La última vez que Santiago Vázquez dialogó con Página/12 mientras se instalaba en Uruguay. Durante la promoción de un show de su grupo PAN en C Art Media, el percusionista y compositor argentino explicó que se había mudado a las afueras de la ciudad de Maldonado, a la altura de Piriápolis, “para vivir cerca de la naturaleza y comprobar si el tema de la autosustentabilidad en ecosistemas chicos era realmente posible o era una fantasía”. Y en simultáneo dio vida a su nuevo laboratorio sonoro: Ñu. De la misma forma que el resto de los proyectos percusivos que confeccionó en Buenos Aires (La Bomba de Tiempo, La Grande), este apéndice oriental se sostiene en el lenguaje de ritmo con señas que patentó. Aunque esta vez hay lugar para la veta compositiva.
Dos años más tarde, el músico sigue instalado al otro lado del Río de la Plata, ahondando en su aprendizaje sobre el diseño ecológico. Pero eso no le impide cruzar el charco una vez al mes, tal como pasó en julio, para dirigir a La Grande en sus residencias de los martes. Sin embargo, el ex Puente Celeste regresa a sus pagos para ahora sí presentar formalmente a Ñu ante el público porteño. Será este miércoles 6 a las 20 en la sala Dumont 4040 (Santos Dumont 4040). “En este momento, se convirtió en mi proyecto principal porque ocurre donde estoy y además representa mi actualidad musical”, justifica el artista. “Pero La Grande sigue siendo un proyecto que amo, y del que son parte unos músicos y amigos extraordinarios. Vengo para darme un baño de ciudad con ellos y para dirigir el grupo de la forma que puedo”.
-Si bien Ñu y La Grande tienen muchos puntos en común, estéticamente, al subirse un escenario, ¿en qué se diferencia tu creación uruguaya?
-En cada proyecto que hago hay algo que me desafía: la intuición por descubrir o por probar. En el caso de La Grande, fue claramente el trabajo de la melodía, con instrumentos melódicos y armónicos, y también de las composiciones. Siempre dentro de esta sonoridad urbana, con dos baterías, guitarra eléctrica, bajo eléctrico y teclados. En Ñu, en cambio, el desafío es ver si es posible generar una fiesta experimental de música para bailar. Al estilo de La Grande, pero en la que el deseo del movimiento no surja por la presión sonora y la potencia del ritmo sino por una necesidad emocional de salir afuera, desde adentro. Con esto me refiero a que no pese tanto el ámbito social sino el viaje interior. Es la eclosión del baile junto a otros. Quizá suena un poco abstracto dicho así.
-Y más aún cuando no hay ningún tipo de soporte sonoro o visual que lo sostenga.
-Un proyecto como éste se encuentra tan vinculado a la energía de lo que está sucediendo en ese momento, con las señas, con el diálogo que hay con el público y con lo que está pasando en el aire, que es muy difícil volcar eso a un disco. Sin embargo, hay algo que se nota en el sonido del grupo muy rápidamente: suena más bajito, a nivel de volumen, y tiene una tímbrica más delicada. Eso nos permite jugar con las voces. De hecho, es un grupo más experimental que La Grande, que La Bomba y que PAN, lo que no le resta festividad ni baile. Ése fue el desafío.
-No es alocada la idea de que puedan atreverse a grabar un disco.
-Este primer concierto en Buenos Aires, que tendrá como invitado al hermano mayor de Ñu, La Grande, lo vamos a grabar en multitrack y lo vamos a filmar con ocho cámaras. Esperamos que de esto resulte la primera grabación de la banda.
Ñu (el nombre deriva del juego de palabras entre “nuevo” en inglés y el antílope africano) está configurada por vibráfono, contrabajo, mandolina, teclado (con sonido de clavicordio), beatbox, percusión, batería (tocada con escobillas) y efectos de sonido. Al momento de revelar de dónde reclutó a los músicos del proyecto, el mandamás dice: “A través de los propios músicos. Recibí la recomendación de un par de músicos de Uruguay. Cuando los contacté, les conté del proyecto y ellos me recomendaron a otros músicos. Llegué a tener una lista de 50, a los que estuve viendo en internet. Y así los fui convocando, hasta que se fue armando el plantel”. Afrobeat, funk, candombe, murga, rock y jazz son algunos de los estilos que resultan de una música que parece tradicional, pero que en realidad se repentiza.
-¿Cómo fuiste hilvanando el repertorio de Ñu?
-En Ñu estamos tocando en este momento 16 piezas de diferentes épocas mías. Algunas de ellas eran temas que hacíamos con Puente Celeste, otras fueron parte de mis discos solistas y otras son inéditas. Lo que pasa es que al estar dentro de la improvisación y llamarlas desde las señas, nunca se escucha una misma versión. Hay pedazos de temas que conviven con fragmentos de otros temas y en el medio está la improvisación. En otra tonalidad, otro ritmo. Jugamos con esa materia prima compuesta, pero no necesariamente tocamos los temas como fueron compuestos.
Volviendo al eje, lo que llevó a Vázquez a fijar residencia en el país vecino fue su deseo de encontrar una manera alternativa de vivir, en la que el ser humano pueda proveerse su propio alimento aunque sin dañar al ecosistema. “Quise explorar eso para ver hasta qué punto se puede hacer. Es una etapa bastante experimental de mi vida, en ese sentido”, se sincera. “Desde hace algunos años, estoy metido en la permacultura y la agricultura regenerativa, lo que me enamora mucho. Además, mi ida a Uruguay tiene que ver con un filtro entre el mundo de afuera y el espacio propio de creación. Como vengo con tantos proyectos desde hace muchos años y con mucha gente, era una necesidad de replegarme un poquito y tener un espacio más privado. Uno necesita cierto estado de soledad para crear”.
-Luego de estos tres últimos años, ¿seguís convencido de que Uruguay sigue siendo el lugar para este modelo de vida?
-Quería estar en un lugar con naturaleza y experimentarlo en la Argentina me ponía cerca de Buenos Aires porque tengo acá mis proyectos musicales. Una cosa es hacerlo solo y otra es con gente que tenga más experiencia. Por otro lado, dado el estado de locura general que hay en el país y tomando en cuenta de que en este momento tengo dos hijos adolescentes, me pareció que no estaba mal que ellos conocieran cómo era vivir en otro lugar para que sepan que hay muchas formas posibles de estar en sociedad. Y que no tomen el estado presente de la Argentina como si eso fuera la normalidad.
-Esta decisión que tomaste no hace más que confirmar que lo que ata a todo lo que hacés es la experimentación, al igual que lo orgánico y lo rítmico.
-Lo veo tal cual como decís. La verdad es que lo que hago me cuesta verlo separadamente. Aprender a ver el funcionamiento del ecosistema y aprender a ser parte del ecosistema, sin dañarlo e incluso intentado reparar cosas que se fueron degenerando, no me resulta distinto a aprender composición musical. Diría que una cosa me enseña la otra. Mi proyecto, en este caso en particular, es aprender un poco del ecosistema y sobrevivir ahí, y cómo se traduce eso en el mundo de la música. Y a la inversa. Desde hace años, creo que tienen un correlato en la lógica del sistema. Hay mucho del ritmo en el funcionamiento de los ecosistemas, y creo que hay mucho de ecosistémico en el funcionamiento del ritmo y de la composición musical.
-¿Esto lo hacés por intuición o solés ser más reflexivo?
-Creo que en este caso van juntas. Pienso mucho en este tema porque la oferta política me está resultando limitada y las opciones que veo no ofrecen una solución al problema más importante que tenemos. De a poquito, fui viendo señales de esperanza al entender que hay un orden más grande que lo que nosotros tratamos de generar como humanos. Me refiero al orden de la comunidad, e la que somos nada más que una partecita. Desde esa cosmovisión más grande se puede enhebrar una comprensión de una armonía también en el plano humano. Aprendiendo de cómo funciona la naturaleza desde un plan más grande, uno puede encontrar cuáles son las cosas realmente más importantes y cuáles son las que se tienen que subordinar. Para mí es una investigación política, a la par de que es una búsqueda del placer. Me da placer agarrar la pala y hacer un pozo para plantar árboles y reforestar un campo. Es un placer físico y estético. Eso me pone en raciocinio permanentemente y lo otro es un contrapeso.
-Como se mira el mundo hoy, a razón de la superficialidad a la que invita la virtualidad, algunos te podrían pensar como un neo hippie y otros como un adelantado. ¿Vos cómo te autopercibís?
-Me parece que la categoría "hippie" es un poco vieja y hay poca gente realmente ubicada ahí. En el futuro se sabrá cuál es la vanguardia y sobre todo las que son conducentes. Hay gente que tiene más tendencia a quedarse en el lugar y a organizar una vida en función de lo que está hecho, mientras que otros tenemos tendencia a explorar por dónde viene el futuro que imaginamos. Para mí está relacionado a la vanguardia, pero sería muy pretencioso decir que es por ahí. Por ese motivo, di el paso para probar un nuevo estilo de vida, sobre todo para aprender y verificar si es real. Hoy en día hay mucho de venta, y eso lo podés ver en Instagram o en las redes, y lo pintan más rosa de lo que es. Necesitaba, por una convicción personal, experimentarlo en carne propia. Y luego veré si es una salida viable.
-Amén de Ñu, ¿cómo influyó esa decisión en lo musical?
-Nunca tuve la intención de hacer música en Uruguay ni de armar un grupo allá. A lo sumo, quería replicar mi escuela de ritmo de señas. Pero al cabo del tiempo, conocí a músicos extraordinarios y fui sintiendo la necesidad de hacer un grupo de ritmo con señas.
-Ahora que todo el mundo celebra los aniversarios de sus discos, hubiera estado bueno que festejaras en 2024 los 20 años de tu álbum solista Raamon. De ahí partió buena parte de lo que hoy hacés.
-Ese disco no partió de composiciones previas sino del juego de la improvisación en el estudio. Fue un poco el origen del lenguaje de ritmo con señas. Si podía repetir una parte musical al infinito y después otra arriba improvisada, y después repetir otra con otro instrumento, y después con la consola mutear y desmuetar canales para darle forma a la composición, también podía pedirles a músicos que repitieran sus ideas improvisadas. Entonces, en vez de botones de la consola, usaría señas para darle forma a la composición. Desde ese momento tiene vigencia una manera de trabajar. De hecho, hay varios temas de ese disco que los tocamos con Ñu y también con La Grande.
-En función de esto, ayudaste a sentar las bases en Buenos Aires del diálogo cotidiano con el ritmo, lo que hace veinte años atrás parecía inaudito. Un hábito que se amplificó con el auge de la música urbana. ¿Qué opinión te merece el groove a la argentina?
-No sólo pasó algo con el ritmo acá sino en el mundo entero. Pero la música urbana, que está basada en programaciones de ritmo, es apenas una parte. Sucedió algo con internet muy importante y es que se empezaron a conocer músicas que provenían de lugares que antes eran demasiado remotos. Hay música africana, hay música de Indonesia, hay música de la India, hay música urbana, hay música rural. Hay de todo. Y esa accesibilidad generó cambios muy importantes en aquello que es una posible influencia. A eso se suma que, a partir de esa circunstancia, hubo gente que empezó a viajar a otros lugares para aprender tradiciones musicales específicas. Todo eso aunado se convirtió en un despertar del ritmo. Aparecieron artistas como M.I.A., que es de Sri Lanka, haciendo algo que no se sabe muy bien si es trap o hip hop. Otra cosa que vale la pena destacar es que la parte armónica y melódica se retrajo un poco. Hay gente muy talentosa que lleva bien el ritmo, pero que no desarrolló la cuestión melódica y armónica que hay en otras tradiciones, tales como la música clásica occidental, el jazz e incluso el tango. Aún falta mucho por explorar en la integración de lo rítmico con lo melódico y lo armónico.
-Entonces estás de acuerdo con lo que dijo Charly García de que hoy a la música le sobra ritmo pero carece de melodía y armonía.
-Para mí no tiene sentido la competencia entre estilos musicales. La música es música y sirve para la curación humana, y para la interrelación, para generar comunidad, y para expresarse y emocionarse. Y para conectar con otros y para conectar en un plano espiritual. Cualquier comparación no sirve para nada. Mientras se explora una cosa, tal vez se deja un poco de lado otra. La evolución es un poco en zigzag. Personalmente, me siento casi saturado con lo rítmico en la música que se escucha a nivel masivo. Cuando llego a mi casa, me pongo a escuchar obras para piano de Debussy. En mi vida tengo tanto ritmo que necesito escuchar armonías y timbres más delicados. Y la idea de Ñu es un poco combinar todas esas necesidades.
La Grande
Tiempo de celebración
Santiago Vázquez no sólo está de estreno, sino también de celebración. Y es que La Grande se encuentra festejando sus 15 años. “Es un grupo muy querido, y, aparte de tener músicos extremadamente talentosos, ahí tocan algunos de mis hermanos musicales, como Alejandro Franov (teclados). Tal vez él es mi más grande influencia, por más que como músico quizá no sea tan conocido. Viste que uno se influye mucho de sus personas más cercanas y él es un genio para mí”, afirma el músico. “Y que después de 15 años siga tocando todos los martes (a las 19:30, en la sala Dumont 4040), me hace pensar que está en su mejor momento. Se arma una fiesta casi infalible, en la que en la segunda parte se arma una jam. Es toda una movida de gente, con un montón de grupos, con un motón de talleres y escuelas que están enseñando el ritmo con señas, y se dan cita ahí. Está bueno que tenga salud, a pesar de que yo no pueda estar todas las semanas.
Manual
Una herramienta pedagógica
Otro acierto del percusionista y compositor en 2025 fue la traducción al italiano y al francés de su libro Manual de ritmo y percusión con señas. Eso incita la pregunta de si alguna vez llegó a probar su lenguaje, compuesto por 150 señas, en otro ámbito ajeno al groove festivo. “Me han invitado a dirigir orquestas, orquestas juveniles y orquestas de escuelas, y hacer esa experiencia fue muy interesante”, advierte quien publicó originalmente ese título en 2013. “Diría que hay algo en la naturaleza de la escuela de los músicos clásicos que está desvinculado de lo rítmico. Tienen más entrenamiento en el plano del timbre, el instrumento, la afinación. Entonces, me di cuenta de que para los músicos clásicos el método del ritmo con señas es una herramienta hermosa para desarrollar cosas en las que su escuela normal quizá no tiene en su foco principal. Y les sirve un montón. En ese ámbito, me di cuenta de que la herramienta tiene una finalidad más pedagógica o de experimentación que de resultado musical. En la música clásica se entrena para tocar música compuesta previamente y no necesariamente están diseñadas para la improvisación. Así que mi experiencia, en ese ámbito, fue una rareza no sólo para ellos sino también para mí”.
El baile
Capacidad de vibración y análisis
El próximo 18 de octubre, el legendario productor y DJ de Detroit Jeff Mills presentará en C Art Media su show “Tomorrow Comes The Harvest”, junto con el tecladista francés Jean-Phi Dary y el percusionista indio Prabhu Edouard. La propuesta consiste en el diálogo del techno con la improvisación del jazz, encomiando la intersección de estilos, sonidos y ritmos, muy próxima al objetivo estético y metodológico de Vázquez. Otro rasgo que los conecta es el desdén con el que la sociedad occidental trata a proyectos que intentan enarbolar la bandera de la vanguardia a partir de expresiones tan tribales como el baile. “El ritmo surge de la corporalidad”, sentencia. “Estoy escribiendo al respecto, y dos teorías que me encuentro desarrollando es la de ‘claves rítmicas’ y la de ‘fuerzas constructivas del ensamble rítmico’. Ahí lo que hago es establecer un vínculo muy directo y objetivo entre el cuerpo y lo que percibimos como ritmo. O el motivo por el que bailamos y el motivo por el que hacemos ritmos”, desmenuza. “Vincular el ritmo con el baile no es peyorativo, es una realidad. Lo que sí me parece es que cada uno escucha el ritmo según su propia capacidad de vibración y análisis. Y, a veces, desde ciertos prejuicios”.