Aunque nunca se supo que tuviera amores con mujeres (en el pueblo y en aquel tiempo, hubiera sido un escándalo), tenía apariencia masculina: delgada, sin curvas, el pelo hacia atrás que acomodaba con un peinecito que llevaba en el pantalón. Fumaba mucho. Bebía más. Iba de acá para allá en su motoneta Siam. Era enfermera. No le gustaban los animales, ni un gato, ni un perro; nada que llevara a la ternura. Se llamaba Gina. Y es el personaje que abre No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, el nuevo volumen de cuentos de María Teresa Andruetto. 

Gina llegó a Camilo Aldao, en Córdoba, huyendo de la Segunda Guerra Mundial desde Italia. Se adivina un pasado difícil: “Le habían sucedido pronto las cosas que tarde o temprano nos suceden a todos, miseria o destrato, decepciones, alguna enfermedad importante, trabajos duros, problemas con los hermanos, todos varones, o con los jefes y sobre todo, el desgarro de aquel viaje en barco”. Así escribe Andruetto, narradora y poeta cordobesa -tan entrañable como reconocida- que ha obtenido numerosos premios (entre ellos, el Hans Christian Andersen en 2012) y que además codirige una colección de escritoras argentinas olvidadas, que se publica a través de Eduvim.

Los personajes de este libro comparten un rasgo común: la indagación del origen. Y el modo en que esa indagación construye identidad o la borronea. Más aún, cuando se trata de mujeres. En una entrevista que la escritora dio por la presentación de su libro anterior, la novela Los manchados, hacía una observación sobre ciertas mujeres que viven en entornos rurales, el paisaje que vuelve a repetirse en varios de estos cuentos: “Ellas trabajan y crían esos hijos solas porque los hombres suelen ser figuras ausentes. Todo eso les da una dureza especial, las hace portadoras de silencios pero también, de memorias. Tienen un conocimiento de las historias familiares que los hombres desconocen porque no son ellos los desclasados”, decía.

En este volumen, esa dualidad se hace más honda y oscura. El cuento que da título al libro refiere a tres hermanxs solterxs que viven en un campo, aisladxs: dos mujeres y un varón. Una de ellas muere. La otra se encarga de que la casa siga siendo exactamente la misma, como si la ausencia no existiera. “Esto no nos acobarda ni nos disgusta porque hemos sabido, con la ayuda de Dios, permanecer a nuestro modo, y así será hasta el fin de nuestros días”, le escribe a una prima. Pero para que el orden no se rasgue al medio, fue necesario que estas mujeres vivan al margen del mundo y con el hermano como centro de todas las cosas. Por debajo se adivinan las cicatrices, las huellas que lo ominoso deja en lo cotidiano.

A diferencia de su anterior libro de cuentos, Cacería (2012), que le llevó varios años entre una reescritura y otra, esta vez las palabras se desplazaron con mayor fluidez. Cada uno de los relatos se vincula de un modo muy natural con los otros. En ellos está presente la vida de un pueblo minúsculo (o de una ciudad encerrada en coordenadas precisas), sus creencias, el modo en que la religión es guión al cual aferrarse cuando las certezas familiares se desmoronan. Porque en los relatos hay vínculos de amistad pero sobre todo, de sangre. Como el caso de “La redentorista”, que termina siendo la monja rara que reivindica a la recién fallecida mientras los deudos piensan en sus propias miserias.

La autora tampoco se sustrae del contexto político; específicamente, de la dictadura, como el caso de los amantes que se encuentran y desencuentran en “La noche interminable de Villa Crespo”. Su interés por los universos donde las mujeres resisten aunque se muestren delicadas y la indagación de la memoria, son dos constantes, también en textos previos como La mujer en cuestión o Lengua madre. En cada uno de ellos se atisban aquellos versos de Mary Oliver que en No a mucha gente… aparecen a modo de epígrafe, bello pero también inquietante: “Dime, qué piensas hacer/ con tu única, salvaje,/ preciosa vida?”. 

María Teresa Andruetto
No a mucha gente le gusta esta tranquilidad
(Literatura Random House)