Cuando Arcade Fire regresó del camarín para hacer “We Don’t Deserve Love”, el inminente BUE había superado por tres o más cabezas a su edición de 2016, con la que además Daniel Grinbank volvió a las lides festivaleras argentinas. Incluso, en Tecnópolis, que nuevamente ofició de sede del evento, el boca a boca del viernes por la noche apuntaba a que el encuentro musical tenía todas las condiciones para desaforar al Lollapalooza local de su virtual condición de “festival del año”. Y es que a diferencia de su predecesor, esta versión demostró que una curaduría acertada, así como dispuesta a darse el gusto de algún capricho o el riesgo, es suficiente para que impacte, desencaje y movilice al público. Aunque los detalles no residieron sólo en eso, sino en acciones de producción tan sustanciales como los puestos de hidratación gratuita. Por si fuera poco, y acá radica lo críptico del asunto, los dos escenarios erigidos en el predio de Villa Martelli (el principal estaba ubicado esta vez en el estacionamiento) recibieron propuestas que reflejan a cabalidad lo que sucedió musicalmente en 2017. 

Más allá de que el inicio de su recital, así como viene sucediendo en el resto de su actual gira, alude al boxeo, Arcade Fire fue, sin duda alguna, el campeón peso pesado de la primera fecha del BUE. A pesar de que su flamante álbum, Everything Now (2017), dividió las aguas en torno a la agrupación, los de Montreal demostraron que son el gran artista del indie nuestro de cada día que más clara la tiene en cuanto a lo que pretende (por encima de Tame Impala). Si bien es cierto que su impronta épica seminal fue lo que deslumbró al mundo, la veta bailable en la que se sumergió progresivamente deja de manifiesto su brillantez. Pero no se trata del cachengue por el cachengue en sí, sino de una compleja exploración que recuerda a Talking Heads y que apela a los estados de ánimo, las influencias y la polirritmia. Eso quedó expuesto desde el vamos con el tema que le da título a su nuevo trabajo, secundado por los clásicos “Rebellion” y “Here Comes the Night Time”. 

No obstante, a diferencia de sus otros shows en Sudamérica, el del BUE fue el único de Arcade Fire que estuvo supeditado a un festival. Así que el grupo canadiense no sólo tuvo que acortar su repertorio, sino que también adaptó su performance a la circunstancia. Lo que no le restó efectividad ni solvencia. Todo lo contrario. Mientras su actuación de San Pablo (de la que fue testigo este diario) fue una fiesta, la de Buenos Aires fue una celebración musical. Y es que los comandados por Win Butler, quien expresó en español su felicidad por estar acá, amén de su característico acting al momento de ataviarse las canciones y del constante cambio de roles instrumentales, en su segunda visita a la Argentina sincretizaron y traccionaron hacia una misma dirección un repertorio que iba de un matiz electro ABBA como “Electric Blue” a una canción de cuna oscura del talante de “Neon Bible”, pasando por la sediciosa “The Surburbs”, la discotequera “Reflektor” y la pastoral “Wake Up”. 

Pero la sorpresa estaba por venir. Apenas terminó Arcade Fire, en el otro escenario del BUE, el techado, largó Cigarettes After Sex. Después de semejante tributo a la vida que contagiaron los canadienses a las 20 mil personas que asistieron el viernes al festival, la banda estadounidense bajó las persianas, y, antes que pelar el rivotril o cortarse las venas, encandiló de belleza a la depresión y la oscuridad. El cuarteto de dream pop liderado por el guitarrista y cantante Greg González, que desfloró principalmente las canciones de su primer álbum, titulado igual que el grupo y considerado uno de los discos revelación de 2017, se metió en el bolsillo a un público que no lo conocía. Y como premio, de su debut porteño, se llevó la ovación. Un par de horas antes, en el mismo lugar, y mientras corrían todo tipo de rumores acerca del show de Gorillaz a causa de la tormenta anunciada para el sábado (desde cambio de hora hasta cancelación), El Mató a un Policía Motorizado saboreaba la consagración. 

El quinteto platense, que fue parte del evento en 2016, colmó el estadio techado de Tecnópolis. Clara señal de que está preparado para protagonizar su propio Obras o Luna Park. Mediante una actuación impecable, el grupo insignia del indie argentino mechó sus clásicos con temas de su nuevo disco, La síntesis O’Konor, cuya impronta pop reclutó a un novel séquito de fans. El que quizá perdió varios fue Kevin Parker, líder de Tame Impala, tras el infame DJ set que llevó a cabo con el hacedor de hits Mark Ronson. Se lo vio tan banal y vanidoso, alternando éxitos de su banda con artificios del trap y el EDM, que anonadaba. Al tiempo que Brazilian Girls, en medio del solazo, la remó con dignidad, Thievery Corporation luchó para no convertirse en clásico del downtempo, y Parquet Courts mostró más naturalidad en el cuelgue experimental y la rabia punk que en el manual indie. Ya en la madrugada del sábado, el laboratorio nü disco y house Hercules and Love Affair, tras caer en picada, confirmó que con su nuevo disco, Omniom, había regresado de entre los muertos y reventados.