La de Martina y Aldana es básicamente una historia de amor adolescente y primeras veces –en lo sexual, lo sentimental y el amor entre mujeres–, pero signada por una realidad fuera de la ficción: es la primera novela argentina sobre amor lésbico para el público juvenil. Me enamoré de una vegetariana, de Patricia Kolesnicov, retrata a dos estudiantes porteñas de tercer año y la aceptación –no siempre lineal– de amigos y compañeros. Publicada en la colección Zona Libre, de Norma, tiene llegada directa a bibliotecas escolares: todo un dato en medio de la discusión que suscita la por lo menos ineficiente implementación de la Ley de Educación Sexual Integral.

Como en la novela –aunque fue escrita años atrás–, más de 20 escuelas fueron tomadas este año en oposición al anuncio del plan “La escuela del futuro”, del que poco se conocía. Uno de los reclamos fue precisamente por la mala aplicación de la ley 26.150, sancionada el 4 de octubre de 2006 y promulgada a los 17 días. Los pibes piden educación sexual integral, que significa transversalidad y una mirada que excede lo anatómico y biologicista; que abarque todas las materias, en todos los niveles, para aprender sobre embarazo, reproducción y anatomía pero también sobre roles de género, autopercepción, patrones de belleza y más.

La ley establecía un plazo, a partir de los 180 días (y hasta los 4 años), para que el ministerio de Educación presentara el diseño de un programa curricular sobre educación sexual integral y su realización efectiva en cada jurisdicción. Realizados en 2007 por una Comisión Interdisciplinaria creada por ley a tal efecto, los lineamientos presentados a mediados de 2008 por el Consejo Federal de Educación señalaban que ante “la multidimensionalidad de la constitución de la sexualidad, el enfoque integral supone un abordaje que abarque las mediaciones socio-históricas y culturales, los valores compartidos y las emociones y sentimientos que intervienen en los modos de vivir, cuidar, disfrutar, vincularse con el otro y respetar el propio cuerpo y el de otras personas”. Según un estudio de UNICEF de mediados de 2017, nueve años más tarde la mayor parte de los jóvenes recibe, en el mejor caso, una educación sexual meramente reproductiva o anatómica.

La historia de Martina y Aldana, entonces, se inscribe dentro de los lineamientos curriculares de la ESI, pero sin intención: es una novela, una expresión artística que es porción de su época y se impone más allá de las actualidades –o no– de la ley, los funcionarios o los poderes de ocasión. Y ya hace casi un año, otra novela –que aún secreta para muchos lleva casi tres ediciones agotadas– había dejado clara la necesidad de educar(nos) en materia de género: La Chaco (Hojas del Sur), de Juan Solá, la historia de la travesti Ximena, sus amigas y su padecer crudo de múltiples violencias (la institucional, la escolar, la burocrática, la patriarcal; en suma, la social).

A diferencia de la de Martina, que en la senda de su autoaceptación y la de terceros esboza cierta complejidad, la historia de Ximena es el lado oscuro y marginal, que ni siquiera recibe el manto piadoso de la tolerancia discursiva. Uno de los señalamientos del diseño curricular planteado por la comisión interdisciplinaria era, para el área de Lengua y Literatura y sobre todo en secundarios, la lectura de textos que permitan conocer diversas formas de relaciones interpersonales, así como los sentimientos propios –y conflictivos– de la etapa. Y que el texto, si pudiera, se volviese reflexión y luego cuerpo.