Cuenta Inés Efron que cuando era chica soñaba con abrir un local, y que fantaseaba especialmente con la idea de tener una verdulería o un kiosco, pero el rubro no le importaba demasiado porque el anhelo del negocio propio le resultaba más importante que los productos. Algo de ese deseo infantil se consumó cuando comenzó a darle forma a Vidriera, su primer proyecto como directora y curadora. Como deja entrever el nombre, lo que tramó es un ciclo de acciones de arte efímero que suceden desde la vidriera de una tienda en Palermo y que están a cargo de algunxs de lxs artistas visuales y teatrales más interesantes de la escena porteña.

Las vidrieras, erigidas en la frontera exacta entre lo privado y lo público, suelen ser sitios que por definición invitan a consumir. Como respuesta a ese hecho inapelable, la premisa de este trabajo consistió en llenar un ventanal de la ciudad con cosas interesantes para ver pero que no se pudieran comprar. Crear situaciones teatrales o instalaciones visuales que cuenten historias de ficción o documenten hechos reales, siempre con personas en el centro de la escena. Subvertir, en definitiva, la lógica habitual: en vez de exhibir productos estáticos, dispuestos ahí para ser deseados, idealizados y adquiridos, lo que ofrece esta vidriera son situaciones creadas con todo el fragor y el movimiento de lo humano. En Acampa, la propia Efrón monta un camping durante horas recreando un viaje como mochilera y hace todo eso que la gente suele hacer cuando tiene todo el tiempo del mundo, incluso aburrirse; en Por ahora todo se parece un poco, de David Nahon, una chica dibuja las caras de lxs espectadorxs previstxs o imprevistxs de su performance y va pegando las ilustraciones en el vidrio que la separa de ellxs, hasta llenarlo por completo de retratos inspirados en el aquí y ahora de ese encuentro. Y como estas hay y habrá decenas de escenas distintas, casi todos los días, hasta finales de diciembre. Para Inés, que hace más de diez años trabaja como actriz de proyectos exitosos pero nunca antes había gestado el propio, Vidriera es también puro descubrimiento sobre su capacidad para gestionar y dirigir: “Convoqué a los artistas por criterios afectivos y artísticos. En el line up hay varios amigos míos, porque tengo la suerte de estar rodeada de gente muy talentosa, pero también me di el gusto de invitar a personas que admiro mucho como Flavia Da Rin, Ariel Farace o Mariano Pensotti”, cuenta. “Y estoy fascinada con el hecho de haber podido llamar a personas cuya obra me gusta mucho, dar total libertad e ir viendo qué se le ocurre a cada uno y cómo lo trabaja. Es como invitar a una fiesta a tus personas favoritas”. 

Cuando consiguió el dinero para financiar el ciclo a través de la línea de fondos Mecenazgo, casi lo primero que tuvo que hacer Inés fue buscar el local donde alojaría las intervenciones. Una amiga le habló de una tienda sobre la calle Honduras que estaba en alquiler, y el flechazo fue inmediato: la vidriera era inmensa, perfecta para alojar todas las situaciones que iba a concebir con sus secuaces. Quien pase en estos días por la cuadra en la que Mario Bravo se funde con Coronel Díaz probablemente se cruce con el público joven que cualquiera esperaría para un ciclo de este estilo, pero también con transeúntes que, motivadxs por la curiosidad, se quedan unos minutos, a veces un rato largo, a mirar eso que está pasando detrás del vidrio. Lo más interesante de Vidriera radica justamente ahí, en el cruce intempestivo de la vida cotidiana y una experiencia artística y en la absoluta libertad para quedarse o irse cuando uno quiera. “Con el correr de las intervenciones me fui dando cuenta del poder que tienen las vidrieras. Cualquier cosa que uno ponga detrás de ese vidrio se enaltece”, dice Inés. “Y poner humanos me hizo pensar en esa necesidad tan actual de mostrarnos, ¡de que nos miren!”. 

Las intervenciones del ciclo Vidriera pueden verse hasta el 31 de diciembre en Honduras 3714, con entrada libre y gratuita. La programación se va subiendo semana a semana a instagram.com/esunavidriera.