“Mendoza es una forma de entender la vida. Tal vez esta forma no sea una receta útil para otros habitantes del planeta, pero lo es para los mendocinos. Basta con pensar en la poca cantidad de gente que emigra de allí para comprobar que ese pueblo se lleva bien con su destino, con el 'tiempo' que impone su geografía”. (Jorge Marziali)

Las comillas en la palabra tiempo sugieren que no es del clima, ni de cronologías, de lo que habla el poeta. Una de las formas de interpretar esta declaración de Marziali es indagando el sentido en el que utiliza la palabra geografía. 

Es decir, qué hace a un lugar como Mendoza tan particular, tan valorado por sus habitantes y tan difícil de abandonar. No sólo Jorge Marziali llama la atención sobre la fuerte ligazón de los y las cuyanas con su tierra. Armando Tejada Gómez sentencia, junto a Tito Francia, en Zamba de los adioses que: “Nadie se va de Mendoza aunque piense que se va…”; por su lado Daniel Talquenca y Jorge Sosa recuerdan lo complicado que es “Decir adiós en Mendoza”. 

Los ejemplos son muchos y variados y como la palabra de los poetas populares es la voz amplificada del pueblo, la literatura de la gente, hay que concluir que Mendoza posee un misterio muy particular que hace que los lazos sociales sean más fuertes y, en consecuencia, brinden mayor contención simbólica a sus habitantes que en otras latitudes.

Eladia Blázquez, en “Corazón al Sur”, dibuja el paisaje humano: “La geografía de mi barrio llevo en mí, será por eso que del todo no me fui: la esquina, el almacén, el piberío… lo reconozco… son algo mío”. 

El barrio es el cielo de la infancia. Un cielo de barro, apalabrado, compartido, cuya función es otorgar un mínimo de contención a los recién venidos y les hace menos terrible el pasaje de la casa a la plaza. 

Tejada Gómez vuelve a ilustrarlo: “cuando eras leyenda Mendoza mía, bajo el cielo enorme de Luzuriaga”. El cielo que importa va a ser siempre el del barrio y las estrellas -como recuerda Pichuco- “las de la esquina de la casa de mi vieja”. 

La geografía se lleva en el cuerpo, lo marca, lo constituye. Trazados en la carne, cual históricos papiros, duermen los recodos atemporales de la infancia. Acervo cultural, herencia simbólica, que cada región, cada latitud, impone a sus habitantes brindándoles un mínimo de pertenencia e identidad. 

Por siempre perdido lugar de origen, la recóndita patria de la infancia de la que habla Juan José Saer. ¿Cuántas muertes, heridas y cicatrices recuerdan las batallas de la infancia? Guerra que todo humano debe librar para poder sobrevivir al mundo enclaustrado que lo precede. 

German García sostenía, con insistencia, que hay que hablar siempre de la relación historia-deseo, y no de naturaleza-destino, ya que: “cada uno viene de donde puede y va hacia donde desea”. La Geografía se impone como el lugar de procedencia en el que irremediablemente debemos reconocernos, al menos, como afortunados sobrevivientes.

Ahora bien, Mendoza. ¿Por qué emigra tan poca gente de Mendoza? ¿Qué retiene a los cuyanos en Cuyo? Para distinguir latitudes y regiones se puede ubicar el arte, como criterio de demarcación, por sobre todas las demás producciones culturales. 

En el caso de Cuyo hay que prestar especial oído a su música para entender la fuerza política, en sentido amplio y no partidario, que representa. El dialecto sonoro de la región funcionaría como un articulador sociocultural sin precedentes –la región del litoral con el Chamamé quizás se le asemeje-. Esta es sólo una posible hipótesis para comenzar a develar el misterioso arraigo cuyano.

Amistad, hospitalidad, pertenencia

En Cuyo la amistad se vive de otra manera. Ni mejor ni peor que en otras latitudes, diferente, como “Mendoza en Otoño”, en palabras de Jorge Sosa. Esa distinción se lo debe, irremediablemente, a la Tonada. 

Ella es mucho más que un género musical, es el dialecto sonoro de la región. Patrimonio cultural, ceremonia rural, ritual pagano, grito y risa del tomero, sueño en el regazo de los viñateros y viñateras que a su ritmo juntan, pisan y muelen el fruto divino. 

Es tierra en el aire, ruido compartido de una región que incluye a San Juan, San Luis y Mendoza. La Tonada funciona como suelo, apoyo y red que ata, contiene y da sentido de pertenencia a muchos seres humanos. 

Ella se articula en base a una pregunta fundamental: ¿Qué es la amistad? Sobre este punto hay un antes y un después de Felix Dardo Palorma. La Tonada es una larga e interminable conversación entre amigos y amigas sobre las diversas derivas del demonio Eros. 

Acompaña los días y las noches de Cuyo interrogando, agradeciendo, aconsejando, pidiendo, declarando y sobre todo nombrando en tiempo presente a cada uno en el lugar de su hacer amigo, compañero y solidario. 

En esto no tiene precedentes: la Tonada se actualiza cada vez que se le canta a un amigo. Ella es para él o ella, en el ahí y ahora. Es siempre un presente en el presente.

Amable y necesaria distancia

En la Tonada el amigo nunca es el semejante. Jamás se le habla como a un igual, tampoco como a un extraño. Se usa siempre y sin excepción el Usted. El amigo es Usted. Algo que se encuentra también en los boleros y se usa para referir a la mujer amada. Es la marca de una diferencia. No se trata de la impostura solemne del respeto, nada más lejos que ser una simple regla de cortesía. Antes bien, es una amable distancia que permite poner a resguardo la singularidad del otro. 

El usted quiere decir aquí: ¡No somos lo mismo! Y esto es fundamental para la amistad y para todo amor. Porque todo amor, amigo y de pareja, necesita que el misterio en el  que cada uno vive envuelto, para el otro, no se rompa. Cuando nos acercamos demasiado aparece el vos, el yo, el tuteo y allí empezamos a tratar al otro como si se tratase de nosotros mismos, esto es: de la peor manera. 

Recuerda Nietzsche: “Quien no se recata indigna, tenemos muchas razones para temer la desnudez. Nunca nos adornaremos lo suficiente para un amigo”.

“Oscar Espeleta viva, esta tonada es para Usted, porque lo quiero y admiro y siempre le cantaré, para Gustavo y Guillermo Micieli va el cogollo, a los presentes los nombré… ”

 

 

 

La Tonada es el único género musical que se articula alrededor de un vacío, un agujero. Lo más importante, fundamental, en toda tonada se denomina Cogollo. Invento propiamente cuyano. Es eso que todo letrista, compositor, poeta sabe que no puede escribir. Mejor aún, que si lo escribe se borrará, no para perderse sino para sustituirse por otras letras. Otros nombres, otras voces. 

El Cogollo es un silencio muy particular. Su rareza radica en que nunca está ni vacío ni lleno del todo. Es un silencio en movimiento. Se llena para vaciarse y al revés. Y no con cualquier cosa. Si bien en la región de Cuyo existen diferentes maneras de cantar un Cogollo, de la improvisación completa de la tercera estrofa a sólo él o los nombres de aquellos a los que se dirige. 

La que ha prevalecido es la que se llena siempre con los nombres propios. Es el caso del cogollo en Mendoza. Lo más importante es que no se trata del recordatorio de hombres y mujeres notables de la historia, de valorar los monumentos del pasado, sino que se trata de los nombres que articulan a la vida, quienes abren sus puertas, habilitan camas, preparan una comida, comparten su vino y acompañan silencios. 

Es la celebración de los presentes, los vivos, de los que están en buenas y malas. La tonada es un lugar donde se resguarda lo más importante en la vida de todos los seres humanos: Sus nombres y los nombres con los que se organiza la vida cotidiana, la de a pie, de todos los días. Los nombres, injustamente anónimos, del pueblo. En ese sentido la tonada es un articulador de lazos socioculturales sin precedente. La más bella forma de escribir el silencio donde descansan tranquilos y a salvo los nombres que nos nombran.

*docente, escritor y psicoanalista.