Una enorme escultura en madera preside el centro de un galpón industrial. Hay latas de pintura dispersas, columnas pintadas de verde, una mesa de trabajo con herramientas y materiales a su alrededor. Un hombre y una mujer pegan una cinta naranja en el piso; lo hacen con cuidado y esmero, midiendo su adecuada ubicación, asegurando su perfecta adherencia. Apoyan las manos y los pies desnudos sobre el suelo, se abrazan, cruzan algunas palabras. Ese límite improvisado se convierte, de pronto, en la separación de dos espacios en conflicto, dos lugares de trabajo, dos escenarios artísticos. La armonía de la ceremonia de la cinta deja lugar al juego, a la disputa y al encuentro en un espacio vasto y compartido, lleno de viejas presencias, abierto a nuevas apariciones. Así comienza Pendular, la nueva película de la brasilera Júlia Murat -directora de Historias que solo existen al ser recordadas (2012)-, quien ahora se interna en el mundo de la danza y los artistas visuales, en la difícil tarea de compartir pasiones y deseos, de encontrar el equilibrio sin perder el ímpetu, de ser dos sin dejar de sentirse uno mismo.

“En 2011, cuando estaba terminando Historias…, empecé a pensar cómo sería mi próxima película. En ese momento comenzaba una relación con mi actual marido y tanto él como yo veníamos de difíciles historias amorosas y casamientos recientes. Por eso comenzamos nuestra relación con mucho cuidado y mucho miedo a traspasar ciertos límites. Todo entre nosotros estaba definido por los silencios, era una relación basada en lo no dicho. Se me ocurrió entonces escribir una historia sobre un amor construido a partir de los secretos”. Júlia Murat revela el origen de Pendular como nacido de un germen autobiográfico para luego adquirir un vuelo propio, independiente a medida que los personajes cobran forma, que sus vidas se entrecruzan en ese espacio compartido. Dividida en capítulos y escrita en colaboración con su marido Matías Mariani, la película aborda la convivencia de un escultor y una bailarina en un enorme galpón industrial que funciona como vivienda y estudio, como taller de trabajo, como escenario del despliegue corporal y el movimiento. Murat parte de un encuentro amoroso para edificar en esa convivencia el proceso creativo de ambos artistas, las dificultades de conciliar los vaivenes de la vida y los desafíos de la vocación.

Pendular es una película llena de detalles, de pequeños momentos que se convierten en pistas claves para entender el relato, para seguir los humores de los personajes. Es una película llena de pieles y lunares, de encuadres cerradísimos sobre el sudor de los cuerpos en danza, sobre los espasmos del sexo, sobre la fricción del juego competitivo. “Para trabajar la idea de equilibrio en una relación amorosa, y trasladar esa idea a la narrativa cinematográfica, decidí pensar también el equilibrio del cuerpo en la danza y el de los materiales en la escultura”, continúa Murat, ofreciendo detalles de la gestación del guión como un proceso también abierto al contacto con los materiales concretos de cada expresión artística, a las vidas de los actores que interpretan a la pareja, a la esencia de ese espacio en el que se teje la ficción pero también se vislumbraba la realidad del rodaje. “La construcción de los personajes se produjo a lo largo de cuatro años de escritura del guión, pero a partir de la elección de los actores con Matías decidimos acercar los personajes a sus vidas. Así Raquel [Karro] aportó a su personaje el trabajo de acrobacia y Neto [Machado], el bailarín que ensaya con ella, las rutinas de street dance que realiza en su trabajo profesional. La relación de la pareja se construyó a lo largo de un mes de ensayos entre Raquel y Rodrigo [Bolzan] para lograr establecer entre ellos una verdadera intimidad”.

Apenas concluida la mudanza, distribuidas las pertenencias de cada uno, delineados los territorios lindantes, la señalización del espacio se convierte en una estrategia de sutil conquista. Para Murat, “la película construye diversas esferas de espacios: el espacio físico, real del galpón; el espacio que cada arte ocupa, tanto las esculturas como la danza y los mismos cuerpos; y el espacio emocional de los personajes. Estos tres tipos de espacio se confunden todo el tiempo. El espacio se convierte así en un tema central en la película que cobra forma en el deseo permanente de mezclar casa y trabajo, arte y día a día. Además se convierte en una interesante posibilidad para discutir la cuestión del equilibrio: con un espacio que va siendo disputado a través de la cinta naranja, y de la ocupación desenfrenada que él realiza del espacio de ella”.

El sexo hace presente el cuerpo con un erotismo visual que desborda la composición. Si el trabajo para él implica la relación con los objetos y los materiales, y para ella con el cuerpo de su bailarín, con los compases que dicta la música, el contacto entre ellos también visibiliza el encuentro y la disputa. “Para transmitir la claustrofobia que implica la relación entre ellos –continúa Murat–, decidí concentrar la acción en el galpón. Así, la mejor opción para recrear el ambiente externo fue utilizar el sonido: en algunas escenas sólo ampliamos lo que captábamos en el sonido directo del ambiente; en otras delineamos todo un ambiente sonoro para suscitar la imaginación. Para eso usamos sonidos que jamás estarían en ese ambiente real: campanadas, pájaros raros, olas del mar, que entraban de manera musical, componiendo un misterio”.

El misterio es un elemento central de la película. Mientras ella ensaya junto a la ventana vislumbra a lo lejos un cable de hierro afirmado a un gancho en la pared. Sube a una escalera y lo mira de cerca. ¿Hacia dónde conduce? ¿Con qué otro espacio se comunica? ¿Qué le espera en el otro extremo de aquel misterioso recorrido? “La idea del cable la desarrollamos bastante en el guión. El objetivo de esa presencia era la construcción de un pasado del personaje de él al que ella no fuera capaz de acceder. El cable estaba ahí para demostrar cuánto no lo conocía”. Si la historia del cable era más importante en el guión y luego cedió su protagonismo a la pareja en el transcurso de la edición, fue porque el misterio se instaló entre ellos, se hizo parte de ellos, se perdió en la mirada intrigada de ella, en la reserva silenciosa de él.

Ella nos mira desde atrás de una máquina de diapositivas, habla de los ruidos extraños que se escuchan en la noche, de los fantasmas de la tejeduría que se alojaba en ese galpón en el pasado. Imágenes que van y vienen, como un péndulo, jugando con nuestra imaginación, con nuestras expectativas, como nuestros intentos de dar respuesta a ese misterio del cable, a esos interrogantes del pasado, al futuro de una relación que es puro presente. Júlia Murat construye el íntimo recorrido de sus personajes sin perderles pisada, adherida como esa cinta naranja a sus vaivenes, unida a sus cuerpos y objetos, a sus materiales y movimientos, en busca de un posible equilibrio del que solo ella guarda el secreto.