San Martín de Tours nació en Savaria, una ciudad actualmente llamada Szombathely, en el oeste de Hungría, cuyo santo patrono, dicho sea de paso, es San Esteban. Su calidad de taumaturgo, persona que hace milagros, logró que las autoridades de Tours lo nombrasen obispo en 371. No obstante, su acto más conocido ocurre en 331 y no es un milagro, o sí, según se lo mire: un acto de empatía al ver a un mendigo muerto de frío a las puertas de Amiens donde estaba estacionado como legionario. Martín se detuvo, partió su capa y le entregó la mitad. La importancia del gesto estriba en su inmediatez. Alguien tiene frío y le comparte la mitad de su abrigo. No más tarde, no con una esquela enviada por chasque al tendero en solicitud de un préstamo invocando su buen corazón, no con un llamado a licitación entre fábricas de textiles, no, es la asistencia en el momento preciso.
Este gesto es con el que a San Martín se lo representa en todas partes, desde estampitas a vitrales. Su importancia es tan vital que palabras como capilla y capellán cristalizaron en el vocabulario cristiano a partir de la cesión de aquella media capa.
Más allá de esta acción pedestre la hagiografía sanmartiniana abunda en milagros de todas clases, volviendo a Martín uno de los santos más venerados. A partir de su nombramiento como exorcista por su amigo San Hilario, Martín comienza su lucha ininterrumpida contra el diablo. Entre los muchas operaciones salvíficas contamos aquella en que San Martín cura a una vaca poseída por el demonio. La vaca, una vez liberada, besó los pies de San Martín, quizá una señal prometedora en la futura economía agropastoril de la provincia transoceánica de la que se volvería su santo patrono.
Cuenta la leyenda que cuando las autoridades de Tours lo quisieron de obispo, San Martín se escondió por humildad para rehuir del nombramiento, pero un ganso señaló su paradero y es a causa de esta curiosa delación que Martín terminó siendo el santo patrono de la familia de estos anseriformes. Todos los 11 de noviembre, día de San Martín, se instituyó la costumbre de pagar por tributo a la diócesis con una de estas aves. No sabemos si como celebración o castigo al delator, ya que la ofrenda supone un seguro paté de foie del objeto tributado.
Otro gesto que nos beneficia como industria es aquel en que a San Martín, o mejor dicho a su burro, se le adjudica el renacimiento de la vitivinicultura en Europa. El relato encierra cierto anacronismo por el salto que hay entre el imperio romano dentro del cual vivió Martín y el posterior descalabro —unos cien años más tarde, digamos— a causa de las masivas invasiones de los bárbaros amantes de la cerveza, pero reza así:
"Porque pasaron los siglos oscuros, tuvieron que ser los monjes los encargados de recuperar primero y después extender el cultivo de la vid por todos los confines del mundo. La leyenda explica que esta tarea fue iniciada por San Martín, el obispo de Tours quien, cabalgando en cierta ocasión sobre su mula, estaba tan ensimismado meditando sobre el milagro de la naturaleza, que dejó en total libertad a su montura. Esta mordisqueó los brotes de vid que había en su camino y el resultado fue que esa poda dada por el animal mejoró notablemente la calidad del fruto de esa viña, recuperándose así esta práctica romana.”
Este párrafo cuya autora es Concha Baeza está citado en el libro San Martín de Tours, su presencia en Palermo de Buenos Aires, del Padre Pablo Hernando Moreno. Como párroco de la parroquia homónima, Moreno escribió un bello libro sobre la historia del santo y del templo que lo honra. No obstante, no podemos dejar de encontrar en su contenido un buen número de eufemismos de cara a la historia. Uno de ellos es la labor descripta por San Martín en destruir el paganismo y otra el exilio de San Martín cuando los arrianos lo persiguieron por su catolicismo. El padre Pablo, citando a Helvio Botana, dice:
“El Señor Jesús lo recompensó, además. con el regreso de San Hilario a su antigua diócesis de Poitiers, autorizado por Juliano, quien estaba enfrentado contra Constancio (arriano). Martín abandona su vida eremítica y vuelve al lado de su guía espiritual (…) el César Juliano es emperador y apostatando de su cristianismo arriano vuelve el Estado al paganismo, acción que en vez de perjudicarlos los favoreció, (a Hilario y a Martín) pues los arrianos perdieron todo el apoyo oficial que los sustentaba, y Juliano más que proclamar la libertad de cultos ejerció la indiferencia …”
En realidad lo que hacía Juliano es lo que había practicado el paganismo romano en líneas más amplias que el cristianismo: siempre y cuando se respete la autoridad del César cada uno podía practicar su religión. A vuelta de página el padre Pablo escribe:
“Martin con sus monjes visitaba las aldeas paganas para predicar el evangelio, derribar los templos de los ídolos y construir iglesias para el verdadero culto". De modo que San Martín “visitaba”, “predicaba” y “derribaba”. Pocas páginas más adelante el autor transcribe otro párrafo de Botana: “San Martín vive y vivirá siempre donde exista acción en pro de la buena voluntad y de la tolerancia.”
Cómo moderamos esta afirmación de tolerancia con el hecho de que San Martín fue un obsesivo perseguidor de los paganos, especialmente de las poblaciones rurales, llamadas pagos (y de ahí la palabra “paganos”) cuya inmensa mayoría era fiel a la vieja religión. Con ayuda de sus monjes formó un ejército al que Martín llamaba “ángeles”. Y con este se ocupó de la evangelización de las tierras galas, arrasó los templos, derribó las piedras de los druidas y taló encinas sagradas, defendidas “con saña” por los campesinos. Sobre las ruinas de estos lugares consagrados a los dioses del agua, de los árboles y de las colinas, se construyeron los templos cristianos.
De acuerdo a su primer biógrafo, San Sulpicio Severo, Martín “pisoteó los altares y los ídolos”, aparte de aclararnos el mismo autor que el santo era "un hombre de admirable mansedumbre y paciencia; y que de sus ojos irradiaban una serenidad apacible y una paz imperturbable..." Martín creía ver al diablo en la figura de Júpiter, de Mercurio, de Venus y Minerva, teniendo por lo demás la firme convicción de que Satán se escondía detrás de aquellos ídolos.
Otro ligero eufemismo de Hernando Moreno es la descripción de la muerte del santo y los sucesos inmediatamente posteriores: “… aquel 8 de noviembre de 397, cuando falleció en la parroquia de Candes, a la cual había llegado como mensajero de paz y de reconciliación para todo el clero de la misma y para toda la comunidad. Recordemos la discusión entre los feligreses de la parroquia de Candes y los de la sede diocesana de Tours, además de los anhelos de los religiosos de Ligugé. Todos pretendían guardar en sus respectivos lugares, como reliquia santa, el cuerpo de Martín. La providencia quiso fueran los turonenses, con habilidad sagrada, los que sacaron por la que ventana el féretro de su Obispo y lo embarcaron por las aguas de los ríos Vienne y Loira, para trasladarlo hasta Tours.”
Bien, en este párrafo resaltan dos cosas, la primera es la condición de San Martín como “mensajero de paz y de reconciliación” cuando su muerte provocó en realidad disenso y confrontaciones.
En el momento en que Martín fallece en Candes iba acompañado por los monjes de Marmourtier. Por otra parte los fieles de la parroquia de Candes también se sentían con derecho a poseer el cuerpo cuya alma Dios había reclamado en ese preciso lugar. Los habitantes de Ligugé, donde Martín había pasado su década de eremita, también reclamaban la potestad de poseer el cadáver. Finalmente, las autoridades de Tours lo querían para su ciudad. La disputa continúo alrededor del cuerpo hasta bien entrada la noche mientras los candesinos, los turonenses, los poitevinos y los marmourterios velaban el cuerpo. Por precaución el párroco de Candes mando a cerrar la puerta de la sala. Cuando poco a poco los presentes fueron quedándose dormidos, los turoneneses aprovecharon y robaron el despojo a través de la ventana. Esta es la segunda cuestión que resalta: la “habilidad sagrada” para robar el objeto de la disputa.
Si la providencia quiso que los turoneses se quedaran con el cuerpo de Martín la providencia también permitió que los calvinistas cristianos incendiaran en 1562 las reliquias del santo. Solo se salvó un hueso y parte del cráneo, los cuales aun se veneran en la Catedral de Tours. A la luz de estos hechos uno se pregunta cuáles son las reliquias del santo que se guardan en Buenos Aires.
A este respecto Moreno nos dice que Buenos Aires deseaba tener una reliquia insigne de su santo patrono. Aprovechando el Congreso Eucarístico de 1934, y la futura llegada de la delegación francesa, se hicieron los contactos necesarios. El cardenal Gaillard, arzobispo de Tours, accedió gustosamente al pedido. Inmediatamente se prepararon los fastos para esperar junto con el Cardenal Copello la reliquia en el puerto. Sin embargo, el Capítulo de los Canónigos descubrió que en el tesoro de la Catedral ya existía una reliquia del santo; de modo de acuerdo a los protocolos nada justificaba una recepción solemne.
Así y todo el arzobispado de Tours quiso igualmente continuar con el obsequio. Una recepción de menor categoría se fijó para el 28 de octubre de 1935 y la reliquia viajó por el océano hasta el puerto de Buenos Aires. Un cortejo de 200 automóviles fue a recogerla a las 7 de la mañana y la condujo hasta la iglesia de Palermo. Pero nuevamente, qué clase de reliquias del santo de Tours se custodian en la ciudad. ¿Un pedazo de la capa? ¿Una falange? ¿Un fragmento del cráneo? ¿Un pelo? Moreno no lo dice. Sí nos aclara que:
“Lastimosamente la reliquia fue robada en dos ocasiones y en la actualidad estamos en la búsqueda de una nueva reliquia, para que podamos venerar a nuestros insigne Patrono y titular de nuestra Iglesia”.