La electricidad cura. Las 60.000 personas que abarrotaron el predio de la PyramidStage, el escenario estelar de Glastonbury, fueron testigos de sus efectos catárticos la noche del sábado, tras un demoledor show de Neil Young y su banda actual, The Chrome Hearts. Comenzó con el lirismo acústico y melancólico de “Sugar Mountain”, que además de ser un mojón en la historia del cantante y compositor canadiense, es a esta altura una especie de talismán en una trayectoria que ya superó los 60 giros alrededor del sol. La temperatura de su show fue subiendo gradualmente con clásicos de su primera etapa solista, como “When You Dance, I Can Really Love” y “Cinnamon Girl”, hasta explotar en verdaderas epopeyas matizadas por duelos guitarreros en crescendos imparables, con los nuevos compañeros de aventuras de Neil, Micah Nelson en guitarras, Corey McCormick en bajo -ambos muy efectivos al sumar sus voces en los coros- más el avasallante empuje del baterista Anthony Lo Gerfo y las décadas de experiencia de Spooner Oldham en piano y órgano. La banda viene de editar el álbum Talkin’ to the Trees, en el que Young hace saber su punto de vista sobre las vicisitudes que el mundo atraviesa en estos días. Y esta suerte de diálogo eléctrico que Neil y su banda desplegaron en Glastonbury, encaja perfectamente con el nervio motor de otros grandes temas de su repertorio como “Hey, hey, my, my, (into the black)” y “Like a hurricane”. Esa tormenta hecha de solos y contrapuntos de guitarras, sumadas a una base rítmica que no toma prisioneros, dejó atónito al público que rodeaba el predio de la Pyramid. Young y su banda probaron, donde importa, en el terreno mismo, la vigencia de esta música, de estas letras y de esta actitud, los tres elementos fundidos en una estentórea declaración de principios.

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Un tifón que tuvo, también sus matices, en la sentida balada de pérdida de un amigo por obra de las drogas que es “The needle and the damage done” y también en ese contagioso clima dulzón y romántico que exuda “Harvest moon”. Dos horas y media de show y la multitud pedía más. Neil Young, enfundado en su camisa a cuadros y su gorrita campechana, no se hizo desear y la banda regresó con un furibundo “Keep on rockin’ in the free world” y otro tema que a todas luces sonó como su justo complemento en los tiempos que se viven: “Throw your hatred down” (Depone tu odio).

A decir verdad, el sábado ya había dejado la vara musical muy alta con la performance de John Fogerty, otro seguro candidato, junto con Young, a poner de moda nuevamente las camisas leñadoras. El ex líder de Creedence Clearwater Revival tiene motivos para estar feliz: después de décadas de litigios legales y con la ayuda de su esposa Julie, que es, a la sazón, abogada, Fogerty recuperó la propiedad de los derechos sobre sus canciones; y estamos hablando aquí de los grandes éxitos de la era de CCR, incluyendo “Proud Mary” “Going around the bend”, “Fortunate son”, “Green river” “Down on the corner”, “Who’ll stop the rain” y otras tantas perlas de esa sucesión de hits imparable que la banda acuñó en apenas tres años, entre 1969 y 1972. Fogerty los ha vuelto a grabar en un álbum llamado ”Legacy”, que saldrá el próximo mes de agosto, y lo hizo con su banda actual, que incluye a dos de sus hijos, Shane en guitarra y voz, y Tyler en voz. Era lógico, pues, que su recital glastonburiano estuviera integrado por un desfile de canciones que, de tan familiares, fueron cantadas a coro por el público en pleno.

Fogerty, conciente del atractivo de Creedence, ha mantenido la magia de los arreglos originales, pero los ha reforzado con el agregado de teclados, una sección de vientos y coros. El resultado es inmejorable.

El domingo 29, más o menos a la misma hora de la media tarde, Rod Stewart fue recibido con mucho cariño por una Pyramid Stage en la que no cabía ni un alfiler. Desde horas antes y bajo un sol inmisericorde se agolpaban los fans de diferentes eras, en algunos casos familias enteras que habían llegado a la música de Stewart en diferentes momentos de su carrera: con los Faces, a partir de sus primeros álbumes solistas y tras el enorme salto a la fama que Rod experimentó cuando se radicó en los Estados Unidos en la década del ’70. Conciente de ello, el cantante y compositor de filiación escocesa -y muy orgulloso de ello- ofreció los hits que todos y todas querían escuchar, como “Maggie May”, “The first cut is the deepest”, “Tonight’s the night”, “Da ya think I’m sexy”, “I don’t want to talk about it” (compuesta, dicho sea de paso, por Danny Whitten, guitarrista original de Crazy Horse, la banda legendaria de Neil Young) y una parte final especialmente excitante por la presencia de su viejo compañero de aventuras de los Faces, el guitarrista Ron Wood, para el tema “Stay with me”; y un dúo con la cantante Lulu para “Hot legs”, aquel gran hit que en la Argentina de los años ’70 debió ser traducida como “Piernas sugestivas” para evitar la censura militar en días de lo que María Elena Walsh definió preclaramente como “el país jardín de infantes”. Rod se despidió con otra perlita para cantar a coro: “Sailing”, balada que el público recibió, como era lógico, cantando y con un ondear masivo de brazos.

Cuando Rod Stewart dio las hurras, a las cinco de la tarde del domingo, Glastonbury ya había visto desfilar un increíble bagaje de música, tan variada como movilizante. Los representantes argentinos, Ca7riel & Paco Amoroso, dejaron bien en alto el orgullo nacional con un set impecable, que tuvo al público en vilo y celebrando sus estrofas, sus cabriolas sobre el escenario y -en general- el despliegue que el dúo desarrolla en escena, todo esto coronado, además, por la brillante idea de montar una pantalla con la traducción de las letras para el público no-hispano parlante en la West Holts Stage el escenario que les hizo de anfitrión. Un puñado de banderas argentinas le puso también su color a esta brillante actuación de C&PA en tierra inglesa.

Un rato más tarde, cerca de allí, en The Other Stage, que viene siendo el segundo escenario en términos de popularidad de Glastonbury, Wet Leg dejó en claro el por qué de su meteórica popularidad en la escena de nuevo pop inglés. La banda encabezada por Rhian Teasdale y Hester Chambers fue fundada en 2019 en la Isla de Wight (cuna de otro famoso festival de rock) y las muchachas han entrado en el corazón de los británicos, con la simple receta de un pop pegadizo en sus ritmos y picante en sus letras. Apuntaladas por una banda sólida y empática, Wet Leg dio un recital ideal para la tarde del viernes, soleada y todavía fresca, y estrenó el material de su inminente álbum número dos, Moisturizer, que va en camino de ubicarlas en un plano superior del firmamento musical inglés.

A todo esto, en la Pyramid, Burning Spear esparcía su reggae de raíz, el mismo que se viene ganando el respeto y la admiración de los fans del género desde principios de los ’70.

Glastonbury también tuvo su cuota de controversia con la presencia del rapper Bobby Vylan -la mitad del dúo Bob Vylan-, quien condimentó su set presenciado por una multitud en West Holts, con una muy polémica incitación a que el público cantara consignas hostiles a las fuerzas armadas israelíes. La cadena televisiva BBC, que transmite en vivo el festival, fue tomada por sorpresa y el exabrupto de Vylan se transmitió en directo a todo el país, con lo cual y con una crisis diplomática en ciernes, se creó un ir y venir de opiniones y toma de posiciones de figuras públicas, y una investigación policial que implicó al músico en una posible denuncia por odio racial.

Hay un lógico momento en Glastonbury en el que el fan de criterio amplio en cuestiones musicales no sabe muy bien adónde ir. Pasa que la oferta es tan amplia y tan variada, y el trayecto entre escenarios tan extenso y poblado, que hay que tomar decisiones difíciles. Ver a un cruzado del Blues del Desierto maliense como Vieux Farka Touré en el West Holts Stage, asomarse a Franz Ferdinand y conocer sus hits y su nuevo álbum en The Other Stage o subir la colina que lleva a The Park, otro proscenio de bandas nuevas y excitantes para acudir a la presentación de English Teacher, otros que vienen pisando fuerte en la escena actual británica. 

 En camino hacia cualquiera de estas opciones, uno puede ser tentado por un platillo de las diversas ofertas culinarias que pone Glastonbury en el camino, sea comida Thai, paella española, platos del Tibet, delicias mexicanas o la siempre popular junk food, que también es omnipresente. Asimismo, puede uno desviarse por ver un número circense, un comediante stand-up o una obra teatral, o quizás darse una vuelta por los Green Fields, para descansar un rato los oídos de tanto decibelaje musical, paseando por entre carpas de terapias alternativas o iniciativas para hacer del planeta -en un momento tan complicado- un lugar más habitable.

Pero inevitablemente, se vuelve a la música y la opción elegida puede ser diferente. Por ejemplo, en un extremo del predio está la Acoustic Stage donde este año se presentó Dhani Harrison (hijo del Beatle George) con su banda y una propuesta de rock enérgico y oscuro a la vez. Pocos resabios de su padre en la música en sí, pero mucho de la actitud vital y espiritual del progenitor en la esencia de su mensaje lírico y sonoro. Allí mismo ocurrió un evento paritcularmente emotivo: The Searchers, otra legendaria banda de Liverpool, de los días del Mersey Beat, con más de 60 años de carrera, decidió poner fin a la misma en su recital de Glastonbury. Dos de sus integrantes históricos ya pasan los 80 años pero la forma en que encararon la sucesión de hits que los caracterizó, entre los que se cuentan “Sugar and spice” “When you walk in the room” y “Needles and pins”, demostró una vez más que la edad es una cuestión de actitud y que el resto es biología. Tremendo recital habitado por notables armonías vocales y guitarras tintineantes.

Un renglón aparte merece el recital de Anhoni & The Johnsons. Ubicado en la noche del viernes, hacia el final, Anohni esparció un manto de trance místico, e interpelante a través de su melodías despaciosas, que quedan como flotando en el espacio. Su voz clara y misterosa, y sus letras a veces desgarradoras, siempre meditabundas, envolvieron al público en un raro hechizo comunal. “You are my sister”, “Sometimes I feel like a motherless child” y “Scapegoat” fueron tres de los grandes momentos de la noche.

Hay un puente emocional que sirve de nexo entre Anohni y una figura que, a priori, uno pensaría que está en un extremo opuesto a la propuesta artística de aquel músico. Con sus 84 años al hombro, Roy Harper cerró las acciones en la carpa Acoustic el día domingo con un recital de una engañosamente austera fisonomía, solo su guitarra acústica y la de su hijo llenando el plano sonoro. El registro vocal de Harper es potente, con una autoridad que, a la vez, destila ironía y provoca complicidad en el oyente atento, en su tratamiento de diferentes tópicos, sean relaciones amorosas, frases de un condenado, palabras de un soldado que lo es a su pesar, o reflexiones acerca del paso del tiempo y del absurdo del cuerpo social intolerante. Todo sazonado con un humor discreto, propio de alguien que ha vivido mucho y seguramente a pleno.

Fue una noche de domingo que dio para múltiples celebraciones. El baile con el funk de Nile Rodgers & Chic; los destellos del pop de Olivia Rodrigo, el fulgor energizante del folk y el blues de raíz de Rhiannon Gibbens, la mágica tácita de Roy Harper. Fue un final extrañamente contundente. Una reafirmación de que el espíritu atemporal, juguetón y sutilmente díscolo de Glastonbury sigue allí presente, cosquilleante bajo la capa de grandiosidad que el festival exhibe al mundo.

Pero la mayoría de los glastonburianos lo saben o lo intuyen. Se nota en sus ojos, cansados y felices después de la maratón, mientras juntan carpas y mochilas. Vuelven al “mundo real” con un halo distinto. Con la dosis justa de esperanza de haber hallado una pista para encontrar, como diría Joni Mitchell, “el camino de regreso al Jardín”.

*Colaboración: Norma Giménez.