Esta historia me la contaron hace algunos años: un boceto, una anécdota de sobremesa. Más tarde la leí adornada con supuestos y rumores, pero siempre incompleta. Se trata del curioso caso del escritor rumano que se despertó una mañana de septiembre de 1955 en la Residencia presidencial de Olivos sin guardias ni servicios de valet, sin Perón y sin ministros. ¿Qué lo despertó? La insistente pregunta de su mujer: ¿Dónde está la radio, Gheorghiu?

Todo comenzó unos meses antes con la Francesita. Rubia, delgada, apenas si había cumplido los 20 años. Su peck-a-boo agitaba la memoria de quien la mirase y lo remontaba inevitablemente a una sala de cine donde la hermosa Verónica Lake le decía al inmutable Alan Ladd: “Todo es más bonito después de la lluvia”.

Pero llovía, y estamos en marzo del 55: Los rumores de un golpe empiezan a circular. El exministro de Asuntos técnicos, Raúl Mendé, entonces director de la Escuela Superior Peronista, le pide a la Francesita que abandone su tarea en el área de corrección --donde supervisa las ediciones de “Mundo Peronista”--, para realizar una tarea especial: acompañar al General a la reunión con Constantin Virgil Gheorghiu, el autor de La hora veinticinco, novela traducida a 33 idiomas y con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. La Francesita debía asistir al presidente cuando se hiciera inentendible el francés que hablaba el rumano. Gheorghiu había llegado de París (donde estaba exiliado desde 1948) en compañía de su esposa por una invitación que el propio Perón le había hecho en 1953.

No llovía, pero estamos ahora en mayo de 1953: Gheorghiu llega al país en el transatlántico Bretagne. Tiene pautada una serie de conferencias sobre su experiencia como exiliado luego de que los rusos tomaran Rumania y derrocaran a Antonescu, secuaz de Hitler. Las conferencias se hacen a salas llenas. Los ágapes que organizan las damas de la alta sociedad argentina se suceden por varias noches (en lo de Silvina Bullrich el rumano se encontró con Borges, quien luego le dijo a Bioy: “Este presocrático cree que la nafta es todo”). Gheorghiu expone y al mismo tiempo hace gestiones para cobrar los derechos por la edición de su novela que había editado Emecé en 1950. ¿Qué contó Gheorghiu? Cómo escribió La hora veinticinco en la pobreza y en el exilio mientras estudiaba teología; cómo hizo traducir su manuscrito al francés pidiendo un favor; cómo logró que el manuscrito le llegara al filósofo Gabriel Marcel, y cuál fue la siniestra aventura que le hizo vivir a su personaje, el campesino Iohann Moritz: denunciado como judío por un militar que quería acostarse con su esposa, es enviado a un campo de concentración. Logra escapar y llega a Hungría. Es detenido por espía rumano. Lo torturan. Cuando Alemania le pide a Hungría que envíe esclavos al frente, el gobierno húngaro se deshace de todos los detenidos de nacionalidad dudosa. Moritz llega a Alemania. Un médico nazi lo declara de “pura raza germana”. Le calzan el uniforme de las SS. Pese a eso, logra sumarse a la resistencia francesa hasta que llegan los norteamericanos, pero los yanquis lo tratan de traidor y lo obligan a luchar contra el comunismo ruso. Frente a cada uno de sus captores, el ingenuo Moritz siempre responde de la misma manera: yo sólo soy un hombre. De eso trata La hora veinticinco. ¿Qué no contó Gheorghiu? Que al ganar su primer millón de francos, la traductora que lo ayudó con su manuscrito le exigió el 15 por ciento de las ganancias. Gheorghiu se negó y la mujer sacó a relucir textos antisemitas que el rumano había escrito en su juventud. Gheorghiu pidió perdón, y los franceses se prometieron no publicarlo más. Pero como vendía miles de ejemplares, no tardaron en aparecer nuevas ediciones parisinas.

Primera de las cuatro notas publicadas en Clarín, 24 de octubre de 1955.
 

Uno de los asistentes a las charlas de Gheorghiu fue Raúl Mendé, que despuntaba el vicio de la poesía bajo el seudónimo de Jorge Mar. Mendé lo admiraba. De hecho, escribió y estrenó en 1951 la obra teatral El Baldío (en 1952 se hizo película) que tenía como subtítulo “De este lado de la hora veinticinco”. Mendé y Gheorghiu se hicieron amigos, y la Francesita los acompañó en esa amistad. Uno habló sobre el peronismo y el otro contó sus problemas para cobrar en Emecé. Mendé llamó a Perón y el General intervino. Gheorghiu regresó a París con una bolsa de dinero y una invitación expresa de Perón: “Si alguna vez se cansa de viajar solo, venga a la Argentina. Acá siempre encontrará nuestra amistad”. En otoño de 1954, Gheorghiu escribe El hombre que viajaba solo, donde relata su visita a la Argentina y elogia la política “dirigida a los más humildes” que conduce Perón. En la revista “Mundo Peronista”, Mendé escribe una larga nota sobre el libro donde afirma que todo lo contado por Gheorghiu respecto a Perón “es exacto”. Pero la pura verdad es que el rumano se enteró del peronismo como política transformadora gracias a su amigo Oreste Popescu, rumano nacionalizado argentino, profesor de economía política en la Universidad de La Plata. Popescu vivía entonces en un chalecito en City Bell. Cuando en 1950 los intelectuales antiperonistas levantaron la figura de Esteban Echevarría como víctima del totalitarismo para crear la ecuación rosismo igual a peronismo, Popescu fue el único en escribir un texto ubicando a Echeverría en las veredas del peronismo.

Llueve, y estamos otra vez en el 55, es final del invierno: Gheorghiu hace semanas que está instalado con su mujer en la Quinta de Olivos (que entonces no era residencia del presidente sino un lugar de descanso). Perón ordenó facilitarle a Gheorghiu todo lo necesario. Se reúnen varias veces. Algunos sostienen que Perón lo contrató para escribir su biografía, pero no hay certezas. Sólo se sabe que, en medio de los levantamientos militares, el rumano insistió en recorrer el país para entender lo que pasaba. Quería dialogar con los golpistas. Mendé le habló del peligro de viajar a las provincias en ese contexto. El rumano se puso insistente. Y entonces llegó el golpe. Usted ya sabe: Perón se refugia y asoman las caras de Lonardi, Rojas, Aramburu y toda la caterva del odio.

¿Dónde está la radio, Gheorghiu?, le preguntó una vez más su mujer la mañana del 18 de septiembre de 1955. Ella quería saber por qué no había servicio de valet en la Quinta, y por qué no había aparecido la Francesita a traerles y leerse los diarios. Pasaron las horas y pasaron los días. Los teléfonos no sonaban. Nadie atendía los desesperados llamados que hacía Gheorghiu. El rumano y su esposa estuvieron una semana solos en el predio de Olivos. ¿Qué hicieron? ¿Qué comieron? ¿Qué puertas abrieron? Y entonces llegaron los golpistas. Se ignora por qué el matrimonio rumano no fue detenido. Sólo se sabe que viajaron a City Bell y estuvieron durante meses viviendo en la casa de Popescu. Este dato lo aportó para estas líneas el escritor platense Marcelo Ortale, que recuerda, con mirada de niño, ver al rumano caminar por la calle 471 entre 7 y 8 de City Bell.

 

Hostigado por los militares, y buscando recursos económicos para volver a Europa, Gheorghiu escribe cuatro largas notas que titula “La hora 25 de Perón”, donde su amigo pasa a ser un tirano y Mendé un mentiroso que tiene de amante a una mujer “muy joven”. En esos escritos se revela la prosa de un hombre que intenta justificar una traición. ¿En qué medio argentino se publicaron esas notas? Clarín, desde ya. ¿Algo más para agregar? Sí. La Francesita también se fue a París, pero cuando ella llegó ya había dejado de llover.