La antología de terror y tecnología más importante de los últimos 15 años, Black Mirror, lanzó su séptima temporada y detrás de ella no tardaron en llegar las acusaciones de traición a su propia identidad. La falta aparente y meramente superficial de tecnología como causante de todos los males junto a un desprecio por la motivación clarividente que otrora enamoró a muchos, hizo que hace varias temporadas la crítica anuncie el desgaste de la serie de Netflix.
Pero, ¿no cabe la posibilidad de que la renuncia a esos elementos no sean sino un punto de partida desde el cual reflexionar sobre la tecnología sin querer predecir el futuro para nuestro disfrute —fetichista, kinky, de goce ante la distopía—?
Aunque todas las temporadas cuentan con episodios autoconclusivos, y a hasta esta última ninguno contenía precuelas o secuelas, es atendible ver los cruces argumentales que las tramas tienen en una misma temporada. Ya la sexta se alejó de la mirada tecnofuturista en tantos capítulos que nos invitó a pensar si no hay algo independiente de esta e inherente a lo humano que cause terror —en Mazey Day, la tecnología presente es una cámara de fotos; en Loch Henry, son las cámaras con videocasetes; en Demonio 79, la tecnología es reemplazada directamente por un ritual sobrenatural— y esta última entrega aborda preguntas en torno a la relación de la tecnología y el pasado. Sobre este tópico, Hotel Reverie, nos convoca a pensar desde una mirada queer cómo dejamos que el pasado se cuele en nuestro presente y futuro y qué parte de él elegimos para que nos atraviese.
Alerta spoiler
Para quiénes no vieron el tercer capítulo de la nueva temporada, Hotel Reverie, —cosa que recomendamos que hagan antes de seguir: sí, habrá spoilers— cuenta la historia de una jóven actriz, Brandy (interpretada por Issa Rae) aturdida de la orientación al hiperconsumo en el cuál su carrera actoral y toda la industria del cine se ve inmersa. Se le presenta, entonces, la oportunidad de hacer el rol protagónico de una clásica película romántica al estilo Casablanca, homónima al título del episodio, lo cual la entusiasma. La cuestión es que el estudio venido a menos que tiene los derechos de la película sólo puede pagarle a un actor para el “remake” y en un ataque de tecnofilia acepta que el total de la película, excepto un papel, sean recreados con inteligencia artificial con un método de inmersión ultrarealista en el cual dicho único actor representaría el papel en tiempo real, en un set digital al cual es transportado.
Ya acá hay una primera observación hecha por la mismísima protagonista, que retoma de alguna manera las críticas a las remakes “woke” de Hollywood de los últimos años, pero que no hace más que mentar lo obvio. ¿No va a pasar nada con que yo —dice Brandy— una mujer, negra, norteamericana tome el rol de una varón, blanco, inglés en un romance en los años 40? Para los realizadores esto no tiene peso y Brandy se sube al juego. El problema surge cuando una taza de café cae sobre las computadoras que dan origen al mundo digital —¡Cuántas tazas caídas han cambiado una trama!— provoca que éstas pausen el previsible desarrollo de la película.
Brandy que había piloteado bastante bien la recreación de la película, ahora se encuentra en un mundo extraño con entes generados por inteligencia artificial que no son ahora más que simple utilería y con la única compañía de su co-estrella en el film: Dorothy Chambers (interpretada por Emma Corrin) quien ha tomado cierta consciencia de su artificialidad y de que no es del todo Clara, el personaje, sino algo más. La causa de esta toma de consciencia es la ternura y amorosidad que Black Mirror nos sabe regalar cuando los protagonistas son parte de la comunidad LGBT+ y que evoca a otros capítulos como San Junípero, por ejemplo.
Aunque el personaje de Brandy y el de Clara hayan estado guionados para enamorarse, aunque en el desarrollo de la trama eso fuera lo deseado, lo que explica que Dorothy salga de su estado de versión digital de sí misma, que deje de ser un mero personaje que se repite (Clara), es una cuota de enamoramiento genuino —amor de verdad suena más a cuento de hadas y que distopía futurista, ¿no?—. Por la naturaleza del set en el que están, los pocos minutos que el equipo técnico tarda en reparar la falla se traducen en meses de un romance casi idílico entre las dos, con todas las preguntas acerca de la veracidad de ese amor y su potencial que lógicamente les surgen.
Es que la tacita de café no sólo le permitió estar en un tiempo que no avanza sino también, que Dorothy acceda a la base de datos que se usó para hacerla y vea junto al espectador que su vida fue más que el papel que interpretaba. Dorothy Chambers, da a entender la secuencia de flashbacks, había sido una lesbiana en el clóset que sufrió depresión y murió a causa del abuso de sustancias. Luego de esta revelación, se da a la empresa de reconocer lo que siente por Brandy y vivir esa historia de amor lo que sea que dure, enmendando lo que ese pasado ubicado en los años 40/50 no pudo darle.
El pasado como lugar de remordimientos, rencores, decisiones equivocadas, como caldo de cultivo o como lugar para retomar, es esencial para entender toda esta séptima temporada, que lejos de mostrar una agotamiento en la serie muestra un corrimiento de las expectativas del público sin correrse del trasfondo tecnológico, un acierto poco celebrado. Si pudiéramos volver al pasado, no para cambiarlo, no en tanto línea temporal modificada, sino en alguna recreación del mismo, ¿Qué traíamos? ¿Qué dejaríamos?
Aunque muchas de las críticas a la serie vienen de no poder imaginar tecnologías más distópicas que las que ya son reales en nuestro mundo, también es valioso el haber entendido que lo que está sucediendo ahora a nivel mundial es consecuencia directa de ese hastío con el presente: la respuesta a las grandes preguntas de la política parece ser, a escala planetaria, volver al pasado. Y en ese pasado no estamos todes, ese pasado no fue del todo bueno y la mirada que debemos de hacer del mismo no es el de una melancolía que perdona resignadamente todos sus pecados porque el presente no los resolvió, sino una mirada crítica porque es esta la base desde la cual construimos el futuro.