La moda es la introducción de un elemento novedoso en un presente que se ha vuelto añejo, habitual pero necesario. Pretende ser futuro sabiendo que su realización es al mismo tiempo su propia aniquilación. No es una ruptura radical con el pasado, dado que la idea que quiere ponerse de moda no implicaría una aspiración revolucionaria. 

Ahora bien; podría pensarse que la moda sin la política se vuelve hacia lo que el sentido común asocia habitualmente: lo superfluo, banal, efímero, ahuecado, y al ser nuevo es algo para pocos. 

En una propaganda gubernamental ubicada en Puente Pacífico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se puede leer “Cuando te animás a algo nuevo la ciudad avanza”, eslogan que podría pertenecer a una marca comercial de ropa, de calzado deportivo o de un producto tecnológico. La frase no obstante refiere a la gestión del gobierno del PRO, es decir, quiere promocionar que cuando individualmente se introduce una moda, toda una comunidad entra en movimiento. “Algo nuevo” y “avanzar”, dos términos ambiguos, inexactos como peligrosos. 

A su vez, moda y modernidad comparten el étimo modus y tienen una intrínseca relación a veces no tenida en cuenta: si la modernidad viene acompañada de las nociones de progreso y capitalismo –tal como escribió Bolívar Echeverría–, el fundamento de la modernidad es la civilización occidental (europea) y su conquista de la abundancia. Pero sólo pudo llevarse a cabo mediante una organización de la vida económica que implica la negación de ese fundamento, es decir, mientras que el progreso es entendido como el ámbito de la abundancia; la tarea primordial de la economía capitalista es reproducir la condición de existencia de su propia forma: reconstruir incesantemente una escasez –artificial– justo a partir de las posibilidades renovadas de la abundancia. La moda juega un papel inicial de ser escasa por su novedad y su fundamento ya que aún no se la ha masificado. Una vez que se ha extendido, su uso en abundancia produce su aniquilación, deja de ser moda y pasa a ser costumbre, hábito, repetición. 

Las frases que han circulado sobre “la pesada herencia” tenían que ver con que nos acostumbraron a que los argentinos podíamos comprar televisores o irnos de viaje; a tener el lujo de usar el gas, el agua (las piletas inauguradas por Milagro Sala) o la electricidad a costo sensato; a acceder a la cultura y obtener derechos humanos, etc. Para quienes ese pasado es pesado porque la escasez no abundaba, hoy introducen (con poco esfuerzo info-comunicacional) modas, repeticiones de pasados olvidados; mientras continúan las mismas lógicas con que convivimos desde el comienzo de la democracia: especulaciones financieras, abusos en los precios del mercado y extorsiones.

Abundancia era poder ahorrar; de repente entonces comienzan a aparecer “los ahorros” de Lázaro Baez, los bolsos de López, las cuentas offshore. Al tiempo se expande “la moda de ser pobre” que no es la apología de la austeridad (como predicaba el ex Presidente uruguayo, Pepe Mujica), sino una nueva-conocida forma de ser en la que los sueldos se licúan con la inflación y las fábricas y el Estado comienzan a generar mano de obra desocupada; con ella crecen también los actos delictivos, la depresión, las angustias y la infelicidad. Pero la “revolución de la alegría” se impone,  el “podemos hacerlo juntos” o “sí se puede” son los elementos materiales de moda para una transición. 

Por lo tanto, moda no solamente se expresa en las vestimentas, sino también en los gestos, en el habla, en la política. Las transiciones que pertenecen a la historia vivida como progreso son la evanescencia del presente, tienen un carácter efímero, pasajero y entablan un conflicto entre lo viejo –en decadencia pero aún dominante– y lo nuevo –emergente pero aún sometido–.

¿Cómo distinguir una transición? Distinguiendo lo que en ella hay de proyecto en realización, de diseño pretendido, de orden o forma ideal efectivamente alcanzable, y confrontarlo con lo que tiene de contradicción “en bruto”, de conflicto “salvaje”, de sustancia caótica.

Parafraseando a Kierkegaard (filósofo del siglo XIX), lo que confiere el carácter de “novedad” es el hecho que lo que se repite haya sido. Si no se posee la categoría del recuerdo o la de la repetición, entonces toda la vida se disuelve en un estrépito vano y vacío. Claramente se apeló al olvido y se denostó el pasado reciente para que la repetición de un modelo atraiga con su novedad los votantes que lograron hacer revivir los muertos de la antigua felicidad. 

* Conicet/IEALC-UBA.