Hace rato que la dupla de Emilio Garcia Wehbi y Maricel Álvarez viene produciendo piezas en las que se conjuga de modo cada vez más indistinguible teatro y performance. Piezas cortas en espacios no convencionales, piezas largas en espacios tradicionales; lo clásico, lo modernista y lo contemporáneo se mezclan, en un lenguaje escénico reconocible, pero que busca permanentemente un corrimiento, un pasito más allá. La dupla ha dado obras singulares que generalmente se nutren de la tradición del teatro occidental del que hacen furiosas reescrituras. En esta oportunidad, la particularidad radica en que el material de origen es no-teatral: hablamos de Orlando, la célebre novela que Virginia Woolf escribió en 1928. Claro que tampoco se trata de un objeto ajeno a su universo. La sexta novela de Woolf, por más de un motivo, está muy cerca de los intereses de estos artistas del teatro.

Emilio García Wehbi cuenta acerca del comienzo de este proyecto: “La propuesta de tomar esta novela como texto disparador surge casi como consecuencia natural de trabajar materiales escénicos desde una perspectiva de género. Lo habíamos hecho en 2015 en Suiza cuando montamos Casa que arde, que no era otra cosa que La casa de Bernarda Alba en clave feminista; lo mismo hicimos con Hécuba o el Gineceo canino en 2011. Y antes, en 2010 habíamos montado Dr. Faustus, a partir de Dr. Faustus Lights the Light, de Gertrude Stein, en este caso un Fausto con una marcada impronta femenina.” 

Hay que decir que Orlando es una novela esencialmente feminista: una biografía apócrifa en el que la perspectiva de género se pone como centro de toda la cuestión. Sabemos que la relación entre mujeres y sociedad, mujeres y literatura era algo que preocupaba muchísimo a Virginia Woolf, autora también de Un cuarto propio, uno de los ensayos pilares de esta problemática. Allí Woolf reflexionaba, por ejemplo, sobre cuál hubiera sido la suerte de la hermana de William Shakespeare, es decir, qué hubiera pasado si el talento del dramaturgo más importante en lengua inglesa hubiera sido portado por una mujer. Y la respuesta que se daba era que, por el lugar que la mujer ocupaba en esos días, su escritura se hubiera extinguido, no hubiera llegado hasta nosotros. Orlando, escrita un año antes, es una novela ensayo, una novela juego, una novela de tesis, donde la autora discute  con las convenciones de su época, poniéndolas a prueba. El protagonista comienza siendo hombre y culmina como mujer. Sin embargo el énfasis no estaba puesto en esa transformación interior, sino en cómo el género era tomado por la sociedad que lo circundaba. “Orlando se había transformado en una mujer, inútil negarlo. Pero, en todo lo demás Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad”, escribe Woolf, en clara consonancia con lo que un año después escribiría en Un cuarto propio. 

Casi 90 años después llega Orlando: Una ucronía difórica de Whebi-Alvarez. La obra tiene lugar en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, devenida espacio blanco grafiteado del piso hasta el techo, en una suerte de palimpsesto que podría ser tanto una pared callejera o una sala de ensayo punk. Paredes dibujadas con consignas y nombres, paredes escritas como las que tanto se ha criticado en estos meses, están en el benemérito escenario. Dos inmensas pantallas en los laterales disparan ráfagas de imágenes del acervo cultural y político occidental. De Nietzsche a Julio López, de Janis Joplin a Hitler. Una suerte de Sgt. Pepper’s que se loopea al infinito. ¿Será ese arsenal icónico, el que fluye en la cabeza de Orlando? ¿O será una ayuda-memoria de la historia transcurrida, las batallas y derrotas, el infinito ruido de las imágenes que también están adentro de los que miran?  

La pieza alterna monólogos de sus tres protagonistas, personajes que nunca interactúan entre si y que son una condensación de la novela, un extracto poético: Orlando, interpretada en todas sus versiones por la potente y siempre impecable Maricel Álvarez; El biógrafo, interpretado por el mismo director en un tono casi de voz en off; y el ex poeta, clownescamente llevado adelante por el hilarante Horacio Marassi, que recita Homero y come pizza con cerveza Quilmes al mismo tiempo. 

A través de los textos este Orlando delimita su lugar, su propia perspectiva de género. Como hacia el final del texto: “Porque por diversos que sean los sexos, estos se confunden. No hay ser humano que no oscile de uno a otro, y sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres. La cultura construyó esta locura dicotómica, dual, binaria. Mujer/hombre, sangre/esperma, carne/hueso, nacimiento/muerte. Pero el fondo del alma no es binario. Todo gira en redondo. No somos nada de lo que el lenguaje designa. A lo sumo interrogante, hambre.”  

Pero el personaje hace también su propia lectura de la Historia. Los ojos que han visto los más horribles y hermosos espectáculos, a lo largo de cinco siglos de historia, repasa y se pregunta por el sentido de las distintas revueltas y revoluciones, desde la comuna de París hasta nuestros días. Y si hay una actividad que le cabe, es la del disenso. No estar ni en un lugar ni en el otro, ejercitar permanentemente la dialéctica. Ésta –finalmente– mujer, está furiosa y combate. 

En ese sentido, uno de los momentos más altos de la pieza, cuando estas posiciones se hacen carne, es cuando canta una versión distorsionada y lenta de “Venus in Furs” de The Velvet Underground, acompañada por el cuarteto. Orlando se vuelve más roja que nunca y canta esa marcha hipnótica, como si algún mensaje quisiera transmitir a la platea, para que no sea solo irse del espectáculo hacia la calle, como si algo debiera quedar latiendo en los oídos, en las retinas y más adentro aún: Golpea, querida señora, golpea y cura su corazón. u

Orlando se puede ver viernes, sábado y domingo a las 20, en el Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Hasta el 16 de diciembre.