Debilidad humana, el libro que Lila Siegrist presenta hoy a las 18:30 en Mal de Archivo (Urquiza 1613, Rosario), salió hace poco de imprenta en Buenos Aires por la editorial Mansalva. Entre dedicatorias y contratapa, cuenta con el aval de María Moreno, Cristian Alarcón y Virginia Giacosa, quien lo presentará junto a la autora y a Julia Enríquez. Para resumirlo en pocas palabras, digamos que Debilidad humana pone en formato novela de ficción, a la manera de la literatura post-autónoma (categoría donde Josefina Ludmer incluía obras que no se desvinculan del contexto real) los temas del universo Siegrist: el litoral agreste, los márgenes del poder.
A diferencia de aquella joya inhallable o libro casi fantasma, Destrucción total (Blatt & Ríos, 2014), o de sus libros de poesía Vikinga criolla (2012) y Tracción a sangre (Ivan Rosado, 2013), o de la belleza vanguardista (entre el collage literario y el canto de amor al pago natal) que deslumbra en el reciente poemario Quiero abrazarte mucho (Mansalva, 2020), la novela de Lila cae desde la altura de fervor lírico que tenían esas obras y aterriza en un lugar no menos interesante o literario, y quizá mucho más político.
Al constituir a India, antiheroína protagonista desde una tercera persona íntima, la autora pone la cámara subjetiva en una existencia miserable, cuyo horizonte estrecho es abarcado y ampliado por la mirada autoral. Esta juega cómplice con el lector argentino, puesto a adivinar guiños y contraseñas. Por los apodos ("el Turco", "la Turquita") nos enteramos (o no) de lo no dicho pero por todos sabido en la intimidad hipócrita de los personajes del libro: India es la hija bastarda de un caudillo presidente.
El dato dicho a medias nos arroja a un arco temporal que empieza en los años '90 y termina en la víspera de la pandemia, con otro presidente sin el carisma de aquel, obligado a comprar "bolsas de óbito" (de muerto) y ella a tomar nota, como hizo siempre.
Las bolsas parecen de consorcio y ella es una hija-basura, una desclasada sin futuro, vergüenza de un hogar provinciano de clase media alta ligada al poder en la localidad de Victoria. El cabeza de familia es un profesional a quien la profesión le comió el nombre. Autor del puente Rosario-Victoria, "El Ingeniero" y la madre de India no cesan de relegarla a "mandados" de mano de obra esclava. Pero India, sin embargo, logra leer la biblioteca patriarcal (innecesaria la lista de títulos, así como los detalles técnicos de la construcción del puente) y posar su deseo adolescente en otro profesional comido por su título: "el Abogado" (con quien no queda claro si logra algo o queda en el flirteo).
Lo mejor de la novela son los instantes dolorosos de autoconciencia subjetiva de India ("Era un fracaso viviente y perpetuado. Preferían ignorarla. Era una desilusión y listo") y los puntos en que el lenguaje alcanza alturas poéticas a través del erotismo solitario o de la ironía.
Párrafo aparte merecen los recuerdos sobre la madre, con un pasado de militancia perdido entre los pliegues de la corrupción de los años que siguieron, recuperado desde la ironía; a cada paso, la novela radiografía la decadencia nacional.
Desde su exterioridad, Lila/India observa toda una cultura patriarcal y agroexportadora del ser argentino, que tiene por centro el ritual rural de la carneada, y cuya poesía oficial sigue la lógica del inventario: "El tipo contaba en sus versos cosas que ella conocía... Él las contaba como cantando sencillo. Lo contaba encadenando como si fuese un contable, relevando en su lontananza todo lo que iba viendo".
La historia comienza por el final, la caída definitiva en el letargo; sigue con el liberador viaje iniciático en moto a través del puente construido por el Ingeniero merced a transas políticas con los diversos poderes, y atraviesa una memoria de sujeto impreciso y lateral que sin embargo llega a márgenes cada vez más altos, pegados a la intimidad del poder en la capital nacional.
India es una antiheroína muy realista. Encarna un tipo social que existió, pero del que la literatura argentina y el imaginario social no daban cuenta.
En su retrato se reflejan muchas mujeres que crecieron en una clase media alta aspiracional en las últimas décadas del siglo pasado: adolescentes y jóvenes que naturalizaron el mero medrar, sin amor ni proyecto, sin dinero en medio de una abundancia obscena, nacidas y criadas (en todo sentido) en familias que las instrumentalizaron y las invisibilizaron, mientras desde afuera parecían niñas burguesas.
La paradoja, la revancha, es que India terminará siendo la sobreviviente.