Alhajas que fueron libros

Las joyas literarias de Jeremy May no se leen: se visten. En sus más diversas formas, dicho sea de paso: anillos, colgantes, brazaletes, aros, entre otras bonitillas piezas pergeñadas con el más preciso rigor. “Fabrico bisutería única a partir de libros antiguos”, es la sucinta explicación que ofrece el artesano británico sobre su celebrado trabajo, ideal para coquetos bibliófilos, y comparte además su proceso de confección: “Mis piezas de papel se fabrican al laminar cientos de hojas juntas, y luego, muy cuidadosamente, darles un brillo intenso”. “El papel se selecciona y se extrae del libro, para insertar luego la joya terminada en el espacio previamente excavado de las hojas”, advierte sobre la presentación final. Aclara, por cierto, que cada inusual diseño es imposible de replicar, y que la belleza de las joyitas es también “interior”, en tanto “las palabras e imágenes atraviesan todo el recorrido del objeto, no solo lo expuesto en la superficie”. Por lo demás, aunque no detalla los títulos que utiliza para la bisutería, sí explicita que cada obra está directamente inspirada de la narrativa de cada ejemplar. “El libro como objeto –su olor, sus palabras, las diferentes tipografías– es central para mi trabajo. Lo leo de cabo a rabo y solo recién empiezo a diseñar. Nunca sé qué haré antes de haberme zambullido en la lectura. Cada vez me inspira algo diferente, soy arrastrado en una dirección singular. No se me ocurren muchos medios que puedan darte tanta libertad y tantas ideas”, subraya el muchacho May, evidentemente tomado por su afición peculiar. 

 

 

 

El centro performático que nunca sucedió 

Ya tenía el espacio en Nueva York –un viejo teatro de 3 mil metros cuadrados–, el diseño preliminar para la remodelación –realizado por el consagradísimo arquitecto holandés Rem Koolhaas–, y más de 2 millones de dólares donados por miles de personas en los últimos años. Empero, ha confirmado Marina Abramovic que el Marina Abramovic Institute –sitio que se postulaba como centro experimental multidisciplinar– no se concretará. “Los planes de Koolhaas eran absolutamente hermosos, pero cuando me informó que la refacción costaría 31 millones de dólares simplemente me quedé sin aliento”, ofreció en una charla en la Serpentine Sackler Gallery el mes pasado. “El edificio actualmente está habitado por palomas”, agregó, y dijo que probablemente lo venderá. Ni lentos ni perezosos, periodistas norteamericanos se preguntaron entonces qué había hecho Abramovich con la plata cedida tanto por anónimos vía crowfunding como por figurones de la talla de Jay-Z, que abrieron la billetera para contribuir a la construcción del auspicioso centro. Centro que, además de prometer experiencias de 6 horas de duración, juraba que incentivaría la economía local de Hudson, NY. Pues, tras chequear con las correspondientes fuentes, arribaron a la siguiente conclusión: “La artista está presente, pero el dinero se ha ido”. Y es que, al consultar a Abramovic si devolvería el efectivo, un portavoz de Marina se encargó de aclarar que todo lo recaudado a través de Kickstarter, más los fondos adicionales, habían sido utilizados para pagarle a la firma de Koolhaas. “La plata que se juntó no era para la renovación en sí, sino específicamente para los esquemas y el estudio de factibilidad del proyecto. Y fue invertida exactamente para ese propósito”, clarificó el vocero de la performer. Sin un filántropo realmente acaudalado, que dispusiera de 31 palos verdes, el sueño de miles sanseacabó. Se quedaron sin el pan y sin la torta performática, pobres almitas generosas.