Sesenta y cinco años distan entre sus primeros contactos con el aire de este mundo y hoy. Durante parte de ese lapso, Gustavo Santaolalla, nativo de El Palomar, recorrió el mundo como afamado productor, compositor y creador de bandas sonoras para películas. También ganó muchísimos premios –Oscar, Konex, Goya, Sur, etcétera, etcétera–; le encontró la vuelta estética a varias bandas argentinas y latinoamericanas; hizo, junto a León Gieco, una de las obras musicales más importante de la historia cultural argentina (De Ushuaia a La Quiaca, claro); y fundó, entre muchas cosas más, dos bandas para la posteridad: Arco Iris y Bajofondo. Pero también hizo tres discos solistas, y de eso quiere que empezar a hablar en la previa de su debut en el Teatro Colón. De Santaolalla, ópera prima en condición de tal, editada en 1982. De GAS (1995), que ni siquiera fue publicado en la Argentina. Y de Ronroco, una maravillosa obra instrumental, en la línea de Electroplano (Jaime Torres), que vio la luz en 1998. Se le dio por ahí, entonces... por salir a defender sus criaturas más íntimas. “Es un tema que tenía postergado y por distintos motivos llegué a la necesidad de revisar mi vida a través de las canciones que he escrito”, sostiene él, esperando al día de mañana, cuando pisará el escenario del Colón, con la paciencia de una araña. Al menos, eso denota su semblante.

“Hice Arco Iris, luego Soluna, después me fui a Estados Unidos y armé Wet Picnic, pero en medio de todo eso saqué un disco solista que se llamó Santaolalla, que fue un poco precursor de la modernidad musical aquí, y me acuerdo de que iba a venir a promocionarlo, pero se desató la Guerra de Malvinas y nunca pude hacerlo”, evoca el hombre sobre un disco que, cosa del azar, tuvo el mismo destino que los otros dos. “Lo mismo me pasó con GAS, sabiendo que no lo iba a tocar en vivo, y con Ronroco, que hice inspirado por Jaime Torres, quien me impulsó a hacerlo a sabiendas de que yo estaba muy ocupado con el tema de las producciones y eso. Fue el disco que me abrió las puertas para hacer música de cine, pero nunca lo toqué en vivo. En su momento, publiqué ambos por la misma razón: aunque no pudiera tocarlos en vivo, al menos quedaba un registro. Hoy, siento que muchas canciones de esos discos son muy actuales y tengo ganas de tocarlas”, asegura el exproductor de Divididos y La Vela Puerca, que tiene un cuarto disco, aún inédito por estos lares, llamado Camino.

–¿Solo ellas, o también tiene previsto hacer temas de Arco Iris? A esa banda cada vez se le rinde más culto, al menos por parte de aquellos músicos que intentan una síntesis entre las músicas de raíz y el rock.

–De Arco Iris también, lógico. Hay cosas del primer disco (el Album rosa) que aún hoy suenan muy innovadoras. Veo como una atemporalidad en ellas. Pero hay otra cosa que no quisiera soslayar y es que a través de los años fui cultivando mi canto.

–Pero siempre cantó

–Sí, pero ahora puedo cantar dos voces al mismo tiempo, como los monjes tibetanos. Y tengo más rango que en toda mi vida... Es más, canto las canciones en su registro original, cuando hay muchos a mi edad que tienen que bajar. Siento que llegó el momento justo para cantar esas canciones, porque cuando las hice tal vez no era el mejor momento.

–¿Por qué es hoy el momento, más allá de esas cuestiones técnicas?

–Por todo lo que me ha pasado en mi vida y por lo que ha ocurrido con mi garganta, sobre todo.

–Se corrió el péndulo, entonces: ahora no está con el productor sino con el músico, a secas.

–Mucho más, sí. Igual sigo con Bajofondo y con las películas, pero ahora se dio también que encontré una estética y los músicos adecuados.

La banda que acompañará a Santaolalla en el Colón forma con Javier Casalla en violín, viola, guitarra, armónica y pinkullo; Barbarita Palacios en coros y percusión; Andrés Beeuwsaert, el pianista de Aca Seca; Nico Rainone en contrabajo y cello; y Pablo González en batería. “Siempre me ha gustado rodearme de tipos que tocan mejor que yo”, se ríe Santaolalla. “Armé un seleccionado con el que me siento muy a gusto, no sólo en lo musical sino también en lo personal, que para mí es algo fundamental. Me refiero a una especie de ecualización entre energías. En este sentido, se armó un grupo muy lindo, y esperamos que la gente lo aprecie. Hay otra cosa interesante: el eclecticismo que hay en el repertorio. Las canciones son muy diversas y espero que el común denominador sea que gusten todas, porque hay mucha gente que conoce algo de las películas, o ‘Mañana campestre’, pero no un montón de otras canciones que están bien para asomarse. Canciones a las que les llegó el momento”.

–Entre sus tres discos solistas, sin entrar a sus producciones grupales, hay diferencias estéticas muy notorias. El primero tiene un abordaje new wave, casi pop; GAS, un tratamiento muy singular del sonido, con guitarras distorsionadas, bien rockeras; y Ronroco es folklórico, totalmente acústico. ¿Cómo piensa “homologar” semejante eclecticismo, más allá del deseo de que le guste a la gente?   

–Con el trabajo de las cuatro voces y el sonido. Entre ambas cosas se arma un concepto diría que unívoco en esa diversidad.

Al momento de nombrar los temas que va a recrear –o, en muchos caso, a estrenar en vivo–, el ex Arco Iris menciona “De Ushuaia a La Quiaca” (el tema, registrado en Ronroco), “Ando rodando” y “Hasta el día en que vuelvas”, del primero; y “A solas”, “Todo vale” y “Vecinos”, del formidable GAS. También aparecerán viejas gemas de Arco Iris, muchas de ellas poco recordadas, como “Abre tu mente”, del Album verde; “Quién es la chica”, el lado B del simple que traía el “Blues de Dana”; “Quiero llegar”, “Y una flor”, “Camino”, “Hoy te miré” (las cuatro del Album Rosa); una nueva versión de la vieja “Vasudeva”, originalmente grabada en Tiempo de resurrección; “Paraíso sideral”, de la impresionante obra Agitor Lucens V; y alguna pieza de Bajofondo. “Hay temas que compuse cuando tenía 17 años y otros que son nuevos, incluso alguno inédito”, suelta.

–Lo que sorprende, más allá de los “estrenos” solistas, es que el grueso de los temas que va a hacer provienen de los orígenes de Arco Iris. ¿Por qué fue a buscar hasta allá?

–Porque todo está ahí, sobre todo mi interés por la canción y la parte instrumental de la música. Ese disco es como un mapa de lo que iba a venir. En él se ve todo lo que va a ser mi carrera... y lo hice cuando tenía 18 años. Canciones y también temas con largos desarrollos, como “Tiempo” o “Y ahora soy”, con paradas, cambios instrumentales, y una estética muy relacionada con la música para películas. Además, sé que se acaba de reeditar el vinilo de ese álbum y está bueno traerlo al presente.

–Tampoco se priva de una rémora vital como la de Agitor Lucens V, que es una obra tan maravillosa como incunable, hoy.

–Porque todo ese mundo del espacio y de la vida extraterrestre sigue muy fuerte en mí. Incluso diría que más fuerte que en esa época. Tengo mucho interés por esos temas, un interés que no sólo apareció en ese disco sino también en el primero –volvemos sobre él–, en “Canción para un niño astronauta”, por ejemplo, que también la hacemos. Me encuentro cantando cosas que resuenan muchísimo conmigo, con mi historia y mi presente.

–¿Y el costado espiritual de Arco Iris, del que se cansó y por eso se fue del grupo en 1977?

–Sigue también. Lo tengo. Lo que me pasó es que fue muy importante para mí marcar que Arco Iris fue una etapa y que esa búsqueda espiritual que tuve desde chico –de hecho, iba a ser cura– luego, con Arco Iris, se convirtió en una cosa de culto, medio sectaria, y eso era lo que no me gustaba. De eso sí renegué.

–De hecho, hay canciones de su primer disco solista que explicitan esa posición. “Ando rodando”, por caso.

–Sí, claro, pero eso no quiere decir que me cierre a búsquedas espirituales o religiosas. Incluso, seguí por otras ramas, primero por Krishnamurti y luego por la onda del budismo zen, unido a mi interés por la mecánica cuántica y todo eso.

–Muchos estímulos que enlazan lo histórico y lo ancestral con el futuro o el espacio...

–De los sumerios hasta ahora, sí. Me interesa indagar en nuestros orígenes, descubrir de dónde venimos, nuestro componente genético. Paso mucho tiempo estudiando esto, hoy en día.

–¿A un mismo nivel entre el budismo zen y las culturas milenarias americanas?

–Exactamente, porque todo está ligado de alguna manera. Todo se une, como las pirámides de Egipto se unen con las de la América precolombina.

–Hablando del continente, no se puede obviar otra obra que transformó a Arco Iris en una de las bandas más singulares de los 70: Sudamérica o el regreso a la aurora. Más allá de su experimentación musical y la historia que cuenta, ¿por qué hay una versión grabada íntegramente en inglés?

–Es que siempre había tenido en mi cabeza la idea de hacer una ópera así, una idea que tuve desde chico y que se reflejó en Sudamérica, que tiene toda una onda latinoamericanista, también ligada a la cosa extraterrestre, como el pájaro dorado, ¿no? Y la idea, en ese momento, era lograr largos pasajes instrumentales. Era como el Album rosa pero más desarrollado, con una temática, un argumento y una historia. Cuando miro para atrás, digo “qué bueno hubiese sido tener un productor como yo fui con otras bandas”. Pero en ese momento no había productores de música alternativa y tuve que hacer las dos cosas. Ahí empecé a hacer los primeros trucos de producción, como grabar una guitarra a mitad de velocidad con la cinta y en un registro bien agudo, para que después suene como un clavecín, como ocurre en “Y una flor”. Incluso, una de las cosas que va a estar buena del show, es que vamos a tocar con teclados y piano acústicos, con órgano Hammond, con guitarras eléctricas con amplificadores pequeños y con un clavicordio de verdad. También le vamos a hacer un homenaje a Mujeres argentinas, de Ariel Ramírez, que me encanta.

–Antes de entrar en pormenores del concierto en el Colón, quedó pendiente la respuesta de por qué grabaron Sudamérica en inglés.

–La razón, sí. Teníamos un viaje inminente a Estados Unidos que nunca se concretó. Y la idea era poder ir allá con eso. Pero lo que pasó, también, es que en un momento se mandó hacer otra tirada de ese disco, y alguien se equivocó y mandó las cintas en inglés. Yo no las tengo, pero sé que están, que hay gente que la tiene. Existen vinilos de Sudamérica en inglés, pero nunca los escuché.

–Esta entrevista no puede terminar si no habla del mejor disco de Arco Iris: Inti Raymi.

–Lo adoro, sobre todo porque es un álbum que mucha gente no apreció en su momento... o no se dio cuenta. Ese disco es como un resumen de todo lo que exploramos en Sudamérica, pero convertido al formato canción.

–Con una raigambre más en la tierra, más folklórica, que muchos grupos de hoy, de esos que sintetizan folklore y rock, están tomando como referencia.

–Algo que cambió mucho, porque en aquel momento a la intelligentzia del rock no le caía bien lo de la mezcla con el folklore. Si bien hay algunos, como Charly García, que siempre fueron fanas, y venían a vernos mucho, había otra gente que le huía a esa síntesis. Hoy en día, y para mejor, es algo absolutamente normal que las bandas de rock incorporen cosas que tienen que ver con nuestras músicas. Me encanta pensar que me puedo conectar con las nuevas generaciones a partir de músicas como las de Inti Raymi, o incluso las de Tiempo de resurrección, que tiene temas perdidos que me encantaría retomar, como “Negro y blanco”, por ejemplo. ¡Tendría que haberlo armado para esta banda!

–Ese disco tenía un tema raro desde el nombre, ya: “Ígnea aérea y marina”.

–(Risas.) Muy lindo, sí, y muy volado.

–¿Va ése al Colón?

–No, pero sí va “Solo como el cardón”, de Inti Raymi, ya que lo mencionó. Es muy loco esto, porque armamos la banda y el primer show que nos salió fue en el Colón (risas). Es tremendo, muy fuerte empezar acá.

–¿Nunca tocó allí?

–No. Fui como productor de Café de los maestros, pero solo pisé el escenario para saludar.