En ese gesto de exposición que la actuación implica hay, en algunos casos, un momento previo ligado a la formación. Aquellxs que eligen asistir a los talleres o instituciones que le brinden los elementos técnicos para realizar su tarea, deberán primero hacer una operación sobre sí mismxs, entregar algo del orden de lo personal, revisar su comportamiento y empezar a desconfiar de los primeros recursos que les permitan conquistar ciertas certezas.
La nueva obra del director, dramaturgo y actor Federico León se ocupa de mostrar el laboratorio de la actuación, ese momento que sucede en el marco de las clases donde la realización de ejercicios y las devoluciones que reciben lxs participantes son una suerte de antesala reflexiva del trabajo actoral. Esta obra se produce en el marco de la programación del club de Artes Escénicas Paraíso, un espacio de curaduría, gestión y conformación de públicos que acerca propuestas arriesgadas donde, en algunos casos, se desplazan los límites de la teatralidad.
La particularidad de este material llamado El trabajo tiene que ver justamente con estimular el desarrollo del ejercicio mismo de actuar sometido a una o varias miradas que revelen sus mecanismos. Es así como Santiago Gobernori, devenido en un personaje llamado Marian, que queda totalmente perdido de su entidad de personaje porque lo que vemos es al mismo Gobernori en plena deconstrucción de su actuación, deberá escuchar las devoluciones de Matías (Federico León) y de Dina (Beatriz Rajland), su compañera de taller que le piden constantemente que salga de ciertas fórmulas eficaces.
Gobernori es uno de los mejores actores del teatro de Buenos Aires y es interesante cómo ofrece esos mecanismos que le permiten instrumentalizar su desempeño para ponerlos en cuestión y pensar si no se ha aferrado demasiado a ellos. Pero Matías también deberá escuchar algunos cuestionamientos sobre su lugar de profesor, susceptible de convertirse en un estereotipo, de caer en cierta tiranía de la crítica, de desconocer, por una voluntad de exigencia, los momentos buenos, diáfanos de sus alumnxs para componer desde allí una actuación más imaginativa y desafiante.
La docencia no está romantizada sino que se revela como una práctica punzante, alejada del halago, ligada a la noción de entrenamiento donde siempre se plantean nuevos desafíos. La asignación de nombres que vienen a cumplir un rol ficcional funciona como otro dato para entender la actuación. En el caso de Gobernori y Federico León no vemos a esos personajes que dicen ser, nos encontramos claramente con las personas en la tarea de actuar. Esa distancia que podría ser solo habitada por aquellxs que conocemos el mundo teatral de Buenos Aires (seguramente la apreciación de una persona que desconoce quiénes son los actores intervinientes será muy distinta) completa esta formulación. En una obra o performance donde la temática es el procedimiento mismo que la hace posible, las figuras reales no consiguen ser asimiladas a los personajes o, en términos más complejos, León y Gobernori se muestran como los personajes que construyeron en la realización teatral y que aquí se proponen desmontar.
Otra es la situación a la que se enfrenta Beatriz Rajland como Dori. No solo porque se trata de una mujer de más de ochenta años que comenzó a estudiar teatro a los setenta y cinco sino por el modo en que su figura es incorporada en la escena. No hay complacencia en la puesta de esta obra que, en realidad, discute la noción de puesta en escena y lo que propone es un modo de habitar el espacio como un tiempo siempre intervenido por los participantes donde el director / profesor es también uno de los actores. La actriz lleva un bastón y su cuerpo tiene las limitaciones propias de la edad pero el planteo de León tiene que ver con entender la actuación como la aptitud de ir contra el propio cuerpo en el sentido de no tomarlo como pura literalidad, como una referencia ya consumada de lo que somos. El bastón es para Matías/ Federico León algo de lo que la actriz tiene que desprenderse simbólicamente, un elemento en el que no puede asentarse ni justificarse como Gobernori no puede quedarse en su capacidad cómica y su carisma para resolver desde allí cualquiera de sus roles.
Los bastones que rompen sucesivamente como parte de una utilería, hablan de esos lugares donde la actuación se refugia para no investigar ni exigirse, para dejar de esforzarse y conformarse con el resultado. En el caso de Dina su edad y su estructura física permiten entender con mayor profundidad de qué se trata una tarea donde la subjetividad se convierte en materia y donde nos encontramos en una instancia tan íntima como expuesta. La creación empieza cuando el cuerpo no es un condicionante sino el soporte sobre la que se va a trabajar para desarmar nuestros propios hábitos y para romper una suposición sobre nosotrxs mismxs. Verlo en lo definitivo de un cuerpo que puede haber perdido cierta plasticidad (un dato que para Matías no es sinónimo de detención sino un estado a discutir desde la imaginación y la asignación de consignas) permite entender la formulación de Federico León.
Dina es capaz de actuar porque puede devenir otra, porque es posible que esos condicionantes se interrumpan en el procesomismo de interpretar un personaje y no se trata aquí de magia ni de una incitación alocada al riesgo sino de despertar la creación como un sistema donde algo se desprende y desarma, donde ser otrx implica ponerse en cuestión y descubrir los mecanismos a los que nos aferramos para transitar la vida. Actuar es un estado de indefinición donde los elementos que resultaron útiles o eficaces deberán ser abandonados antes de que se conviertan en hábitos, donde cualquier recurso puede transformarse en una prótesis o excusa para dejar de inventar. Una tarea a observar permanentemente, un ejercicio de miradas donde nadie se salva, un impulso existencial de debate sobre lo que parece imperceptible y efímero.
El trabajo se presenta los viernes y sábados a las 20 en Zelaya. El miércoles 9 de julio habrá una función especial a las 20.