El que escribe con la luz –el colorado que suele vestir de negro– sueña con la construcción del “atlas humano de la literatura iberoamericana”. Los ojos de Daniel Mordzinski, “el fotógrafo de los escritores”, están siempre abiertos y movilizados, curiosos y ávidos en su obsesiva exploración de los pliegues de la fisonomía humana de cada uno de los rostros que viene retratando desde hace 38 años. Como si persiguiera, al ritmo del asombro y la intuición, aquello que no se ve a simple vista. Algo que sólo él puede captar en los márgenes. El principio de esta pasión por coleccionar y compartir empieza en 1978, cuando a los 18 años trabaja como segundo asistente de dirección de la película Borges para millones, de Ricardo Wullicher. Anda “armado” con una cámara que le prestó su padre. Un buen día, en un conventillo de San Telmo, ve a Borges, vence su timidez y dispara. Desde esa foto inaugural al autor de Ficciones ha recorrido un largo camino que lo llevó a vivir durante más de tres décadas en París y más recientemente en Madrid. Hasta los escritores más reticentes y difíciles se rinden ante Mordzinski, como Antonio Lobo Antunes y V.S.Naipaul. Hay que mirar –una y otra vez– la elástica sonrisa de Juan Gelman que se expande al compás del bandoneón; o esa sugestiva picardía en el perfil de Quino con un alfiler cerquita del globo. Objetivo Mordzinski. Un viaje al corazón de la literatura hispanoamericana, la muestra más ambiciosa del fotógrafo argentino que se inaugurará este jueves a las 19 en el Centro Cultural Kirchner (CCK), organizada por Acción Cultural Española AC/E), reúne más de 300 fotografías, muchas de ellas inéditas, desde sus primeros retratos a Borges y Julio Cortázar hasta las fotografías más recientes. También presentará su libro Cronopios (Alfaguara), dedicado a Cortázar, una colección de 200 fotos de escritores argentinos, prologado por el mexicano Juan Villoro. 

Objetivo Mordzinski, que se podrá ver hasta el 1° de febrero de 2017, se inauguró este año en San Juan de Puerto Rico, en el marco del VII Congreso Internacional de la Lengua Española. Entre las fotos a los escritores iberoamericanos se destacan Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Camilo José Cela, Mario Benedetti, Ernesto Sabato, Ernesto Cardenal, Juan Gelman y Osvaldo Soriano, entre otros. “Nunca antes se había reunido una colección tan ambiciosa de mis 38 años de trabajo. La muestra es una mirada al futuro, cuatro años después de la destrucción de mis archivos, 55.000 negativos y diapositivas tirados a la basura en una oficina del diario Le Monde en París”, cuenta Mordzinski a Páginai12 desde Arequipa (Perú), donde estuvo retratando a los escritores que participaron del Hay Festival. “En esta muestra comparto por primera vez mis recuerdos y mis historias. Es también un objetivo que reivindica y reclama la memoria, la de los escritores que retrato, la de sus libros y la mía también. Otro objetivo es incitar y promover la lectura: siempre pensé que en los libros se esconden los verdaderos secretos de la vida, que no son ni el dinero ni el poder ni la fama”, explica el fotógrafo. “Dividí la expo en tres secciones, y una de ellas, ‘De otros lados. Espacios de memoria’, incluye la instalación ‘Cómo mirar lo que ya no existe’, compuesta de documentos, recortes de prensa, cámaras y objetos personales que evocan la destrucción de mis archivos”. 

A los 56 años, Mordzinski es el “más chejoviano” de los fotógrafos. Incluso hasta en las llamadas “fotinskis”, travesuras visuales donde los escritores recuperan esa instancia lúdica domesticada por las convenciones sociales, como el retrato a Vargas Llosa, inclinado en una cama, a la luz de la vela, leyendo y escribiendo como cuando era un niño. García Márquez, en Cartagena de Indias, mira la luz que está más allá de la fotografía un rato antes de echarse a dormir una siesta. Javier Cercas juega con un paraguas, Ida Vitale con un barquito de papel y Wendy Guerra literalmente se desnuda. Ninguno de sus retratos incurre en el lugar común del escritor o la escritora posando con aire de intelectual detrás de su abigarrada biblioteca. “El humor da conocimientos necesarios para el arte e introduce facilidad en el trabajo creador”, escribió Anton Chéjov en su Autobiografía. “El humor dirigido hacia uno mismo libra al hombre de una presunción y ambición demasiado grandes. La fuerza del humor consiste también en que eleva al hombre por encima de lo que le causa risa”.

–Después de tantos años de fotografiar escritores, ¿qué desafíos implica tomar una foto a un escritor? ¿Es un trabajo distinto el de la imagen cuando viene asociado a las palabras del escritor, a lo que suscita su obra y sus libros?

–En cierto modo es un reto frente a mí mismo, porque no puedo permitirme el lujo de repetirme. Y no tanto por mi amor propio como fotógrafo o creador de imágenes, sino como parte de un pacto con cada autor que retrato. En una foto de escritor se establece, aun sin palabras, una complicidad que a veces, como bien sugiere, está muy condicionada por la lectura de su obra o por la trayectoria ética o simbólica del personaje, pero otras veces simplemente por la empatía, el lugar del encuentro o el azar. Por eso de alguna manera es como si fuera la primera vez, aunque hace ya treinta y tantos años que vengo laburando en este sueño.

–A priori no habría nada muy fascinante en fotografiar escritores, como sí podría tener su encanto tomar fotos a deportistas, bailarines o actores. ¿De dónde viene la empatía hacia los escritores? ¿Qué le interesa de fotografiar escritores? 

–La literatura alimenta mis sueños y mi vida. De chico coleccionaba estampillas, sobrecitos de azúcar y cochecitos Matchbox, ahora mantengo viva mi pasión en una sola colección: los rostros de los escritores. Yo quería ser cineasta, fotógrafo y escritor a la vez. Siempre estuve vinculado a la creación de las palabras. Novela, poesía, cuento: esos eran los territorios de mi fantasía. Con los años y un poco de vanidad –porque mis amigos escritores son muy generosos conmigo– he llegado a creerme que yo también escribo un poco con mis fotos, aunque sea en los márgenes de la gran literatura. Y también porque he aprendido a ver en cada autor un mundo, más allá de su obra o de su bibliografía. En este sentido creo que mi trabajo tiene algo del espíritu de Chéjov, como en esos cuentos donde cada personaje, por secundario que pueda parecer en la sociedad, tiene una vida que contar. Con los escritores me pasa igual, y pretendo que en las fotografías se perciba algo de esto.

–¿Cuándo hace una foto y cuándo una “fotinski”? ¿Es algo que puede decidir o lo impone el escritor o escritora fotografiados?

–Es muy interesante la pregunta, antes de un encuentro fotográfico nunca me planteo si hacer o no una “fotinski”. Es algo que surge o no del encuentro mismo. Creo que a veces esa voluntad de comunicar una historia, o una biografía o una peripecia humana, trasluce un destello, un episodio que los espectadores–lectores perciben con nitidez, con complicidad. Tal vez es ahí donde aparece el concepto “fotinski”, que el gran escritor Enrique de Hériz acuñó hace algunos años.

–Si tuviera que definir algunas características de su poética como fotógrafo, ¿cuáles señalaría? 

–Cortázar decía a propósito del cuento que lo más importante es lo que está fuera del marco. Yo aplico este concepto y por eso me gusta situar al escritor rodeado de otras personas desconocidas. “Poética” es un término grave; yo solo pretendo comunicar al que mira una intuición, una realidad que a veces va más allá de lo evidente. Si lo consigo es algo que solo lo sabe el espectador, pero a veces se crea un triángulo donde el autor, el lector y yo participamos –incluso sin palabras, a pesar de la paradoja tratándose de retratos de escritores– y entonces sí, se genera una especie de poética invisible, muy modesta y que, con toda la humildad, a mí me hace sentirme muy cerca de los mundos del gran Julio Cortázar.

–¿Cuáles son las fotos que más satisfacciones le generaron, aquellas por las que siente mucho orgullo? 

–Una llamada del periodista y escritor Juan Cruz me alertó de la ceremonia de adiós a Susan Sontag. Entré al cementerio de Montparnasse como suelo hacerlo cuando visito a Cortázar y me topé con un grupo de famosos que rodeaban el féretro. Reconocí a Annie Leibovitz, Salman Rushdie, Ian Mc Ewan, Patti Smith… Mientras intentaba recuperar la respiración buscaba sin resultado alguna cámara. Parecía increíble: yo, fotógrafo de escritores, lector y admirador de Sontag, “era la única cámara” y tenía entre mis manos la posibilidad de dejar un testimonio de ese adiós. No sabía qué hacer, por un lado respetar la intimidad de una ceremonia guardada en secreto, por otro era tentador homenajear y despedir en forma de imágenes a la gran dama de la fotografía, a quien tanto y tan bien había escrito sobre fotografía. Me alejé del grupo para pensar con serenidad y recordé esos textos donde Susan Sontag se interroga sobre lo que se puede y no se puede mostrar en una foto… Finalmente di un paso al frente, como diciendo, aquí estoy, si alguien tiene algo que decir, es el momento… Y comencé a fotografiar. Recuerdo con emoción la música de Debussy, la voz quebrada de su hijo David Rieff, los versos de Baudelaire leídos por Isabelle Huppert y el abrazo apretado de mi amigo Juan Cruz mientras me decía: “Qué bueno que hicieras fotos, Sontag las hubiera hecho también”.

–¿Le genera cierta responsabilidad ser llamado “el fotógrafo de los escritores”? 

–La verdad, no creo que merezca ese título. Lo interpreto más bien como un modo útil de referirse al porteño que anda por los festivales retratando escritores desde hace unos años... Además, somos muchos en este oficio y muchos de ellos muy buenos. Sí me enorgullece, esto lo reconozco, ser buen amigo y cómplice emocional de muchos autores en todas partes, algunos bien famosos y otros apenas conocidos, pero con quienes comparto esa emoción por la palabra, por el mundo de los libros, el amor por el papel, la emoción de un poema o de una novela inolvidable.

–¿Quién o quiénes han sido las figuritas difíciles del “atlas humano de la literatura iberoamericana”?

–Si digo la verdad, a estas alturas creo que no puedo responder porque el tiempo acaba ordenándolo todo... Iba a contar que (Antonio) Lobo Antunes y V. S. Naipaul se resistieron como gatos, pero tanto los perseguí que acabaron posando, dóciles y amables como nunca lo hubieran imaginado, ni ellos ni yo.

–En la tensión que supone “lo que dice cuando calla”, “lo que calla cuando dice” quizá se juega lo mejor de la literatura y el arte. ¿Qué “dicen” sus fotos? ¿Qué callan?

–Por usar un símil gráfico, diría que sugieren zonas de sombra, o de luz, o mejor dicho: de tinta y de luz, como titulé un gran proyecto que itineró por los institutos Cervantes de todo el mundo. En esas zonas, o áreas que no son solo espaciales sino “espasionales” de la imaginación y del corazón, transitan nuestras fantasías, nuestros sueños y nuestras emociones de lectores y de personas. Y es ahí donde a veces una foto puede entrar en diálogo con el que la contempla. Al menos eso es lo que espero cuando fotografío y cuando revelo; digo revelar en sentido estricto, porque incluso ahora que me pasé al digital yo sigo teniendo la sensación de que en la pantalla de la compu se revela el misterio de cada foto.

–De los secretos mejor guardados que tiene como fotógrafo, ¿puede contar uno para los lectores del diario? 

–No sirvo para exclusivas o titulares. Construí un mapamundi literario muy despacito, y 38 años después de mi primera foto a Borges nada me hace más feliz que regresar a casa para compartir con mi gente mi trabajo. Y qué mejor lugar que una exposición para guardar las historias y los secretos, la emoción y las dudas de todos estos años de encuentros con escritores.


 La ficha

Daniel Mordzinski nació en Buenos Aires en un año bisiesto: el 29 de febrero de 1960. “Danielito: siempre humildad y serenidad”, le recomendaba su abuelo paterno, esa voz que irrumpe cada vez que regresa al país para exponer sus retratos o presentar un nuevo libro. Quiso ser cineasta, fotógrafo y escritor a la vez. En 1979 decidió irse a París. A los pocos meses le propusieron hacer una exposición. “Las fotografías que hacía en esa época eran como era yo: directas, inocentes, de contrastes fáciles, del tipo un vagabundo al lado de un cartel de McDonald’s”, recuerda el fotógrafo. “Un día, antes de la inauguración, me dije que faltaba alguien: Cortázar”. Entonces se le ocurrió buscar el número del escritor argentino en la guía telefónica de París. Lo llamó y le dejó un mensaje en el contestador con la dirección. El autor de Rayuela fue a la primera exposición de Mordzinski. Desde hace tres décadas está empeñado en construir un “atlas humano de la literatura iberoamericana”. Corresponsal gráfico del diario El  País de España y fotógrafo oficial de diversos encuentros literarios como el Hay Festival, el fotógrafo argentino ha realizado cientos de exposiciones de sus retratos en el mundo y ha publicado más de 30 libros.