¿Cual es tu vínculo con el baile?¿Se bailaba en tu casa?

Mi mamita nos heredó el amor por la música. El vibrar con el sonido y siempre alentarnos a bailar. Con mi hermana mayor fue super cotidiano en mi hogar conectar con la música, con sus bailes. Bailaba mucho con mi hermana y mi mamá haciendo el aseo de la casa. Ahí conecté con el amor por la música. Ya cuando apareció en mi vida el Hip Hop en los 90 me explotó la cabeza y generó un vínculo directo. Pasaba que el Hip Hop te removía desde el baile.

¿Cuando aparece el Hip Hop? ¿Quienes eran las referencias?

Mis mayores. El Hip Hop entró en Chile estando en dictadura. Cayó de cajón con el discurso porque tiene sus cimientos en lo político. Yo era chico y apareció todo esto y yo con 12 años, mis amigos más grandes eran mis referentes. Armamos un grupo de Hip Hop salimos a competir a otros barrios. La movida en Santiago explotó tremendo porque empezaron a volver los hijos de exiliados políticos, esta misma gente traía música e información. Era muy potente porque el Hip Hop venía de una estigmatización social porque los que hacían Hip Hop eran los negros, los latinos, los tratados como delincuentes. Era igual que nos trataban a nosotros en las poblas de Chile.

Los primeros casettes de los grupos emblemáticos de Chile como Panteras Negras o La Pozze Latina ya circulaban en las poblaciones por fuera de la industria. Después ficharon a Makiza, Tiro de Gracia y demás, pero antes de eso nosotros ya conocíamos la música. Las tocatas de estos grupos se llenaban porque todos estábamos apoyando, eramos parte, eran nuestros iguales. Se estaba generando un movimiento super fuerte.

El Hip Hop te entrega una llave para ir profundizando en esas raíces afrodescendientes. Toda historia y cultura viene de un entramado mucho más grande.

Había una necesidad de encontrarse y compartir la información. Lo hermoso en Chile es que fue el baile lo que generó la conexión. Todos comenzaron bailando, era lo más atractivo. Para mi fue revelador porque me hizo entender que mi conexión viene con ese impulso del bailar. El baile fue esa chispa visceral que impulsó a seguir buscando información. En el documental Estrellas de la Esquina muestra los comienzos en Santiago y se vé la construcción desde el baile. En Valparaiso, Coquimbo, Antofagasta también estaban vibrando con esto, solo que se hizo más foco en Santiago por ser la capital.

Además de la escuela del Hip Hop te formaste en otros espacios…

Mi formación fue muy variada. Hay dos experiencias que marcaron profundamente mi forma de entender la danza y mi relación con ella.

La primera fue mi paso por el ballet del club Búnker Espectáculos, un espacio bohemio y vibrante en la noche santiaguina. Estuve allí entre 2005 y 2015. Fue una década de intenso aprendizaje, con grandes artistas de la escena de transformismo y la performance con puestas en escena de alto nivel profesional, en un contexto donde la libertad y la expresión eran protagonistas. Durante esos años también participé en programas de televisión y festivales. En Búnker conocí y trabajé con los hermanos Quintana, reconocidos artistas del transformismo argentino y la comedia varieté. Ellos, junto a muchas otras personas con las que compartí escenario, fueron parte de una formación artística rica y diversa, que me ayudó a crecer como intérprete y a expandir mi mirada.

La segunda experiencia clave llegó en 2006, cuando comencé a trabajar como bailarín de cabaret cubano en el restaurante Malecón Habanero. El elenco estaba compuesto por ocho bailarines y dos cantantes, en su mayoría cubanos. Yo tenía 23 años y cursaba el tercer año en la escuela de danza. Ellos me adoptaron con generosidad y me enseñaron profundamente sobre sus danzas populares, su música y su cultura. Fue un momento de inflexión: me abrió un océano de información y me permitió empezar a comprender mi propia búsqueda, mi identidad como intérprete, y el sentido profundo de la danza que yo quería construir. Compartir con ellos me confirmó muchas dudas: qué bailo y para qué bailo.

Gracias a esa experiencia, pude comenzar a relacionar y cruzar los lenguajes de las danzas sociales urbanas, entendiendo que lo que bailamos es, en esencia, la expresión de una comunidad. Esa comprensión cambió mi forma de bailar, de enseñar y de ver el mundo.

En los últimos tres años, he formado parte de la compañía de danza independiente Jafco América, dirigida por Evens Clercema, coreógrafo y artista haitiano. Su trabajo propone una mirada contemporánea sobre las danzas de raíz afrohaitiana, y a través de su guía he seguido aprendiendo y ampliando mis horizontes. Evens no solo nos enseña técnica y coreografías; también nos comparte su historia, su cultura, su arte. Y eso vale mucho para mi.

Hoy, como profesor de danza, creo profundamente en el valor del intérprete activo: alguien que no solo ejecuta, sino que piensa con el cuerpo, que transmite desde la experiencia y que entiende los lenguajes que lo atraviesan y lo construyen. Bailar es para mí una manera de estar presente, de dar forma a lo invisible. Como intérprete, he aprendido a reconocer la fuerza y la cualidad de cada danza. Y eso, sin duda, me ha transformado.

Todo esto sin contar la academia, donde también tuviste tu paso. ¿Cómo fue?

La academia es muy docta pero aprender en ese espacio también me dio fundamentos para poder romper con esa estructura. No existe sólo una sola danza madre y no es el ballet. La danza es un universo demasiado amplio. Tengo una visión muy crítica de cómo se administra esa información. Más allá de eso tuve grandes profesoras y profesores de quienes aprendí mucho. Sigo conectado al día de hoy dando clases en la universidad para estudiantes que se están formando como interpretes y docentes. De todas maneras siempre hay que estar alerta. Los propios estudiantes son los que impulsan los cambios.

En la actualidad al Hip Hop se lo quiere vincular únicamente con el formato batalla ó hacerlo ver como una disciplina deportiva. Las marcas, programas de cultura y demás cuestiones por fuera del movimiento pregonan eso, que opinión te merece.

El mainstream, la industria pesca estos lenguajes populares y su estética para envasarlo y venderlo. Las batallas tienen otro enfoque. Las danzas sociales van a otro espacio que en el mainstream no se ven. Ese es el foco de mi investigación y mi trabajo. Generar espacios de encuentro, profundizar en esas danzas populares. En las batallas hay otros códigos, se enfocan en la individualidad, el rendimiento, la comparación. Mientras que los códigos de las danzas sociales tienen que ver con lo comunitario, donde la danza es un medio y no un fin. La cultura es un llamado a encontrarse, identificarse como comunidad, como pueblo. Desde ahí he construido mi propuesta, la que comparto en mis clases, la que predico en mis clases de hace ya más de 20 años. Nosotros hacemos Cultura de Baile va más allá de las escuelas ó las batallas. De esta manera se puede contrarrestar a esta industria que se mete, se apropia de nuestras producciones y nos deja sin opinión.

¿En qué proyectos te encontrás trabajando actualmente?

En Nuclio, el proyecto junto a mi compañera Coco, generamos espacios de encuentro desde el baile para ser parte de procesos reflexivos desde el cuerpo. A partir de ahí generamos una propuesta performática de intervención del espacio público. Nuestro foco no está en el escenario de un teatro, nuestro escenario es el cotidiano, los lugares donde la gente se encuentra. Desde ahí ponemos en valor la belleza de nuestra cultura popular.

En Danza Social Urbana, mi proyecto principal, tiene que ver en cómo el Hip Hop se lee en clave latinoamericana, si bien recibimos influencia desde el norte global, el Hip Hop es parecido al afroperuano, a la cueca. Si trazamos una línea la corporalidad de la danza empieza a tomar otra identidad porque nuestros cuerpos en estos territorios tienen una huella, las danzas populares propias. Tenemos que hacernos cargo de nuestra herencia y lo que nos llega como el Hip Hop.

También desarrollé Baile Social Club que es una fiesta que organizó junto a DJ’s locales donde se pone en práctica todo esto, celebración, encuentro. La música y el baile son formas que hemos encontrado como pueblo para resistir al colonialismo. Aunque quieran borrar la historia, aunque no nos nombren, aunque no digan lo importante que son nuestras raíces africanas e indígenas siguen ahí, son parte de nuestra esencia, no solamente está en nuestras pieles, sino en nuestro cotidiano, nuestros códigos, en cualquiera de nuestras casas se le pone un poquito más de agua a la olla y comemos todos.

*Artista y activista antirracista afroargentino de DIAFAR.