Una vez que Norah Jones se sentó frente al piano, la postal que se desprendía de cada tecla, cada nota, cada armonía era similar a la de su padre, Ravi Shankar, cuando tocaba el sitar. Y se tornó en una especie de guía espiritual. La situación era tan sexy que valía la pena probar perderse en esa fe hacia lo desconocido, porque, al mismo tiempo, el contexto en el que sucedió hizo hincapié en el cuidado y la