Yo y la que fui 7 puntos
Dirección: Constanza Niscovolos.
Guion, producción y fotografía: Constanza Niscovolos y Elizabeth Wendling Larraburu.
Montaje: Elizabeth Wendling Larraburu.
Producción ejecutiva: Motor Cine.
Productores asociados: Lita Stantic, Sebastián A. Pérez.
Duración: 69 minutos.
Estreno: en Malba Cine (sábados a las 20) y Cine Arte Cacodelphia (domingos a las 17).
El arte del retrato en cine es una disciplina difícil. Si la distancia con el retratado es mucha, el documental corre el riesgo de resultar frío, académico, apenas didáctico, el repaso de una vida y una obra que servirá seguramente como material de referencia, pero que no vibrará con el valor de una obra autónoma. Por el contrario, si la distancia es abolida –por una relación de cercanía afectiva con el retratado- se pierde objetividad y los contornos se pueden llegar a borronear, como quien acerca demasiado la mirada y termina viendo todo “flou”, fuera de foco. Se diría que en Yo y la que fui, la directora debutante Constanza Niscovolos alcanza la distancia justa. Como ella misma lo reconoce (ver entrevista aparte) desde hace muchos años es amiga personal de Adriana Lestido, que además fue su maestra de fotografía, pero eso no le impide dar un paso atrás, alejarse lo necesario como para ver la figura completa y encontrar en su personaje todo aquello que hace no sólo a su trayectoria sino también a su carácter.
¡Y qué personaje es Lestido! Reconocida como una de las grandes fotógrafas argentinas de los últimos cuarenta años, Lestido es una artista trashumante, no sólo porque –en uno de sus gestos más drásticos- fue capaz de vender su maravilloso refugio en Villa Gesell para irse a filmar sola, durante meses, al Círculo Polar Ártico, allí de donde volvió con ese extraño objeto fílmico no identificado que es Errante, la conquista del hogar, una película que no se parece a nada que se hubiera hecho antes en el cine argentino. Lestido es trashumante porque además de lanzarse hacia a los extremos –como ya había hecho cuando se embarcó hacia el Polo Sur para concebir su libro de fotografías Antártida negra (2017)- es capaz de viajar dentro de su propia obra, de moverse sin dilaciones cada vez que siente que ha agotado una etapa, como si se fuera desprendiendo –sin piedad pero sin rencor, afectuosamente- de todo aquello que ya no la colma para buscar un horizonte nuevo, del que nunca sabe cómo volverá.
Yo y la que fui va dando cuenta de esos movimientos, desde su paso primigenio por el fotoperiodismo –que entre tantas placas emblemáticas dio esa famosa “Madre e hija”, registrada en una marcha 1982, ambas con pañuelos blancos en las cabezas, los puños en alto y un grito en la voz- hasta sus búsquedas alejadas de las coyunturas pero que hacen a la realidad social del país, como sus series dedicadas a las madres adolescentes y a las mujeres presas. La misma modestia, el mismo pudor con que Lestido va recorriendo los álbumes de su pasado (que el montaje de Yo y la que fui nunca apura, para que podamos sopesar en silencio cada foto en la que ella o la directora eligen detenerse) son también características del film en su totalidad. Nada en la película está planteado en términos épicos, nada está dramatizado, pero no por ello esos momentos pierden su tremendo valor emocional, como sucede cuando una foto de la primera juventud de Lestido da pie al recuerdo de Willy, su compañero detenido-desaparecido por la dictadura militar, con quien planeaban una vida en común que les fue arrebatada.
Hay una familiaridad en la relación de la directora con su retratada que les permite a ambas transitar archivos y recuerdos con espontaneidad, sin forzar caminos ni conclusiones. La película aprovecha bien los pocos materiales de archivo que han sobrevivido, como ese video de un mítico taller de narrativa fotográfica de fines de los ’80, en el que Lestido era la única mujer, hasta registros más recientes, como el de ese asado en Villa Gesell con Guillermo Saccomano y Juan Forn, todos charlando alegremente, sin siquiera sospechar la muerte inminente del autor de Nadar de noche. La vida sin embargo sigue adelante y Lestido la mira siempre de frente, como cuando planta su pequeña carpa en la playa y –contra viento y marea- se queda contemplando el mar, como si lo viera por primera vez.