Presentado a sala llena el jueves pasado en el emblemático bar de Rioja casi esquina Sarmiento donde el autor participaba en la gestión de un ciclo de lecturas denominado Poetas del Tercer Mundo, Maratón es el cuarto libro de poemas de Leandro Llull (Rosario, 1983).

Un poema que sirve de acápite explica el título, que alude al lugar de una batalla entre griegos y persas donde luchó el dramaturgo Esquilo, recordado en su epitafio por esa victoria decisiva de las Guerras Médicas y no por sus tragedias: "Limpio de toda retórica/ el epitafio de Esquilo sólo menciona/ su pelea en Maratón./ No hay entre sus líneas una palabra / que nos hable del poeta". Las tapas de cartón reciclado con portada estampada a tres tintas y cosidas a mano por la editorial 27 Pulqui albergan 40 espléndidos poemas, cuya madurez acaso se anticipa en el fruto redondo del grabado de tapa y ex libris. No es un dato menor que 27 Pulqui, colectivo editorial de la Cooperativa Obrera Gráfica Campichuelo (imprenta recuperada en 1992), haya publicado este libro que contiene dos poemas inspirados en (y uno dedicado a) la filósofa mística y sindicalista obrera Simone Weil.

La coherencia interna se trasluce también en la obra misma. Cada poema es trabajado como composición, cuidando la eufonía, la lengua poética, el ritmo, la cadencia del verso libre, en suma: el canto. Semejante grado de oficio en cuanto a la belleza de la forma, unido a una ética de la fidelidad a la experiencia, los inscribe en un proyecto continuador de la tradición del alto modernismo en poesía, representado en Argentina por el olvidado y recobrado Alberto Girri.

Pero además el tratamiento de la imagen poética (en un abordaje impresionista y preciso que atomiza la percepción en corpúsculos o grumos) hereda lo mejor tanto de los raros del objetivismo como del neobarroco de Arturo Carrera (en una de cuyas residencias, Prueba de soledad en el paisaje, participó Llull en 2010). Maratón está dedicado a un amigo del autor, el poeta rosarino Edgardo Zotto (1947-2014), cuya trayectoria excéntrica respecto de lo local lo llevó también a gravitar bajo la órbita estética de Arturo Carrera y a leer a poetas no tan centrales, como Francisco Madariaga o Carlos Mastronardi, influencias que también se han ido integrando en la obra de Llull.

Una cosmovisión animista otorga especial eficacia en Llull al recurso que los retóricos antiguos llamaban "falacia patética" y los modernos, personificación. Llull domina además toda una riqueza de impresiones sensoriales ("sinestesia" es el tecnicismo), comparaciones originales e imágenes dinámicas. Así, "El quejido de una nota revolvía/ su propia transparencia" (en el canto de las chicharras); el cuerpo mortal es comparado a estrellas "que ya no logran tenerse consteladas" y de las estrellas en el cielo de verano se dice esto: "Con delicadeza de encaje su melodía de vidrio/ redondea el filo del hielo hasta el punto/ tibio de un algodón en la mano de un pibe". A lo largo del libro, un vasto retablo de seres vivos (animales, vegetales, hasta protozoos) operan como parábolas, alegorías o fábulas. El tono es de una ternura serenamente trágica. Retornan el canario familiar de Disonancia del jardín (2009), el clima onírico de Horas menores (2013) y las radiantes epifanías cotidianas de A los pibes crudos (2015); siempre captando, como dijo Simone Weil, "la densidad de lo real".