“Donde el amor no tiene color, ni nombre, ni prisa / Donde la vida es libre y nada más interesa / No soy pecador / Sólo quiero amar sin pudor” canta la brasilera Aíla en la lambada electrónica “Lesbigay”. Mientras tanto su país no para de retroceder en materia de derechos arrasado por una ola neoconservadora que se expresa tanto en la Casa de gobierno y el Parlamento como en las calles. Aíla, cantante abiertamente lesbiana oriunda de la periferia de Belém, presentó un disco con el que le da a la agenda de los feminismos y de la disidencia sexual un formato bailable y pegadizo poco tiempo antes de que una petición para repudiar la visita de Judith Butler a ese país reuniera más de cuatrocientas mil firmas por considerarla la “madre de la ideología del género”. Pocos días antes, también, de que un juez fallara a favor de las terapias de reconversión sexual (“cura gay”) y de que fueran censuradas la muestra Queermuseu y la obra de la dramaturga escocesa trans Jo Clifford. 

El evangelismo pentecostal aliado con otros sectores conservadores ha hecho en los últimos años un uso más que eficiente de los medios tradicionales pero también de las redes. Los youtubers como el paolista Bernardo Kuster, joven predicador pro educación confesional, son furor. Lo mismo, los subgéneros del góspel orientados al público adolescente, que han copado un sector importante del mercado discográfico. Mientras tanto Brasil se convierte en uno de los países con mayores índices de travesticidios del mundo. Es en ese marco de urgencia que toma nuevos sentidos el título del disco En cada verso un contraataque: “Cuando pensé en grabarlo lo que me movía era poder contar las nuevas discusiones sobre los feminismos, la fluidez de género, el racismo. Y contestar también desde allí a un clima muy opresivo y muy masificado que se vive en mi país. Expresar todo esto en un formato pop, bailable, y no la típica canción de protesta”, analizó en diálogo con SOY la cantante invitada por Natura como oradora de Sustainable Brands en una charla sobre género y artivismo.

¿Entonces fue una estrategia consciente?

–Evidentemente el pop está asociado para la mayoría de las personas a las cuestiones melosas y livianas. Quería que el mensaje fuera claro y sencillo. Con algunas pinceladas de reggae, que pudieras tararear sobre transexualidad en la playa y tomándote un trago, ¿por qué no? Una fórmula para que lo que quiero decir llegue a mucha gente. No es mi prioridad dirigirme a las personas que ya sé que debaten lo mismo que yo debato. Hubo una transformación con respecto a mi primer disco, que era más, una combinación entre tradición, la música del Amazonas, la música de Pará y poesías románticas. 

¿Qué pasó con el público cuando hiciste esa transición?

–Si lográs combinar la accesibilidad, en el ritmo y en la estética, con contenidos políticos, llegás a una población mayor, que al fin y al cabo es la idea. Si te quedás hablándoles a la gente que ya piensa como vos, entonces, no transformás nada. Al contrario de lo que en un principio imaginaba, el público se amplió. Pensé que iba a disminuir pero sorpresivamente se amplió.

¿Cómo se explica?

–Desde el golpe blando que hubo en Brasil vivimos un clima de tensión política que removió también otras cosas. El lanzamiento de este disco se da a un poco más de un año del golpe. Veníamos de una situación de pánico a la política, política como mala palabra o sinónimo de la corrupción. El golpe trastocó muchas cosas como por ejemplo empezar a pensar que es un problema que la política esté mediada, aunque sea un gobierno que te guste. Rotamos de una concepción de la política asociada a los partidos y a delegar a ellos las decisiones a una posición más autogestiva. 

¿En qué medida el gobierno de facto de Michel Temer complicó el panorama para la comunidad lgbti?

–Es un golpe perpetrado por un sector del poder político pero sobre todo por grandes conglomerados económicos. Es obviamente muy poco el interés de este tipo de gobiernos de hablar de ampliación de derechos civiles. Recientemente un juez aprobó mediante un fallo las terapias psicoanalíticas de cura de la homosexualidad, prohibidas en Brasil desde hace más de veinte años. El fallo del juez, que es de primera instancia y que probablemente escale hasta la Suprema Corte, se ampara en un pedido de respetar la libertad científica para permitir la “libertad de ofrecer una terapia para quienes no están cómodos con su orientación sexual”. El golpe lo que hizo es generar un clima más propicio para desde un juez como este hasta un ciudadano común se sientan libre de expresar su odio. l