Pablo Ernesto Suárez (Rosario, 1968) es licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Con lo aprendido allí buscó especializarse, por fuera de los marcos institucionales, en cuestiones relativas a la Historia del Agua. Ha publicado artículos y relatos en diarios, en antologías y compilaciones. Su obra Rosario, ciudad ocupada fue seleccionada para su publicación en la Convocatoria Editorial de Crónicas de Baltasara Editora, y ya es su primer libro.

Esta recopilación de crónicas urbanas podría perfectamente haberse titulado Rosario, ciudad acuática. La mirada de Suárez se posa en lo que fluye; su oído alerta sigue el ritmo de las conversaciones. Su prosa bordea la poesía, y se atreve a una extensión que supera la de los espacios periodísticos. Escucha a las mujeres: a las Madres de la Plaza 25 de Mayo ("La pregunta por el número"), a las pobladoras de Zona Cero ("Tener un techo, tener un piso"). Escucha música, una en particular: el nuevo tango y la nueva milonga de la ciudad ("Mutatis mutanguis"). Recompone las historias de la costa: el arroyo Ludueña ("Yo fui tragedia"), el río Paraná ("Ganado al río"). Para explicar las inundaciones del Ludueña, entrevista a un ingeniero rosarino especialista en hidráulica: Eric Zimmermann, de linaje de ingenieros.

Suárez analiza la realidad desde una perspectiva historiográfica que toma en cuenta no solamente los conjuntos y sistemas de factores que producen un nuevo resultado, sino además las redes y las tramas de sociabilidad que las habitantes de la ciudad van tejiendo entre ellas para afrontar la adversidad: una adversidad a menudo provocada por el Estado mismo, ya sea por sus crímenes genocidas en la dictadura, o por las decisiones urbanísticas que convierten barrios en ghettos a merced de la anomia social y de desastres sólo aparentemente naturales. A la vez, se trata de un Estado que embellece la costa fluvial céntrica.

El cronista apenas si juzga. Graba, investiga. Va creando un mosaico de instantáneas del presente sin olvidarse nunca de que cada momento es un punto en un flujo continuo entre el pasado y el futuro. El resultado de su rigor investigativo es un libro muy amable con sus lectores, que desarrolla sus temas con la fluidez amena y el ingenio de una charla de sobremesa o de café. Los lectores se adentran de su mano en mundos íntimos: espacios sociales que deben su existencia a una multiplicación sostenida de voluntades, amparos precarios al borde de la intemperie que los generó como respuesta colectiva. Una Rosario que existe con o sin sus instituciones y a menudo más allá de ellas, en la bohemia de la noche de milonga o con los navegantes de domingo.

No siempre el Estado es adverso. También habilita el crecimiento y los encuentros: la Orquesta Municipal de Tango es mencionada como un antecedente de MuTaR (Músicxs Tangueros Rosarinxs), una de las agrupaciones de músicos que existen en Rosario además de Tocolobombo, Sonamos Latinoamérica, Unidos por la música, entre otras.

El Parque Alem, el Hospital de Niños Zona Norte, la desaparecida fábrica textil Estexa, el club Malvinas Argentinas junto al Regatas y el Rowing van puntuando los contrastes de una ciudad "que ha dejado la planificación librada a la suerte del mercado, las iniciativas o la desidia", como señala el autor en su crónica del Ludueña. Al fin de cuentas, "la gente hace la ciudad (...) Hablemos de gente en lugares".