En los bordes de un pueblo, Amanda espera una entrevista. Mientras tanto, recuerda. Lava. Cuenta. Encanta. Así transcurre Los cielos de la Diabla, el monólogo escrito e interpretado por Vilma Echeverría, una de las creadoras más singulares del teatro rosarino, que vuelve a escena durante todos los sábados de julio, a las 21, en Espacio Bravo (Catamarca 3624).
Amanda, protagonista y alter ego de la autora, fue “la elegida” para lavar y secar las camisetas de la primera división mayor de un club de Avellaneda. Desde ese dato —mínimo, doméstico, invisible— Echeverría construye una dramaturgia expansiva que interpela no solo al mundo del fútbol y sus virilidades rancias, sino también a los modos en que las mujeres han sido narradas, usadas, desplazadas y encerradas en un paisaje que todavía huele a encierro.
“El nudo, el ñudo del delantal... Un bolsillo grande donde poner todo, lo perdido, lo ganado, la plusvalía doméstica trastocada, violenta, silenciada”, se escucha decir en escena.
El universo simbólico de Los cielos de la Diabla se arma entre fragmentos de recuerdos, camisetas mojadas, canciones, imágenes oníricas, y los “dones” que Amanda recupera mientras espera. Hay una pulsión lírica que cruza todo el espectáculo y que hace del cuerpo el centro de una poética particular, lo que la crítica cultural Sol Pierobón definió como el “gesto tapera”: la poesía del cuerpo como revelación, como trampa, como trinchera.Con dirección colectiva de Teatro Tapera —grupo integrado por Pilar Sequeira, Danisa Vidosevich y Vilma Echeverría—, la obra es un ejemplo de cómo lo biográfico puede transformarse en un lenguaje escénico poderoso, que interpela desde el margen y reivindica una estética propia.
La puesta —cuidada hasta el más mínimo detalle— suma capas visuales, sonoras y materiales que enriquecen la experiencia. La música original de Vanesa Baccelliere, la iluminación y diseño gráfico de Ciro Covacevich, el vestuario de Ivana Molina, y la escenografía compartida con Florencia Degli Uomini, dibujan un clima que oscila entre el barro y el éxtasis, entre el humo y las hojas secas.
El resultado es un viaje que conmueve, por momentos inquieta, y en otros arranca una risa inesperada. Amanda no solo recuerda, también se transforma. Se convierte, como escribieron algunos críticos, en una “Carmen de la llanura”, una “bruja roja”, una “rubia Mireya” que baila tango con el fantasma del Pato Pastoriza, todo eso a la vez, con una lengua que cambia de idioma, de ritmo, de género.
Los cielos de la Diabla es también un homenaje a todas las mujeres que alguna vez lavaron, aguantaron, se callaron. Y que hoy, desde el teatro, se animan a decir lo que nunca dijeron. Una historia que se mueve entre las manos ajadas y los cielos abiertos, entre la mugre del vestuario y la mística de los patios. Un relato sobre el amor, el desamor, la vergüenza y la memoria. Y, sobre todo, una actriz que lo entrega todo.
La obra, que fue seleccionada para representar a la provincia en la Fiesta Nacional del Teatro Chaco 2022, se despliega como una comedia trágica donde la memoria corporal es la trinchera, la nostalgia un arma poética y el humor, un modo de sobrevivir.


