Albert Einstein fue una de las grandes mentes del siglo XX, un científico brillante que además se convirtió en uno de los más conocidos en todo el mundo. Sus canosos pelos largos desprolijos y su grueso bigote ayudaron a transformar su rostro en el ícono global del “genio loco”. La teoría de la relatividad, a la que todos le reconocen su autoría pero casi nadie puede explicar, lo catapultó como una mente brillante, aunque pocos saben que el premio Nobel de Física de 1921 no lo obtuvo por esa investigación sino por sus aportes sobre el efecto fotoeléctrico. Claro que detrás del magnífico científico hubo un hombre del que poco se sabe y que vivió guardando un doloroso secreto. Un aspecto de la vida de Einstein que Relatividad, la obra que de viernes a domingo se presenta en el Teatro El Picadero, con el protagónico de Luis Machín y Gabriela Toscano, intenta iluminar no con lógica chimentera sino conceptual para tratar temas como la ética, la familia y la responsabilidad.
Relatividad es una de las últimas obras escritas por el estadounidense Mark St. Germain, el dramaturgo que suele abordar a grandes personalidades de la historia en textos basados en datos de la realidad para construir ficciones de posibilidades verosímiles. Así, en 2009 escribió La última sesión de Freud, la obra en la que el padre del psicoanálisis se cruza en una charla de antología con C. S. Lewis en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y cuya puesta con Machín como protagonista continuará en El Picadero los domingos de agosto (a las 16) y los lunes de septiembre (a las 20). En 2013, St. Germain construyó un encuentro imaginario entre los amigos F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway que dio como resultado la obra En el jardín de Alá.
En Relatividad, el dramaturgo se mete de lleno con el físico alemán. La historia está fijada en el frío invierno de 1949, cuando una misteriosa mujer (Toscano) aborda a la mente más brillante del siglo XX con la excusa de entrevistarlo sobre los aspectos más conocidos de su vida. Einstein (Machín) acepta la propuesta y la invita a su casa para llevarla a cabo, bajo la estricta presencia de su secretaria privada (Catherine Biquard). Pero lo que parecía ser una amable entrevista pronto se convierte en un interrogatorio de la joven sobre un enigmático hecho del pasado que Einstein intenta desviar de todas las formas posibles. ¿Es posible escindir al genio de un hombre que, como cualquiera, lidia con sus propios dilemas morales, éticos y humanos? Ese es uno de los interrogantes que la obra dirigida por Carlos Rivas dejará sonando en la cabeza de los espectadores.
“Relatividad es una obra que pone el foco en un aspecto de la vida de Einstein que no todos conocen, a través de una entrevista que da la sensación de que es una más y poco a poco va emergiendo un secreto del pasado del científico que lo incomoda”, le cuenta Toscano a Página/12. “En ese encuentro, aparecen una serie de cuestiones que tienen que ver con la ética, con la moral, temas en los que estos dos personajes tienen puntos de vistas muy distintos. La obra va por un carril emocional, donde también se va a conocer un poco quién era Einstein en la intimidad”.
-Relatividad es una obra escrita por St. Germain, el mismo de La última sesión de Freud, la pieza que protagonizaste durante los últimos dos años, Luis. ¿Qué tienen en común una y otra?
Luis Machín: -Hay temas que son comunes en St. Germain. Sobre todo con la posibilidad de acercarnos a estas figuras desde otro lugar. En este caso, a través de Relatividad vamos descubriendo el hombre detrás del que hizo tan importante aporte a la humanidad con sus descubrimientos. Son dos hombres que han hecho, que han cambiado la historia de la salud mental, en el caso de Freud, y la historia de la ciencia a partir de la teoría de la relatividad, en Einstein. St. Germain indaga sobre estos hombres, más allá de sus aportes a la Humanidad. ¿Cómo son vistos y cuánto de las cosas que ellos indagaron modifica la vida de la gente pero también de la propia? En el caso de Freud, su vínculo con con su hija Anna, su vínculo con el médico que lo que lo trató de su cáncer de laringe durante más de treinta años. Y en Relatividad, se opone la manera en que la mayoría de la gente veía la figura de Einstein y la posibilidad de descubrirlo en su casa, en su intimidad. Detrás de todo genio hay hombres y mujeres con sus pesares y dilemas. La obra va a poner de relieve cómo la sociedad juzga, cómo la sociedad se interroga a partir de comportamientos íntimos de personalidades tan relevantes. ¿Podemos juzgar al otro sobre sus acciones desde nuestra alejada perspectiva? Lo que hizo con su intimidad, ¿afecta la mirada que tenemos sobre su obra?
G. T.: -El autor toma estos personajes históricos, los estudia y a partir de datos reales de su biografía, construye una ficción para preguntarse sobre los seres humanos. ¿Qué es un buen hombre? ¿Qué es un gran hombre? ¿Son más importantes los logros profesionales, que cambiaron el mundo, que las acciones en su intimidad? St. Germain crea ficciones históricas para hablar sobre cuestiones que lo persiguen, como la existencia de Dios, las religiones, las relaciones, las acciones y sus responsabilidades…
-Y en términos actorales, ¿se trata de un duelo intelectual o físico el que representan sobre el escenario?
L. M.: -Depende cómo se lea la partitura, que es el libro. A nosotros siempre nos ha gustado poner el cuerpo. Nos divierte y nos da una una sensación de mayor saciedad, cuando el cuerpo se compromete a cargar con los argumentos de cada uno de los personajes. Y la obra tiene conceptualmente una necesidad corporal y también la tenemos quienes la hacemos. Ninguno de nosotros podríamos subir al escenario y solo decir la letra.
G. T.: -Rivas nos mata, además (risas).
L. M.: -El cuerpo siempre se compromete con el discurso, pero también es una forma de ver la vida. Cuando uno lleva adelante lo que piensa y lo que siente, lo defiende con el cuerpo. No es solo con la cabeza. Cuando aparecen actuaciones cerebrales uno se aleja de eso. Poner el cuerpo es nuestra manera de defendernos en la vida, cómo uno propone cuestiones más esenciales en el cotidiano. Los actores ponemos el cuerpo en escena. Hay actores que son como más cerebrales y en esos casos sucede que el tema pasa a tenerle mucho respeto: el gran tema, Einstein... Hay una corriente actoral que prioriza la cabeza y lo intelectual por sobre cómo se defiende con el cuerpo lo que uno piensa con la cabeza. Nosotros siempre hemos puesto el cuerpo en la defensa de hacemos.
G. T.: -Nuestra propuesta es que la obra esté cerca del espectador, en el aspecto emocional, en cómo transitamos la entrevista y la relación entre Einstein y esta mujer, en cómo está dirigida, en cómo vamos yendo por un camino donde cada momento estamos iluminando temas… Si uno no está arriba de la escena, está muerto. Cualquiera puede subirse y aprenderse la letra de memoria y decirla. Probablemente vas a escuchar un buen texto, pero no te va a pasar nada. Uno es actor porque quiere atravesar al espectador con una historia que con alguna palabra o alguna acción despierte en él algo de su ser emocional o consciente.
-¿Cómo definirían a Einstein? ¿Es un “genio loco” como pasó a la historia?
L. M.: -Siempre hay una necesidad de difusión vinculada a la imagen. Pero creo que es más una necesidad del receptor que del que emite. Einstein aparece de manera disruptiva, porque nadie le daba bola a los científicos. Los científicos estaban en los libros, en las conferencias, eran un gueto… Después, lo que ha descubierto la ciencia, todos disfrutamos y gozamos, sin hacernos cargo de que hubo unas cabezas muy fuera de la norma que crearon esas cosas. La teoría de la relatividad está en casi todas las cosas que hacemos en nuestro cotidiano. Hay una necesidad en la gente de pensar que siempre alguien que se sale de la media está loco, porque el cotidiano te lleva a tratar de que todo esté formateado, necesitamos tranquilizarnos, tener seguridades. Pero lo disruptivo aparece por todos lados. En ese momento, apareció él como una especie de rockstar. Como una necesidad de la gente, de creer que aquellos que pasan buena parte de su vida encerrados buscando descubrir algo son “genios locos”. Por eso se suele plantear que los actores son locos, los músicos son locos, los artistas…
-Los que se salen de la lógica utilitaria-mercantilista de la sociedad.
G. T.: -Quizás también porque él tenía un humor muy cambiante, desde muy joven. Pasaba de contar chistes y divertirse al peor de los humores porque no podría llegar a corroborar sus investigaciones.
L. M.: -Evidentemente, había algo de eso. Pero la sociedad siempre juzga al distinto como alguien loco. Pero bien que gracias a esa locura gozamos de mejor salud, de mejores condiciones de vida y de descubrimientos a los que no hubiéramos llegado si lo único que hubieras estado haciendo es ver cómo llueve… (risas)
-La cartelera porteña es muy vasta en obras, pero tal vez no en géneros. Sobre todo en el sector comercial, donde parece que solo hay lugar para las comedias. ¿Creen que hace falta otro tipo de géneros?
G. T.: -Tiene que haber variedad, no puede tender todo hacia un lugar. La variedad hace que uno pueda reflexionar. Uno puede ver una comedia, un clásico y depués un drama como el nuestro… La cabeza de las personas evoluciona cuando tiene variedad de propuestas.
L. M.: -El problema es cuando empieza a haber un lenguaje más dominante que tira la balanza hacia un único territorio. Porque, además, no mucha gente puede decir, “voy a ver esta comedia y voy a ver esta hora de texto, y voy a ver tal otra”, porque la situación económica apremia.
G. T.: -Pero no solamente por lo económica, sino que también hay algo de subirse a la ola de “pertenecer”. Pertenecer a las conversaciones de las redes sociales, a la moda, a lo que vende… Si no pertenecés a lo masivo, no existís.
L. M.: -Siempre hubo comedias. Pero había mucha más variedad. Si vos ves la cartelera de Mar del Plata de los últimos quince años, te das cuenta cómo se fue reduciendo cada vez más. Antes, podías ver al cómico o a la cómica y podías ir a ver a una Thelma Biral o China Zorrilla. Se agudizó después de la pandemia. “La gente tiene necesidad de reírse”. ¿Quién asegura que eso es así? Como si la gente no quisiera pensar las cosas desde otro lugar que no sea a través de la risa o el pasatiempo... Hay que escuchar a quiénes dicen eso. ¿No se preguntan los productores que tal vez son ellos los incapaces de producir otra cosa que no sea hacer reír? Y está todo bien. Pero no justifiquemos todo en generalidades. Hay gente que quiere pensar las cosas desde otro lugar. Hay a quienes le gusta el pomelo y a los que le gusta la naranja. ¿Por qué le vamos a dar siempre pomelo? ¿Porque vos leés que la sociedad necesita reírse y pasar el tiempo? Nada me parece más lejano a eso.
-Porque además se está formando espectadores que solo van al teatro a reírse.
G. T.: -El teatro es uno de los pocos lugares a los que entramos y ponemos en pausa al mundo y nos dejamos arrastrar por esa historia que está sucediendo arriba del escenario. Y hay mundos, sentimientos, ideas, que los pueden transmitir mejor un drama, otros cosas una comedia y otras un clásico. Es tan satisfactorio reírse a carcajadas como llorar o sentirse conmovido por un buen drama.
El malestar en la cultura
-El mundo digital, el algoritmo, la lógica de recibir un impacto cada 5 segundos está modificando la capacidad de atención. ¿Afecta al teatro?
G. T.: -No puede estar todo sintetizado y editado. El mundo no es eso, no se puede editar. Y conectarse con uno es bravo. Hoy parece que lo único que importa es ser “exitoso”. Exitoso para el afuera… yo creo que hoy, un tipo que tenga un trabajo que le guste, que puede pagar su alquiler, que puede comer, que puede mantener su familia, que puede ir a comer a algún lugar, hacer deporte, ese debería ser un hombre exitoso. El éxito es que puedas hacer lo que vos quieras, no seguir el deseo de otro.
-La idea del éxito cambió. También el rol que desde el Estado se le da a la cultura, con un gobierno que desfinancia el Incaa, el Instituto Nacional de teatro y critica a los artistas como si fueran enemigos.
L. M.: -La cultura para ellos es el enemigo. La cultura ha atacado siempre las miradas unívocas. Ellos eso lo saben, y saben que es un sector que en su gran mayoría atenta contra lo que ellos quieren. Y también saben que los actores, los músicos y la gente vinculada a la cultura está acostumbrada a poner el cuerpo. No solo ponemos el cuerpo sino la cara. Entonces, ante la visibilidad, el ataque. Son muy obvios. Son personas para los que el éxito es algo individual, el salvarse es personal. El presidente quiso ser actor o cantante. Y tuvo que armar un personaje fálico, como ese con la motosierra, poniéndosela en el bajo vientre, para tratar de arrollar. La persona encargada de la difusión de las de las actividades del gobierno nacional (Manuel Adorni) es alguien que quiso entrar a Gran Hermano... Son cosas que no hay que dejarlas pasar, porque son mentes que han perseguido el éxito personal recortado y fuera de la norma. ¿Es un presidente fuera de la norma? Sí. ¿Es disruptivo? Sí, absolutamente. El tema es cómo hace para ser disruptivo. Se pone una motosierra a la altura del bajo vientre. ¿Y qué niega? Los derechos de las mujeres, las conquistas sociales, a través de una imagen absolutamente fálica. Es muy interesante de analizar en lo perverso.
-¿Por qué?
L. M.: -Porque tienen una idea de éxito que está recortada por lo que impone el mercado. El mercado impone la idea de éxito a través de las redes de manera masiva, contundente, y ellos son una clara expresión de eso. Fijate qué dañina puede ser la idea del éxito cuando uno la piensa en términos mercantiles. Es decir, llegar a como dé lugar. “No pude ser actor, me hago un personaje, me pongo un pañuelo, canto como Leonardo Favio, trato de hacer una irrupción al estilo instalación, golpeando, y hablando del Banco Central… con un chaleco de fuerza”. Hacía un espectáculo.
-Que penetró en parte de la sociedad, que lo votó.
L. M.: -Y... sí, si le han cambiado la cabeza a buena parte de la sociedad argentina. Convengamos que a parte del mundo le han cambiado la cabeza. Es una escuela de muchos años. Pero es una batalla que van a perder, porque históricamente la han perdido. La negación de la cultura es imposible.
-El tema es el costo en el mientras tanto...
L. M.: - El costo es enorme. Nosotros, que hemos trabajado muchísimo, que la gente nos reconoce, conseguimos un lugar desde donde emitir y lo hacemos. Pero para los jóvenes que se vienen formando, que se cierre el Instituto Nacional del Teatro es, sobre todo para los pueblitos del interior, de las ciudades pequeñas, una masacre. Pero todo vuelve, y esto es algo que hemos aprendido. ¿Los costos? Enormes, un tendal. Y muchísima gente que seguramente tiene mucho talento y no lo puede desarrollar, queda en el camino.
-¿Estás enojado?
L. M.: -Un día me invitaron a un canal y un representante libertario, que había hablado antes y despotricado contra todo y todos, cuando terminó la nota se me acercó, me agarró del brazo y me dijo: “Machín, lo he visto en tantas cosas…”. Y le dije: “Si vos valorás en algo lo que para vos represento como como actor, decile a tu jefe que no cierre el Incaa”. Se quedó tieso y me dijo “yo no tengo jefe” y se fue. Con esto quiero decir que saben lo que hacen y que les gusta.
G. T.: -Hay que tratar de volver a tener nuestros lugares, lo que se consiguió. Hay gente, en la provincias, que sin el Instituto Nacional de Teatro, se queda sin nada. Los dejás sin posibilidad de hacer una pequeña obra. Sobre todo en un país como Argentina, que hay mucha necesidad de expresión. Hay doscientas veinte obras en cartel. Creo que en el mundo no hay tanto como acá. Por eso los extranjeros cuando vienen se quedan chochos con nosotros, porque nos dan la mano y le damos un abrazo. Y por eso tenemos tantas obras en cartel, porque necesitamos expresarnos. Todos los actores estamos haciendo teatro porque la ficción televisiva y cinematográfica se cortó. Hay muchas personas que hacen cosas en las redes y que los ve mucha gente, pero eso no es ser actor, eso es entretenimiento. Ser actor es tener una carrera, actuar, contar historias a partir de las cuales el espectador pueda imaginar otros mundos y hacerle recordar cómo es la vida. La vida de todos, no la propia. No la vida de contar la propia. El mundo se está transformando en algo muy infantil.
L. M.: -Y muy chismoso. Los que fueron sacando del aire a la ficción fueron los programas de chismes. Esta gente vino y y cerró lo que había. Pero convengamos que la instalación del chisme como argumento para contar el cotidiano no surgió con los que vinieron ahora. Es un trabajo de hormiga. Hoy prendés la TV y son todos programas de chimentos y de noticias. Los grandes divos pasaron de ser los actores y las actrices a los periodistas, conductores y a los formados en programas de información. Es imposible mirar la TV hoy. Todo el tiempo buscan alarmar. Y tampoco hay desde el campo popular una propuesta innovadora para romper esa forma, porque se suman, por la contraria, a los mismos volúmenes. Todos gritan. No solo en los programas de chimentos; en los noticieros gritan todos. Y por ahí, un periodista que antes uno lo escuchaba con cierto interés, grita también. ¡¿Por qué?! Ganó esa lógica. Ahora lo que hay que hacer es tratar de empatarles… y es dificilísimo. Porque unos estamos con una gomera y una piedra, y ellos subidos a un Tesla.