Guitarra y birome en mano, sentado sobre el piso de madera de un hotel con papeles arrugados a su alrededor, Jeff Tweedy sentía que estaba escribiendo sus últimas canciones, convencido de que pronto iba a morir. Corría noviembre de 2002 y Wilco, su banda, acababa de conquistar un rincón privilegiado en las movedizas estanterías del rock del nuevo siglo con Yankee Hotel Foxtrot, su cuarto disco. La crítica los adoraba, el álbum llevaba medio millón de copias vendidas en todo el mundo y el público en los shows no paraba de crecer, pero él no podía con su alma: pánico, ansiedad, adicción a antidepresivos, migrañas insoportables y noches enteras en bañeras o tirado en el suelo tratando de bajar. Cada mediodía, sin embargo, desayunaba un puñado de pastillas y volvía al estudio. Había decidido en secreto grabar junto a la banda su último disco. Un legado que en el futuro permitiera a sus hijos conocer un poco mejor al padre que supuestamente ya no tendrían. La historia de un fantasma a punto de nacer.

Las cosas por suerte tomarían un rumbo muy diferente, y como registro de esa época quedó uno de los mejores discos del rock norteamericano de las últimas décadas y el único que llevaría a Wilco a ganar un Grammy: A Ghost Is Born. Ahora, más de veinte años después de aquellas noches imposibles, Tweedy sonríe del otro lado del Zoom y se queja de que no pudo dormir su siesta de todos los días. Atiende la videollamada caminando, sosteniendo su celular en modo selfie, y se sienta frente a un escritorio ubicado en una de las esquinas de The Loft, el icónico estudio en Chicago que desde hace casi tres décadas funciona como base de operaciones de la banda.

Detrás suyo, un cartel impreso en letras infantiles y colgado sobre una pared a la manera de una fiesta de cumpleaños recuerda: “Podría ser peor”. Y enseguida comienza una charla en la que hablará un poco de todo: la influencia del sueño en su arte, Trump, los clichés de la IA, las delicias de la imperfección, el sentido de cruzar belleza y destrucción en las canciones y lo esencial que resultó para él aprender a compartir las comidas del día junto a su familia. Pero antes de todo eso cuenta su entusiasmo por el show que Wilco dará en Buenos Aires el próximo viernes 30, en lo que será la segunda presentación de la banda en nuestro país, a nueve años de su visita anterior: “Hace mucho esperamos esta vuelta”, cuenta. “Aquella vez fue medio un viaje relámpago, no pudimos conocer casi nada. Ahora vamos a tener un par de días libres en la gira y queremos pasarlos allá”.

DEMOLIENDO TELES

El concierto en Buenos Aires será una de las postas de un extenso tour que los está llevando por Estados Unidos de costa a costa, para luego pasar por Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y Europa. Cincuenta shows en cinco meses que les permitirán celebrar el vigésimo aniversario de la formación actual de la banda, un sexteto de lujo de esos que se pronuncian de memoria: Tweedy en voz y guitarras, John Stirrat en bajo y coros, Glenn Kotche en baterías y percusiones atípicas, Mikael Jörgensen en teclados, laptops y ruidos varios, el multiinstrumentista Pat Sansone tramando arreglos y melodías de fondo y Nels Cline haciendo estallar guitarras con su aura cruzada de zen y destrucción. Un océano sónico de dulzura y caos navegado por una pequeña orquesta imprevisible cuya química instantánea quedó registrada en el brutal disco en vivo que grabaron durante sus primeros shows, Kicking Television (2005).

“Veinte años juntos es un montón”, ríe Tweedy. “Pero de verdad seguimos aprendiendo juntos, sintiendo que siempre hay lugar para hacerlo mejor. Ya tenemos tantas canciones que podemos darnos el lujo de guardar algunas por un tiempo y después volver a explorarlas frescas, pero nunca deja de sorprenderme eso que sucede cada vez que Wilco vuelve a juntarse a tocar, esa magia que no se puede alcanzar solo sino que solamente se logra cuando un grupo de personas se une. Estoy convencido de que hacemos honor a eso, y esa es la razón por la que veinte años después nos sigue entusiasmando cada nuevo show que vamos a dar”.

Nacido en 1967 y criado en Belleville, Illinois, hijo de una familia de ferroviarios (su primera guitarra eléctrica se la regaló a los doce su hermano mayor con la plata de una indemnización que obtuvo tras un accidente en las vías), en 1987 Jeff Tweedy se sumó a Uncle Tupelo, banda creada por su amigo de la adolescencia Jay Farrar que pronto sería reconocida como pionera de lgo que terminó siendo identificado como alt-country: canciones directas con gusto por la música tradicional y pulso punk. En 1994, muy a pesar de Tweedy, Farrar decidió poner fin a la banda y de esas cenizas pronto nació Wilco, la nave que permitiría a Jeff poner en juego todas esas inquietudes musicales que iban más allá del género con el que lo identificaban.

Banda nueva, vida nueva: tras el fin de Uncle Tupelo a sus veintisiete, Tweedy se mudó a Chicago, se casó con su compañera hasta el día de hoy, Susie Miller, y se fue a vivir junto a ella y su suegra: “Llegué a Chicago desde el sur de Illinois con una banda que ya tenía contrato con una discográfica grande y todo eso”, cuenta del otro lado de la pantalla. “Y me mudé con mi esposa, que era dueña de un club de rock que estaba en el centro de la escena musical de Chicago. Así que terminé absorbido por esa escena pero nunca me sentí del todo parte, porque no empecé acá. Igual la pasé muy bien, digamos que nunca tuve muchos enemigos”, ríe. “Ahora la escena de Chicago es diferente. Más joven, más cooperativa y muy, muy comunitaria. Y algo que definitivamente es diferente es que tenés músicos jóvenes que tocan country, después hacen improvisación en bares avant-garde y al otro día tocan en una banda tributo a Kate Bush. Hay un abanico de influencias y conexiones entre bandas muy grande. Eso es como un sueño para mí. Me encanta ver esa polinización cruzada entre géneros”.

Wilco en una foto icónica, tomada por Peter Crosby
 

EL FANTASMA EN LA MÁQUINA

Clase media del rock, como le gusta responder cuando le preguntan por el lugar que ocupan en la industria, a lo largo de tres décadas Wilco supo posicionarse con la suficiente consistencia y libertad creativa como para sostener un sello discográfico propio desde hace quince años y una audiencia fiel en todo el mundo sin nunca haber metido una sola canción en el top ten. Independencia y prepotencia de trabajo mediante, la gira que los trae a nuestro país los encuentra atravesando una de las etapas más productivas de toda su historia: dos LPs lanzados en los últimos tres años (el doble Cruel Country en 2022 y Cousins, producido por Cate Le Bon, en 2023) y un excelente EP con cinco canciones nuevas, Hot Sun Cool Shroud, lanzado en junio pasado.

Y a eso hay que sumarle dos reediciones lanzadas recientemente con diferencia de apenas tres meses. Este viernes salió a bateas la versión extendida de The Whole Love, el disco con el que la banda en 2011 inauguró su propio sello, dBpm. Originalmente doble, la nueva versión cuenta con el agregado de un disco extra con demos, rarezas y sesiones en vivo. Y a comienzos de febrero pasado vio la luz la flamante reedición de lujo de A Ghost Is Born, aquel disco que Tweedy creía que sería el último. Una caja enorme con el icónico huevo fantasmal en la tapa y nueve LPs con sesenta y cinco tracks inéditos entre demos, versiones alternativas y siete sesiones de improvisación de treinta minutos cada una llamadas “Fundamentals” y guardadas en altísima consideración por Tweedy: “Para mí, cada una de esas sesiones siempre fueron un disco en sí mismas”, apunta. “La idea era partir de bocetos y darnos la libertad suficiente como para improvisar un álbum en el tiempo que toma escucharlo, y de ahí terminaron saliendo la mayoría de las versiones que fueron a parar a la edición final. Sé que requieren de una paciencia y una dedicación que no se puede dar por sentada, pero para mí son de lo mejor que grabamos con la banda”.

Los nueve años que pasaron desde su último show en nuestro país fueron especialmente significativos para Tweedy, que en todo ese tiempo lanzó una postergada carrera solista en paralelo (con tres discos editados entre 2018 y 2020) y se metió de lleno en la narrativa con tres libros publicados hasta hoy. Arrancó en 2018, a sus cincuenta y uno, con la autobiografía de trescientas páginas Vámonos (para poder volver), bestseller en su país. Continuó dos años después con el entretenido manual Cómo componer una canción y siguió en 2023 con Un mundo en cada canción, en el que retoma momentos de su vida linkeados con canciones de artistas que admira.

Son muchas las escenas de su primer libro que dan cuenta del detrás de escena de sus días más difíciles: el chico que trabajaba en una farmacéutica y lo reconoció y se convirtió en su dealer, alcanzándole sin receta bolsas de antidepresivos aun cuando no lo requería, el momento en que Susie tenía a su mamá atravesando un cáncer terminal y descubrió que Jeff había estado robándole medicación o el día después del fin de la grabación de A Ghost Is Born, cuando Jeff decidió cortar en seco su adicción a las pastillas. Entonces entró en un rebote crítico que lo llevó a un neuropsiquiátrico de diagnóstico dual para tratamientos de salud mental y adicciones. Un lugar con rejas en las ventanas, tal como lo describe Susie en el libro, donde en las rondas una paciente hablaba de un hijo que había perdido por causa de la heroína y poco después un enfermero le preguntaba a Jeff si Wilco cancelaría su presentación en Coachella, porque ya había comprado entradas con sus amigos para verlos. “¿Qué te parece?”, le respondió.

“Todavía me siento muy afortunado de que las cosas hayan salido como salieron”, recuerda. “En buena parte lo que me salvó la vida fue ese nene curioso y emocionado por la música que nunca dejé de ser. Ese chico que se quedaba hipnotizado con los discos que escuchaba, el que soñaba hacer esto que hago hoy. Sin esa pasión habría tenido menos motivación para pedir ayuda. Y capaz suene loco eso, porque tenía esposa, hijos... Pero muchas veces las personas que no están bien tienen problemas con esas responsabilidades, y eso definitivamente me estaba pasando a mí. Tuve suerte de que mi esposa no me haya dejado, de tener la banda, amigos, un ambiente seguro... Sí, fui muy, muy afortunado”.

En ese sentido, Susie resultó una compañera de lujo para ese proceso de recuperación: “Escribí muchísimas canciones por y para ella”, cuenta. “Susie me enseñó a vivir de una manera que no había conocido antes. En mi familia no comíamos juntos, y ella me mostró la importancia de algo tan simple como eso, de sentarse a la mesa y encontrar tiempo para conocernos. Ese es solo un ejemplo de todos los hábitos que me hizo conocer y que hoy son parte natural de mi vida cotidiana. Y después, cuando tenés algo de éxito con la música, cuando ganás algo de plata y sabés que hay gente que va a estar atenta a tus canciones, puede llegar a sentirse difícil seguir conectando con el público. Pero eso nunca me pasa cuando escribo sobre ella, y esa es quizás una de las pocas cosas sobre las que sí o sí quiero escribir siempre: cómo nos relacionamos con el otro”.

Wilco en vivo (Foto: Jamie Kelter Davis)
 

BELLEZA Y RUIDO

La siesta frustrada a la que hacía referencia al comienzo de la entrevista se relaciona con una de las rutinas creativas que describe en su libro Cómo escribir una canción. Allí asegura que sigue siendo un misterio para él comprender de dónde vienen sus canciones, pero sí da cuenta de algunos pasos que lleva adelante cotidianamente al momento de sentarse a crear. Y también al momento de dormir: “Creo que el subconsciente trabaja muchísimo cuando estás escribiendo canciones, y está bueno ponerse en una posición que te permita honrar eso, aceptar lo que tu cerebro hace cuando no lo estás dirigiendo”, cuenta durante la charla. “No se trata tanto de recordar los sueños en sí como de lo que el cerebro hace cuando estás dormido. Suelo trabajar en las canciones justo antes de irme a dormir y después me despierto con problemas que fueron resueltos durante la noche: una línea nueva que arregla algo que que no me cerraba, o una letra completamente distinta, o un ángulo diferente desde donde mirar la canción. Usualmente pasa con las letras, pero también con la música. Simplemente me despierto con una idea más clara de lo que tengo que hacer. Me pasó sobre todo con las últimas canciones que escribí. Es ir a dormir y despertar con una canción mejor”.

Siempre atento a la tradición y la novedad, sus canciones suelen profundizar en emociones y derivas cotidianas sobre un paño de claroscuros: “En general tiendo a gravitar hacia el arte que mezcla luz y oscuridad, lo tonal con lo atonal, tristeza y alegría”, cuenta. “Suelo medir el éxito de mis discos a partir de cuánto logré equilibrar esos contrastes y llevar al oyente en ese viaje. Me parece lo más honesto, lo más real, lo más cercano al mundo. A veces no esperás que la belleza aparezca. Y a veces es catártico destruir algo con ruido, de esa misma manera en que el mundo suele meterse y arruinar nuestros mejores momentos”.

¿Cómo te llevás con la inteligencia artificial a la hora de grabar o mezclar un disco?

–No me interesa mucho. Me resulta infinitamente más expresivo e interesante eso que pasa cuando escuchás el deslizar de los dedos sobre un instrumento, o la respiración, o una voz que intenta pero no logra llegar adonde quiere. Si bien en general no soy pesimista con la tecnología y me gusta usar herramientas nuevas, siempre quiero escucharlas al servicio de una persona. La IA, toda esa tecnología que se viene, solo saca un promedio de lo que ya hicieron los demás. Es como una versión suavizada de algo. Siento que hay algo importante en eso de mantenernos conectados con nuestras imperfecciones. Y dudo mucho que la inteligencia artificial logre ese encanto de cagarla como la cagan seis personas tocando juntas en una sala.

Wilco, fotografiados en la bahía de Sydney
 

PAÍS CRUEL

Tweedy nunca escondió su posición opuesta a las políticas de Donald Trump, al punto de que Obama, fan declarado de Wilco, citó en la campaña por Kamala Harris una charla que tuvo con Jeff cuando este le contó que animó a su padre a salir de la apatía para ir a votar. Esto llevó a que una andanada de trolls lo ataque en redes, algo a lo que respondió con una carta abierta que les dedicó en Facebook: “Me gustaría darte la bienvenida de nuevo a nuestro pequeño rincón de la web para que escupas y hagas espuma todas las veces que quieras. Puedo soportarlo. No te tengo miedo. Somos más acá, y siempre lo seremos", escribía al final de esa carta. ¿Cómo tomó la reelección de Trump? “Me rompió el corazón”, dice sin vueltas. “Que un país elija una vez a alguien como Trump puede pensarse como un error. Pero aceptar que lo elijan por segunda vez… Eso ya me hace sentir que mi país es muy diferente a lo que me gustaría que fuera. Muchas de las cosas que amo siguen existiendo, pero siento que hay muchas cabezas rotas. Hay una enorme falta de decencia, falta de empatía, y no veo cómo eso pueda terminar en otra cosa que no sea una catástrofe para quienes están en una situación más vulnerable, o directamente para todos”.

¿Cómo escribís en ese contexto?

–Intento recordar la valentía de esas personas que estuvieron en situaciones mucho peores. La mejor música de mi país tuvo su origen en luchas, viene de quienes eran los menos libres. Aunque ahora cueste imaginarlo, pasaron cosas peores, y para mucha gente. Si quieren que hablemos de libertad, la parte más importante de esa libertad es poder pensar, hablar y crear libremente. Y si me despierto todos los días dentro de esa jaula de odio y miedo en la que nos quieren meter, siento que les estoy entregando lo más importante de esa libertad. Quiero poder seguir mostrando mi humanidad, seguir generando conexiones en cada nueva canción que haga. No voy a entregarles mi capacidad de crear.

Suena como una respuesta a esa duda que te planteabas hace veinte años, durante aquellos días difíciles, en la canción “Wishful thinking”, de A Ghost Is Born: “¿Vale la pena cantar una canción si no va a ayudar?”.

–Absolutamente. Y lo más loco es que sí ayudan.

Wilco se presentará en Buenos Aires el viernes 30 en C Art Media, Av. Corrientes 6271. A las 20.