Los suyos pudieron haber sido los westerns de folletín que un adolescente leía -cuando la ausencia de clientes adelantaba la hora de la siesta- detrás del mostrador de una ferretería de Chacabuco mientras la industria fabricaba galanes de maquillaje y polvo que montaban en continuado hasta que salieron a buscar amparo en porta retratos con estrellas cuando William Munny (Eastwood) le apuntó a Billito (Hackman). B.M. Bower vivió muchas vidas y escribió muchos westerns (más de sesenta) cuando en el oeste las mujeres eran reparto estelar y vistoso. 

El parentesco de tía abuela lejana con el género se encuentra en el recién estrenado Godless –western en serie, en tiempos en los que todo es en serie– protagonizado por Alice Fletcher (Michelle Dockery), la viuda dos veces, y las dos antes de cumplir los 21, que vive en La Belle, un pueblo minero habitado por mujeres (sobran los dedos para contar a los hombres). Una genealogía sin compatibilidad sanguínea que reparte tiros (pocos en B.M Bower), amores rotos, whisky y polvareda (la polvareda de Godless es extraordinaria) Entonces, ¿en qué rama del árbol -debería escribir álamo-  reposa B. M. Bower? ¿En el arco que va de Zane Grey a Thomas McGuane y Cormac MacCarthy? No, porque ella límpidamente hizo del género una conjetura que lo desorienta, será entonces ¿el que se adecua a Margaret Mitchell, y llega a Corín Tellado con el mismo dedicado afán de la enfermera? 

Hay que soportar las fatigas del camino. La violencia de lo que generalmente se desdeña como violento. O que los naturales proveedores desdeñan. No es que el camino de Calamity Jane y Annie Oackley fuera tan distinto, no. Pero aquellos hombres duros y solitarios, que tenían la misma vergüenza y el mismo desconcierto cuando se enamoraban, solían bañarse en las ficciones de Bower y cuando lo hacían, creían que estaban leyendo historias escritas por un hombre. Sí, B.M. Bower fue hombre durante mucho tiempo para sus lectores y algunos editores (naturalmente los primeros se encargaron de fomentar el silencio de identidad) aseguraban que las ventas bajaron cuando se supo que Bower era una mujer.

Personajes femeninos fuertes y con guiños de humor recrean su propia experiencia en Montana, tierra seca de vaqueros y vacas a la que se mudó en tardía infancia y muy cerca de donde trabajó después como maestra.                                                                               La mujer que comenzó a escribir “para salvar mi cordura” –traducción de “para aguantar a mi marido y buscar independencia económica”– vendió su primer relato cuando el siglo XX cumplía un año. No tardó en llegar su novela, tan exitosa que se reeditó en tapa dura y con ilustraciones, y con ella, la decisión de Clayton Bower de vivir de su “mina de oro de cabeza roja”, como la llamaba (y todavía no había vendido los millones de ejemplares que llegó a vender), mientras él se emborrachaba. Pero el plan le falló porque ella se escapó una noche ayudada por el escritor Bertrand William Sinclair, -segundo marido- y por el sueño de alcohol del primero. El matrimonio con Sinclair duró seis años, criaron caballos, tuvieron una hija, muchas mudanzas californianas y varios libros cada uno. Al vaquero Robert “Bud” Cowan, el tercero  y último, lo conoció en la Hollywood de los años veinte y juntos reabrieron una mina de plata en Nevada hasta que llegó la Gran Depresión.

Algunas versiones cinematográficas poco fieles a sus novelas, años de amistad con Gary Cooper y Tom Mix y un pormenorizado detalle de la vida de los vaqueros, con la marca de ganado incluida, le dieron cierre a la autenticidad sin pretensiones de su ficción realista. 

A pesar de los detalles y de los caballos criados es cierto que ella no distinguía, como muchos que vinieron después de ella, los pelajes. Hasta alguna vez se refirió a ellos con colores figurados, y llamó a un potrillo azabache, azulado. Quizás estaba pensando en la noche enteramente abarcable que la iba a liberar del encierro.