Perros, cuchillos, enormes extensiones de pasto que llevan el paso del tiempo impreso en su color: verde, amarillo, ocres que dan paso al más pardo de los quebrados. Raíces que se extienden como venas sobre la tierra (¿o desde ella?), manos que cargan las marcas que dejaron los años de trabajar el campo. Estos son algunos de los temas que aborda el trabajo fotográfico de Julio Fuks, artista visual, curador, editor y dedicado lector oriundo de Verónica, Punta Indio.

Actualmente Fuks vive en la chacra en la que creció. De adolescente hizo el secundario en una escuela técnica: en su familia nadie era cercano al mundo del arte y mucho menos al de las artes plásticas, pero Fuks decidió, durante los años noventa, mudarse temporalmente a La Plata para estudiar Artes Plásticas, con orientación en dibujo y grabado, en la Facultad de Artes de la UNLP.

“El dibujo siempre está presente, me parece la forma más elemental del habla y de la comunicación”, explica, y es que para poder entender un dibujo no hace falta saber leer, ni haber consumido desde la infancia cierto tipo de literatura: la imagen visual es primitiva, desde las primeras voluntades humanas de representación como las pinturas rupestres a los mismos primeros gestos en un chico que empuña por primera vez un lápiz o un crayón: el dibujo es capaz de atravesar clases sociales, tiempo, lenguaje.

Su trabajo se centra en la fotografía (es especialmente conocido por su labor como fotógrafo) pero con una peculiaridad: Fuks tiende puentes entre los distintos lenguajes que lo intrigan. La fotografía y el grabado, el dibujo y la literatura, la teoría y la edición, la edición y el libro de artista.

Juan Forn y Guillermo Saccomanno fueron sus maestros en el campo de las letras. Ellos le “arrimaron un fueguito” y, desde entonces, Julio alterna entre la producción visual y la palabra. Con la ayuda de un amigo que se mudó a Nueva York y armó una pequeña editorial de fotografía, editó “El blanco más doctrinario”, titulado así en honor a Osvaldo Lamborghini, un trabajo en el que investigó el duelo gauchesco, tema enormemente abordado por la literatura argentina, pero no tanto por la fotografía. El libro fue editado como un portfolio de fotograbados, con siete estampas hechas una a una en planchas de cobre, y los textos impresos en letterpress, todo en papeles elegidos con especial cuidado. “A mí me interesó trabajar esa técnica en el libro porque une las tres cosas en las que me formé: grabado, fotografía y palabra”, dice.

Lamborghini es una figura recurrente en su trabajo. Antes de “El blanco más doctrinario”, Fuks publicó una ilustración en grabado de “El Fiord”, una de las obras más famosas del escritor porteño. “Yo trabajé con ‘El Fiord' porque me fascinaba. Me voló la cabeza. Estuve un par de años sobre ese texto, trabajando en los grabados. Lo que me interesaba especialmente era el pulso político del momento, porque la edición la terminé y la publiqué a principios de diciembre de 2001. Y ‘El Fiord' trata, justamente, de un conflicto político, de una escena política comprimida en una habitación”, explica.


A propósito de este trabajo, Saccomanno, maestro y amigo de Fuks, escribió una nota para este mismo diario en donde reflexiona sobre el gesto que Fuks propone al traducir a imagen la obra del escritor: “Si un gran mérito tienen sus ilustraciones, éste consiste en obligar a una revisión de Lamborghini a partir de una corporización de su palabra, acentuando lo que puede haber en ésta de bárbaro y ‘narrativo’. Las imágenes siempre fueron distintivas de lo bárbaro. Los pobres, los humillados y ofendidos, no leen. Miran. Y con suerte, ven. Es decir, Fuks les da cuerpo a las alucinaciones operando con sus palabras como si los textos de Lamborghini fueran guiones de historietas. [...] En este aspecto, también es violenta, por su naturaleza tosca, la técnica elegida. El grabado se vuelve propicio para la temática de Lamborghini”.

Ese mismo año (2001) hizo su primera muestra fotográfica individual en la famosa fotogalería que tuvo el Teatro San Martín. “Para los fotógrafos de ese momento era la meca”, recuerda entre risas. Durante esas épocas todavía no mezclaba disciplinas, pero el momento llegó en 2008, con una muestra que nombró “La suerte echada”. Para esto se basó en “Melancolía I”, grabado del pintor alemán Alberto Durero, y a partir de esta influencia decidió trabajar sobre las manos de los campesinos. Fuks hizo los grabados de sus manos y les pidió que realizaran un dibujo. Muchas de esas personas ya no recordaban cómo agarrar un lápiz, pero se animaron. Luego, hizo vaciados en yeso de esas mismas palmas. El resultado fue una serie de manos: las que Fuks representó, las que los trabajadores dibujaron y las moldeadas en yeso. En esa misma muestra también montó una instalación. Colocó un gran tablero en madera que reproducía las líneas de la palma de una mano y, además, de manera espejada, en el piso realizó otra versión del mismo tamaño, pero con pasto sembrado. Ese pasto, con el correr del tiempo, moría. Lo único que tenía un sistema de riego era lo que en la mano correspondía a la línea de la vida. Todo lo demás, lentamente, se secaba durante el mes que duraba la muestra. Entonces, al final, lo único que quedaba vivo era la línea de la vida. “La melancolía también tiene que ver con eso: con lo que persiste, con lo que no se apaga del todo”, reflexiona Fuks.

Más adelante, ya más interiorizado en el mundo literario, empezó un trabajo que llamó “Genealogía del pliegue” en donde busca no sólo fotografiar libros, sino intervenirlos. “Reuní libros de distintas procedencias, míos, de amigos, de bibliotecas públicas, y empecé a trabajar con ellos como objetos. Usé grabados, mapas, los tallé, los transformé. De esos libros ya no se puede pasar una página: son piezas escultóricas. Libros abiertos de los que empiezan a crecer cosas hacia arriba”, explica.

Descubrió que una gran pasión es la de difundir la producción artística de otros. Durante un tiempo alternó muestras personales y colectivas. Una de las que más placer le dio producir fue “Experiencias sensibles", donde invitó a fotógrafos experimentales de todo el país a crear obras a partir de un texto de Vilém Flusser, el filósofo checo que revolucionó el pensamiento sobre la fotografía. La idea era que cada artista se hiciera cargo de sus decisiones, por lo que se les daba un texto de Flusser y ellos debían desarrollar una pieza en función de lo que les provocaba. Fuks no intervenía en sus decisiones: se trataba justamente de que quedaran expuestos como autores. “Me interesaba poner en tensión el rol del curador, repensar su lugar. Porque el curador muchas veces tiene un poder, y creo que hay que revisarlo”, explica.

Una cosa llevó a la otra, y la pasión por el papel y por difundir el trabajo de otros decantó en una editorial artesanal, Demasía Ediciones, espacio que sostiene hace muchos años, aunque no comulga con la ansiedad de “publicar, publicar, publicar” que acecha al mundo editorial. Actualmente, con “Mañana otra flor” esperando en la imprenta, Fuks se encuentra abocado a la producción de proyectos que no impliquen lidiar con los mercados. Hace tiempo su trabajo se cruzó con la pedagogía y con la producción teórica, y es hacia allí donde ahora apunta sus flechas.