Desde Macao

Los días y noches del Festival Internacional de Cine de Macao –que transcurren con once horas de adelanto respecto de la lejana Argentina– llegan a su fin: mañana por la noche, en una ceremonia con toda la pompa de ocasión, el jurado integrado por el realizador indio Shekhar Kapur, los también cineastas Stanley Kwan y Jung Woo-sung, la actriz Makiko Watanabe y la programadora Giovanna Fulvi revelarán quienes han sido los ganadores de los premios de su sección competitiva. Previa caminata por la obligatoria alfombra roja, custodiada aquí por un contingente de hombres de seguridad que, literalmente, no dejan que ningún espectador o periodista pose sus poco famosas suelas sobre su límpida superficie bermellón. Un caso extremo de la cultura VIP que, tal vez, esté relacionada con ciertos usos y costumbres de la región. Porque más allá de la occidentalización que puede advertirse en la superficie, los rastros de Confucio y de otras tradiciones menos filosóficas tienden a aparecer en cada esquina de esta ex colonia portuguesa, ahora en manos del gigantesco complejo neocapitalista (o neocomunista) chino. No es casual que el festival se desarrolle en las zonas más lujosas de la península y las dos islas que conforman Macao, evitando la mucho más populosa y popular zona céntrica, donde el evento desaparece por completo de la mirada de sus habitantes.

Uno de los desafíos del Macao Film Fest para su próxima entrega es crear y nutrir a un público que se acerque a las salas para ver un cine que, en general, no tendrá estreno comercial: en su edición debut, la audiencia de muchas funciones estuvo integrada exclusivamente por periodistas, invitados y algún que otro curioso. Un realizador se lamentaba por haber tenido que presentar su film ante una sala con muy pocos espectadores, situación que se hace aún más evidente en el caso del impactante auditorio del hotel The Venetian, un enorme y moderno recinto de unas 2000 butacas y excelente calidad de imagen y sonido. Allí se realizó la función para la prensa del nuevo largometraje de Takashi Miike, una locura con mucho de alucinógeno que, si bien no merece figurar entre lo mejor del prolífico realizador japonés, ofreció un buen puñado de imágenes inolvidables. The Mole Song – Hong Kong Capriccio, secuela de un film también dirigido por Miike hace un par de años, retoma al personaje central –un agente encubierto de la policía, el “topo” del título, encargado de desbaratar desde su interior a una familia yakuza– y lo hace viajar a Hong Kong para continuar allí sus aventuras.

Los primeros minutos recuerdan al comienzo de Dead or Alive, uno de los títulos más famosos del realizador: en una secuencia de montaje de altísima velocidad, el héroe –interpretado por la súper estrella Toma Ikuta– vuela en helicóptero colgado de una jaula repleta de yakuzas, con un papel de diario como única vestimenta. Poco después, una barbacoa humana comienza a prepararse mientras un grupo de viejos mafiosos baila una danza folclórica alrededor del fuego. Comedia disparatada y de un humor absurdo por momentos algo tontolón, The Mole Song no logra ser efectiva durante sus 130 minutos y su trama se empantana en lugares comunes y secuencias de acción no del todo efectivas. Sin embargo, cuatro o cinco escenas resultan completamente originales y delirantes en su ejecución: la lucha en un cuarto de baño con una sopapa como arma letal o el final, con el protagonista cayendo de un edificio con un tigre mordiendo su cabeza –ambos llorando lágrimas de éxtasis–, merecen figurar en cualquier antología de las imágenes más inolvidables de la filmografía de Miike.

Mucho más convencional en su planteo y desarrollo y por cierto lacrimosa, el blockbuster coreano Pandora retoma los elementos básicos del cine catástrofe, aquí de naturaleza humana. El film de Park Jeong-woo transcurre en un pueblito costero sostenido económicamente por una central nuclear: todos los hombres y algunas mujeres del lugar trabajan en el lugar. La preparación del desastre presenta a los personajes centrales y secundarios del drama, que llega rápido y amenaza con acabar no sólo con la vida de todos los habitantes sino con llenar de radiación gran parte del país. Luego de un terremoto y de la explosión de una de las usinas atómicas (la referencia a Fukushima es transparente) llegará la hora del sufrimiento, la pérdida y, eventualmente, el heroísmo. Con una factura técnica impecable y un presupuesto de envergadura, Pandora no ofrece demasiadas novedades, aunque la tensión resulta efectiva y algunos de sus momentos más dramáticos consiguen conmover genuinamente. El estreno del film en el Festival de Macao coincide con el lanzamiento comercial en su país de origen, en fechas donde la actual presidenta del país acaba de ser removida de su cargo luego de que se destapara un caso de corrupción que la involucraba directamente. La dura crítica al gobierno que presenta el film no podría haberse dado a conocer en mejor momento.

El nuevo largometraje de Fruit Chan, cuyos primeros films hace unos tres lustros convocaban los elogios de la crítica, resultó una de las grandes decepciones del festival. Rodada en China continental, la historia de Shining Moment, en la que un grupo de niños amantes de la danza latina intentan ganar un premio en algún certamen de baile, resulta tan derivativa como poco estimulante. La idea del esfuerzo y la superación personal que descansa en el corazón del relato es absolutamente universal, aunque algunos de los detalles están enraizados en la cultura de la región: el nuevo rico de la nueva China, la enorme expectativa de los padres puesta en la educación de sus hijos, el éxito o el fracaso medido en términos inconmovibles. Que los chicos terminen participando de un programa televisivo (del tipo concurso de baile con jurados) parece borrar con el codo lo que se venía escribiendo con la mano, uno de los varios conceptos problemáticos de una película tan elemental como formalmente poco atractiva.

Más allá de estas tres premieres mundiales, el festival macaense también ofreció la posibilidad de apreciar largometrajes que fueron estrenados muy recientemente en otros eventos cinematográficos, desde la Jackie de Pablo Larraín a Daguerrotype, la incursión francesa del nipón Kiyoshi Kurosawa, pasando por Manchester by the Sea, de Kenneth Lonergan, Personal Shopper, de Olivier Assayas y Toni Erdmann, de Maren Ade. Sin olvidar la selección de films clásicos elegidos personalmente por algunos de los nombres mayores del cine asiático. Para este cronista, la exhibición –en una bellísima copia restaurada– del western francoitaliano de Sergio Corbucci Il grande silenzio (protagonizada por un Jean—Louis Trintignant completamente mudo y un Klaus Kinski como epítome del sadismo) fue uno de los puntos más altos del festival: el film sigue siendo tan anti convencional como en el momento de su estreno, a fines de los años 60, y su alegoría política en envase comercial tan revulsiva como estéticamente convocante.