Imposible hacer esta semblanza de Emiliano Galende sin conmoverme y revivir mi cariño y gratitud a un maestro y compañero. En honor a él --y a la memoria-- debiera comenzar por tempranas acciones suyas que poco se recuerdan: su primer libro y su participación en la histórica y breve Federación Argentina de Psiquiatras (FAP) de los años 70 de la cual fue presidente. Es notable que, luego del retorno a la democracia, se convocara a un 1º Congreso Argentino de Psiquiatría, como si no hubieran existido los de la historia previa.

Acababa de graduarme cuando en el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba se realizó un Congreso de Psiquiatría al que asistí. En la mesa inaugural estaban Emiliano Galende, Marie Langer, Alfredo Moffatt y el español Castilla del Pino debatiendo la crítica al modelo manicomial y a la psiquiatría clásica biologista, cuando aún faltaban cuatro años para la reforma de Franco Basaglia en Italia. El recuerdo de esa mesa me es imborrable, así como el efecto que en los asistentes produjo la presencia del legendario Agustín Tosco, dueño de casa. Era la FAP de la que Emiliano fue gestor desde 1970 y también presidió.

La Federación Argentina de Psiquiatras formó parte de ese movimiento de la salud mental en la Argentina que se gestó en una época de altísima movilización social, marcada por acciones colectivas dirigidas a la transformación social. En el libro de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer Las huellas de la memoria II hay un subcapítulo titulado “La nueva FAP: una psiquiatría federal”, en el que Emiliano narra su experiencia y participación en la fundación de la FAP siendo un joven psiquiatra que vivía en Rosario y se formaba como psicoanalista en Buenos Aires. Nos dice: “...las divisiones no eran tanto entre psiquiatras de derecha o de izquierda, sino entre los alienistas y los reformadores” (pág. 65), en referencia a que algunos psiquiatras del Partido Comunista eran “manicomiales”.

Esa efervescencia fue dolorosamente reprimida, inicialmente por las amenazas de la Triple A que determinaron el exilio de algunos de sus protagonistas, como Marie Langer, y luego por el Terror de Estado de la dictadura.

Años después, en la Introducción de su libro Psicoanálisis y Salud Mental (1990), Galende recordaba aquel que publicó en 1975, Psiquiatría y Sociedad, y reflexionaba respecto de aquella época: “Pero entonces pensábamos que se aproximaba un cambio social profundo y que era éste el que iba a posibilitar... una sociedad más justa, de la que esperábamos la realización más plena y acabada de los valores de la Salud Mental” (pág. 13). Pero también afirmaba que no es posible esperar esos cambios para comenzar a pensar e implementar los conocimientos y las acciones necesarias “en beneficio de las poblaciones afectadas”. A ello, profundizar el conocimiento y promover las acciones, dedicó consecuentemente su vida.

Apenas retornada la democracia lo invité a un seminario que organizamos en la Escuela de Salud Pública de la UBA, en el que expuso junto a muchos de los gestores del movimiento de los 60-70 y que lamentablemente no quedó grabado ni publicado. Allí establecimos un contacto profesional.

Emiliano convocó a formar un grupo y durante años nos reunimos periódicamente para debatir desde temas teóricos hasta propuestas concretas de actividades. Participábamos Gregorio Kaminsky, Julio Marotta, Ruben Efron, Mirta Clara, Noemí Mourekian, Elena de la Aldea y yo. Informalmente se llamaba “el Grupo Galende”, y cada encuentro en su casa de la calle Soler combinaba la calidez de su hospitalidad con el trabajo. Era su modo de producir acción y también de pensar. Alguna vez le escuché decir que no deseaba tener discípulos ni escuela.

Apenas creada la Universidad Nacional de Lanús, en 1995, y con la participación de su amigo Valentín Baremblitt y el apoyo de la rectora Ana Jaramillo, Emiliano emprendió la creación de los posgrados en Salud Mental Comunitaria, que son parte de su legado. Lo acompañamos en esa tarea, que él incluyó en el armado internacional de la Red Maristan, espacio académico de cooperación entre universidades de América Latina y Europa, constituida en 1997, al amparo del Programa América Latina Formación Académica (ALFA) de la Unión Europea.

Entre los muchos reconocimientos que recibió, dos universidades le dieron el de Doctor Honoris Causa: aquella en la que se graduó, la Universidad Nacional de Rosario, y la Universidad Nacional de Lanús.

Todo ese trabajo no le impidió seguir ejerciendo la práctica clínica y participar de otros posgrados, además de publicar una saga de libros fundamentales y fundantes para el campo de la salud mental. Tampoco ocuparse de sus cultivos en San Pedro o de sus afectos. Seguramente me falta mucho por decir sobre él, su obra y su persona.

Emiliano Galende desplegaba la extraña combinación de una vitalidad impresionante y un talante tranquilo y amable. Jamás renunció a su origen español ni a su compromiso con la Argentina.

Querido amigo y compañero, seguir, en estos momentos difíciles, bregando por los derechos y la vida plena de quienes padecen es la forma de aliviar la pena de la pérdida. 

Alicia Stolkiner es psicoanalista.