sorteando su custodia consigue un teléfono prepago y llama a Samia para corroborar que está sana y salva luego de un reciente ataque en la universidad de Jartum. Pero Samia no está en Sudán con su familia sino en Inglaterra: ha arribado a Londres para asistir a un curso de formación en el Royal College. Ahora bien, ¿es Sami quien dice ser? ¿O esa mujer de la que se enamoró es también una identidad inventada como las que se descartan en montañas de pasaportes triturados? ¿Será él esta vez el burlador burlado?

La serie se construye sobre sospechas cruzadas. Foto: Archivo.

UN NUEVO PEÓN EN EL TABLERO

Hay una nueva agente que espera su lugar en el tablero del espionaje global. Ella es joven e inexperta, y es también la que recibe la lección de Naomi sobre el costo de la profesión elegida. Su nueva identidad es Daniela Moreno Acosta, de nacionalidad española. Su misión consiste en contactar a un profesor de sismología en el Instituto de Geofísica en Londres y convencerlo de ser parte de un programa de intercambio entre la Escuela de Ciencias en Londres y el Colegio Universitario se Teherán; su verdadera misión es identificar ingenieros nucleares en Irán. Naomi será su enlace con la CIA, Marciano supervisará su infiltración en el país enemigo. El aspecto vulnerable e introspectivo de Danny (Saura Lightfoot-Leon) contribuye a su invisibilidad, y es justamente esa condición la que la convierte en una figura sinuosa, habitante de los márgenes, efectiva para pasar desapercibida sin alterar el espacio que la rodea. La confección de ese mundo en precario equilibrio es la mejor tarea de The Agency, aquella que lleva a cabo sin desbordarse en escenas de acción o despliegue de exteriores, sino en el registro de una estabilidad siempre fronteriza con el caos y la amenaza del desorden como antesala de la destrucción.

El contrapunto entre ese mundo gris que representan las oficinas de ‘La Agencia’ de la CIA en Londres y los espacios vitales que se encuentran en Etiopía o Irán, signados ya sea por el colorido y el bullicio de las calles, o por el riesgo latente en sus interiores, está trabajado como esencia de la partición entre realidad y apariencia, con el agregado de un interrogante sobre dónde se ubica cada una. De hecho, Marciano parece más integrado al mundo fabulado para su doble Paul Lewis que al auténtico que lo espera en la vivienda monacal londinense, en la que recibe a su hija, una adolescente que le reprocha con eufemismos sus años de abandono. Esa impersonalidad de los ambientes, el monitoreo de sus movimientos y la escucha de sus conversaciones, torna a su realidad una mera representación que busca eludir volviendo a la mentira de Lewis, a los encuentros clandestinos con Samia, a sentir el cuerpo de esa impostura como verdadero. Y eso mismo será lo que comience a perseguir a Danny: la sensación de que la adrenalina es el principal alimento de una vida vacía que solo se llena con las más arriesgadas fabulaciones.

TODOS BAJO SOSPECHA

Inspirado en la estética de la llamada ‘trilogía de la paranoia’ de Alan J. Pakula, integrada por Klute (1971), Asesinos S.A. (1974), y Todos los hombres del presidente (1976), Joe Wright evoca aquellos procedimientos técnicos del cine de Pakula para crear un ambiente de misterio e inquietud, y contrapone una paleta de colores fríos para las ciudades europeas, desde Londres hasta Gdansk en Polonia, con una variedad de tonos ocres y amarillos para los exteriores de Addis, bañados en luz solar. “Me gusta mucho la idea de utilizar zooms, algo que realmente no he hecho desde Orgullo y Prejuicio”, explica en una entrevista con el sitio Collider. “Mirar a través de capas y capas de artificio hasta acercarnos lo suficiente como para encontrar algún detalle que revele la verdad se volvió central para la estética de The Agency, reforzando el díptico de engaño y revelación, particularmente en el mundo en el que se encuentra Marciano”. Con experiencia en películas como Hanna (2011), o la más reciente Las horas más oscuras (2017), Wright recupera el nervio de los thrillers de los 70 ajustado a un mundo donde la paranoia se ha convertido en la norma y no en la excepción.

Es interesante, en ese sentido, que la emergencia de una serie como Le bureau des légendes en 2015 retrató un mundo donde el panorama actual todavía estaba en ciernes. Tal como lo esboza Daniel Fienberg, el crítico de The Hollywood Reporter, “el hecho de que la estabilidad global dependa del mantenimiento de una red de personas inestables no era tan aterrador hace diez años, cuando se estrenó el drama francés Le bureau des légendes, como lo es en este momento, bajo el liderazgo público de unas pocas potencias nucleares en manos de individuos de estabilidad cuestionable”. Ese nuevo escenario demanda una reflexión más profunda por parte de los responsables de las ficciones que retratan estos temas, sobre todo aquellas que presentan personajes sometidos a una constante disociación en la que el parámetro de realidad se distorsiona. Para Marciano, su mundo real resulta lejano a su regreso y las conversaciones con su hija en un reencuentro algo distante resultan ecos de algún viejo simulacro.

La llegada de una psiquiatra desde Langley torna esencial la reflexión sobre la estabilidad emocional del equipo, incluso más allá de que su objetivo primordial sea evaluar la fiabilidad de un agente asustado. Como imprevista acompañante de Marciano a Polonia para asentar la fachada de una misión, la doctora Blake (Harriet Samson Harris) se ve obligada a jugar un personaje, a improvisar como una actriz aficionada en una pequeña obra de principiantes. “Por favor, no me vuelva a poner en un aprieto semejante. Estoy aquí para observar”, le reprocha a su circunstancial partenaire. “Quería que sintieras lo que significa ser otra persona. Y eso fue sólo por cinco segundos, no por seis años”, le responde Marciano con aires de derrota. Ser otra persona. Como los actores. Pero no solo durante el abrir y cerrar de un telón sino durante cada instante de una vida de nombres y pasaportes falsos, de viviendas extrañas y de tránsito, de relaciones que se evaporan apenas hay que escapar para interpretar un nuevo personaje. Una vida de infinitas réplicas donde el original se extravía en un pasado disgregado, un nombre borrado, una verdad inalcanzable.